El candidato-presidente Juan Manuel Santos tiene un monumental problema en su propia casa: Angelino Garzón, su vicepresidente, con quien obtuvo hace cuatro años la histórica cifra de 9.000.000 de votos, amenaza con convertirse en el jefe de la oposición a su reelección. Atrás quedaron los buenos tiempos, aquellos en los que exdirigente sindical levantaba con orgullo el brazo del recién elegido jefe de Estado y lo mostraba como la persona más capacitada para llevar a Colombia por los caminos del desarrollo y la prosperidad. La relación en este lapso se ha deteriorado tanto, que Garzón públicamente pone en duda incluso si tiene en mente votar otro candidato distinto a Santos: “Aún no he decidido mi voto para presidente”, dice con una tranquilidad sorprendente. La situación no sólo tiene muy molesto a Santos, sino que está provocando efectos devastadores en la imagen del gobernante justo cuando más necesita tener todo bajo control. Como en los matrimonios, la luna de miel pudo haber sido una delicia, pero ahora cuando están partiendo cobijas, el daño es profundo. Así, por ejemplo, en el 2010 Santos eligió a Garzón como fórmula vicepresidencial para mostrar su capacidad para trabajar en equipo. Muchos críticos de Santos lo veían como un hombre con bastante experiencia en los asuntos del Estado, pero distante con las regiones, alejado de los sectores menos favorecidos, detestado por los sindicatos y perteneciente a una élite bogotana acostumbrada a vivir en una urna de cristal. Para compensar estos puntos, Santos se sacó un as de la manga y designó a Angelino. Si bien es cierto que la figura de vicepresidente es un tanto de adorno, también es verdad que constitucionalmente se dicta que en caso de que el jefe del Estado se retire por muerte o enfermedad, él asumirá el mando. Así, Santos se mostró como un ser tan generoso, que ponía en ese sitial al hijo de una vendedora ambulante, al izquierdista, al niño criado en la periferia. “Vamos a dar gran énfasis al aspecto social, a combatir las inequidades, las injusticias, a combatir la pobreza y nadie mejor que una persona como Angelino”, sentenció en ese momento Santos. El respaldo popular fue absoluto. Pero en las primeras de cambio se notaron las diferencias. Hubo un hecho en el que, incluso, se mostraron los dientes. El vicepresidente criticó duramente una medición de la pobreza que presentó Planeación Nacional –dijo que era una “ofensa” y retó a los técnicos de esa entidad a hacer mercado con 790.000 pesos–, a lo que Santos le respondió, durante uno de los Acuerdos de Prosperidad, que “la ropa sucia se lava en casa”. Con cualquier otro funcionario, seguramente habría inclinado la cabeza. El jefe en todas las organizaciones laborales es el que manda y más si se trata del presidente de la República. “No, señor”, replicó altanero Garzón. “¿Cómo?”, preguntó Santos. “Sí, señor. Si el presidente me quita las funciones, tendré que irme a la casa, pero sin perder el derecho a opinar”, le respondió amenazante y además le dejó claro que a él no lo podían tocar porque esos nueve millones de votos no eran de propiedad exclusiva de Santos, sino que debían compartirlos por partes iguales. Si va a haber separación, debe haber repartición de bienes en partes iguales, fue lo que le dijo Garzón. Y así empezaron como un rosario, los ataques de Garzón a la Casa de Nariño, a sus ministros, a los gremios, a los bancos, en fin. No dejó títere con cabeza. Durante estos cuatro años en esta atípica pareja se presentaron discusiones muy fuertes, otras tan insólitas como divertidas para los estupefactos espectadores. “Algunas personas piensan que a mí me eligieron vicepresidente para que le diga al presidente Juan Manuel Santos lo que él quiere escuchar… A mí no me eligieron vicepresidente para decirle al presidente lo que sus castos oídos quieren escuchar, no señor, se equivocan quienes creen eso”, por citar una que provocó incomodidad. U otra que causó desazón entre los negociadores del Gobierno en La Habana: nada más y nada menos que cuando estaban en una durísima discusión con los jefes guerrilleros de las FARC. “Los delegados del Gobierno en la Mesa se comportan como mandaderos”. Como en Colombia las situaciones críticas son sepultadas por otras peores y todo tiende al olvidarse, muchos en el Gobierno optaron por dejar a Garzón solo, evitarlo y no invitarlo. De tal manera, que la idea era armarse de paciencia y esperar a que llegara el 7 de agosto para ponerle fin a esta pesadilla. Santos eligió a Germán Vargas Lleras y empezó la campaña con él. Lo grave para Santos es que Garzón se muestra herido por este desplante y decidió hablar casi a diario: “Uno no puede gobernar como una reina de belleza, con risitas para todo el mundo. Uno tiene que gobernar exigiendo”, dijo en una ocasión. “Nosotros no somos un Estado pobre, nosotros tenemos recursos para garantizar que todos los menores de 25 años pueden estudiar en Colombia”, argumentó en otra. “Yo sí creo que ha llegado la hora de meterle la mano al INPEC, ¿qué es lo que está pasando en el INPEC? Hay que investigar a todos y a todas para que cuando haya un motín no termine pagando el pato el más bobo”, replicó en una más. “No voy a ir a Brasil como embajador porque el Mundial se ve mejor por televisión ya que repiten las jugadas”, explicó en una más. “¿Qué es eso de la infraestructura? A nosotros nos eligieron para gobernar para la gente, no para el cemento”, ironizó. “No voy a estar al servicio de la reelección de Juan Manuel Santos”, advirtió luego. “Renuncié a la Embajada de Colombia en Brasil porque mi perro está muy peludo y el clima caliente de Brasilia le podía hacer daño”, dijo en una frase para enmarcar. Todo esto lo ha dicho en plena campaña. Así como de Garzón se dijo en su momento que era el complemento perfecto para Santos, fue la tesis más marcada sobre las fórmulas vicepresidenciales en las pasadas elecciones, en estas es casi lo peor que le está sucediendo. Lo tiene amarrado, no puede decirle nada, en fin. Y esto en tiempos de campaña, cuando hay que cuidar hasta el mínimo detalle, es fatal. Por eso, en estas horas en la sede de la campaña de Santos todos se preguntan qué hacer con Angelino. Y nadie tiene una respuesta.