Durante la primera mitad del siglo XX, connotados surrealistas europeos como André Breton, Leonora Carrington y Wolfgang Paalen viajaron a México, según Breton, “el país más surrealista del mundo.” Allí descubrieron las fantásticas obras de artistas como Frida Kahlo, Antonio Ruiz y Manuel Álvarez Bravo. En ellas, los europeos creyeron reconocer su mismo entusiasmo por lo irracional. Sin embargo -según la tesis de la conocida historiadora mexicana Ida Rodríguez-, la visión de mundo que retrataban los latinoamericanos era radicalmente distinta. La Exposición Internacional Surrealista de 1940 -un hito en la historia del arte de México- exhibía “Las Dos Fridas” (1939) de Kahlo. En el autorretrato doble, una Frida está vestida de europea y la otra lleva un traje tradicional tehuano. Las conecta una vena que va directamente al corazón de cada una, y que la Frida de vestido tradicional corta con unas tijeras. La artista utiliza el truco surrealista de yuxtaponer lo extraño y lo común para crear un realismo mágico con el que narra su historia; en este su doble ascendencia. Pero Rodríguez sostiene que la obra no es surrealista. El surrealismo europeo surgió en los años 20 como respuesta a los horrores de la Primera Guerra Mundial. Los integrantes de esta corriente de vanguardia creían que el desolador caos que se había apoderado del mundo era el resultado de la racionalidad calculada que reinaba desde la Ilustración. Para contrarrestarlo, exaltaron el poder de los sueños, el del inconsciente y el de la imaginación. El “surrealismo” mexicano es distinto, dice Rodríguez. Artistas como Kahlo y Ruiz no hacen una exploración consciente de lo irracional. Su arte refleja una cosmología en la que las creencias mágicas ancestrales coexisten con los avances de la ciencia moderna; en la que lo fantástico es una fuerza de la naturaleza, y no una creación del inconsciente. Por eso la "Santa Muerte" y los "alebrijes" (criaturas místicas que ahuyentan los malos espíritus) no son irracionales. En su búsqueda por contrarrestar la cultura europea, los surrealistas se interesaron por el arte de los pueblos indígenas. En México, la riqueza de lo que se conoce como “artes populares” es inmensa, y para la época de la Exposición Internacional Surrealista estaba de moda. Artistas como Ruiz, Kahlo y Álvarez Bravo jugaban con los colores y formas de las cerámicas y los tapices tradicionales, y exploraban los mitos detrás de los rituales, danzas y creencias populares. “El sueño de la Malinche” (1939) de Ruiz habla de la Malinche, que Octavio Paz describió como una “figura que representa a las indias, fascinadas, violadas o seducidas por los españoles”; en “Diego en mi mente (Autorretrato como Tehuana)” (1943) Kahlo aparece con el vestido tradicional tehuana y Diego Rivera pintado en la frente; y “El templo del Tigre Rojo” (1949) de Álvarez Bravo es una fotografía, con aire místico, en la que un indígena se para ante las ruinas de un imponente templo. Si bien la cosmología de la que hablan las dos corrientes artísticas es distinta, para ambas la estética surrealista es una postura política. Para los latinoamericanos, la exploración de las tradiciones ancestrales destacaba el influjo de las culturas precolombinas en la identidad mexicana, por oposición al del colonialismo. Y los europeos, destacan el papel de la imaginación y del inconsciente en la condición humana. Murió Carlos Ruiz Zafón, autor de la exitosa novela "La sombra del viento" El arte se acomoda al coronavirus