Es una pena que la deforestación en Colombia sigua avanzando a paso firme. Pese a los esfuerzos de los colegas que representan a las instituciones encargadas de encontrar soluciones a este reto, pareciera que por cada paso dado hacia adelante, hay una reversa aplicada de al menos diez que tiran para atrás. La amazonía colombiana parece dolerle solamente a aquellos que trabajamos para su conservación. De manera ciega e indiferente, el grueso de la ciudadanía no se entera ni se interesa por enterarse sobre lo que sucede en el sur del país. El bajo Meta, Caquetá, Guaviare, Putumayo, Amazonas, Vaupés y Guanía siguen siendo territorios alejados y desconocidos para los transeúntes de la Zona T, Salitre Plaza o el Parque Lleras. Solamente registran en la retina y afloran sentimientos de patriotismo y solidaridad como cuando hay una avalancha (hablo del caso Mocoa en 2017). Lo paradójico es que en mis últimos viajes de trabajo a la región amazónica, me he topado con varios alemanes, franceses, canadienses y japoneses que expresan mayor admiración e incluso apropiación por las bellezas que tenemos en estas regiones, que lo que expresa un colombiano promedio. Esto no deja de indignarme y frustrarme. Las charlas con varios de estos personajes se han extendido a diferentes aspectos de su experiencia como ciudadanos de otro país, sus estilos de vida y su vínculo con la amazonía. ¿Qué vienen a hacer acá además de fotografiar pájaros y buscar un poco de aventura? Bien, la respuesta se resume en dos cosas que me sorprendieron: 1) conocer de cerca los super-foods que ellos ya consumen e 2) identificar oportunidades de negocio. Le puede interesar: Cultura para emprender y plan de vida: fórmula del emprendimiento sostenible Ellos sí conocen los super-foods, nosotros aún no Los super alimentos son una tendencia en Europa, Norteamérica y en países como Japón y Corea del Sur desde hace ya cerca de 20 años. En Colombia por el contrario, empieza a sonar tímidamente este concepto entre algunas personas. Para el resto, sigue retumbando la sonata de la carne, la papa, el fríjol y el arroz. Y lo digo de manera clara: no tengo nada en contra de estos alimentos con los que me crié. Sigo disfrutando todavía de una buena frijolada tal como cuando era niño. No obstante, a medida que me adentro laboralmente más y más en la amazonía y veo cómo crecen los mordiscos que acaban con los bosques, comprendo qué tan importante sería darle mordiscos a los productos que se producen en las tierras amazónicas. En resumen, producirlos pudiese constituirse en una alternativa de generación de ingresos para que los habitantes locales o nuevos colonos se abstengan de ver en el “limpiar monte” una alternativa de subsistencia. Esto suena bonito. No obstante, la propuesta se queda coja y la razón la tienen las damas del mercado: la oferta y la demanda. Conseguir en Caquetá castaño, milpesos, huito o copoazú para su comercialización es una odisea, pese a que las oportunidades potenciales de comercialización que tienen estos productos en mercados que sí los valoran. Sencillamente, no hay suficiente producción. Por otra parte, si hablamos de demanda, toca hablar de la externa, porque la demanda local para estos productos es prácticamente inexistente. Sabe más bueno una Coca-Cola al almuerzo que un jugo de cocona o camu-camu, por ejemplo. Nos sorprende al escuchar la novedad de un nombre como el sacha-inchi, para dar otro ejemplo. Sí, hay colegas e instituciones que han puesto la semilla para promover este tipo de cultivos dentro del marco técnico conocido como un sistema agroforestal (variedad de cultivos agrícolas con especies leñosas o arbustos como árboles). No obstante, estas buenas y necesarias iniciativas, no logran despegar por la falta de mercados internos y externos. ¡Error! He escrito una imprecisión y corrijo: por falta de iniciativas e instrumentos para identificar, conquistar y desarrollar mercados internos y externos. Le sugerimos: ¡Me robaron por dar papaya!: Momento de cambiar el lenguaje en Colombia Llegamos tarde y Perú nos cogió ventaja Una leve enfermedad en febrero me impidió visitar la feria de alimentación saludable más grande del mundo: Biofach en Alemania. Una colega que fue me contó con emoción el crecimiento que ha tenido la feria en número de expositores y variedad de productos bio, eco, orgánicos, funcionales, en fin, aquellos que pertenecen a esta tendencia de consumo. No obstante, su tristeza radicó en ver la modesta presentación del stand de Colombia en donde exponían un par de visionarios nacionales. Ella me cuestionaba por medio de la siguiente pregunta: ¿cómo es que ustedes, siendo el país que se jacta de ser de los más biodiversos del mundo, logra ser tan reactivo y demuestra su incapacidad para liderar este tipo de tendencias? En mi interior me respondía con otra pregunta: “¿cómo siendo el país que se jacta de ser uno de los más biodiversos del mundo, es incapaz de evitar la deforestación de su territorio?”. En paralelo me comentó la diferencia al ver el stand de Perú. Siendo más grande y diverso, la presentación del país vecino en Biofach demuestra la distancia que nos llevan en lo que concierne al uso sostenible del bosque para usos productivos y el desarrollo de sistemas agroforestales. Bien, ese comentario me llevó a analizar de manera tangencial qué pasa con Perú (advierto que no he hecho una tesis investigativa exhaustiva; tan solo un par de entrevistas con funcionarios de la Universidad de La Molina y el Ministerio de Ambiente peruano). En particular, me llamó la atención cuando empecé a analizar el caso del sacha inchi. Al googlear “exportaciones de sacha inchi”, uno logra encontrar noticias sobre el vendedor, las cifras y los mercados: La exportación de sacha inchi peruana, en sus presentaciones harina, tostada, aceite, snacks y otros, sumó más de 14 millones 301 mil dólares entre enero y agosto del 2018. Esta cifra representa un crecimiento de 235% respecto al año 2017, y tuvo como principal mercado a Corea del Sur, indicó la Asociación de Exportadores (ADEX). Anotado por el diario La República del Perú. Lea también: ¿Por qué se dice que los productos orgánicos, eco, bio o sostenibles son más caros que los tradicionales? Quise hacer el mismo ejercicio para el caso colombiano y la información fue nula. Conversé con un par de expertos en comercio exterior y sus respuestas evidenciaron la motivación de escribir esta columna: Perú viene preparándose en la investigación de mercados para los productos amazónicos desde tiempo atrás, cosa que nosotros no hemos siquiera comenzado. Bien, uno puede aducir este tema al fenómeno del conflicto armado, periodo en el que el acceso, el conocimiento y la investigación del territorio eran limitados. En este debate no quiero entrar y más bien deseo resaltar que estamos a tiempo para recomponer el camino. A punta de producir de manera sostenible en la amazonía bajo sistemas agroforestales no resolverá el reto de la deforestación. Necesitamos consumidores. Es momento de volcarnos a promover el consumo sostenible de estos productos para legitimar la excelente idea de los sistemas agroforestales. No hacerlo, significará seguir llegando tarde a las oportunidades de mercado externas y también, seguir enviando el mensaje erróneo a los habitantes locales y a los neo-colonos, cuya respuesta encuentro totalmente justificada: “pa qué sembrar eso si igual nadie lo compra; en cambio la leche y la carne siempre tendrán salida y con eso nos alcanza pa vivir”. Un agradecimiento especial a César Pulecio por inspirar esta columna. ¡Hasta el próximo jueves! @julioandresrozo