Brazo, pierna, rodilla, codo, pene y un cuello que parece romperse. Detrás otros brazos, piernas, rodillas, codos y cuellos que parecen romperse. Es una descripción somera de la mayoría de las obras de Luis Caballero. Somera porque no es solo el cuerpo el que se rompe, es la poesía, la fuerza, la religión, la violencia, la timidez, la homosexualidad, es una autobiografía sin títulos. Y una que ahora se puede ver hasta el 15 de octubre en el Teatro de Bellas Artes de Cafam, en Bogotá, donde están expuestas más de 20 obras del artista bogotano. "Me gustaría que mis figuras llegaran a ser más vivas que el hombre. Más llenas de su presencia, que lleguen a ser verdaderos superseres. Imágenes con poder propio. Especies de iconos religiosos cargados de vida y misterio", decía Caballero. Estos superseres cambian de postura y tensiones, se repliegan en sí mismos y se rechazan y atraen unos a otros. La religión, la violencia y el erotismo fueron los pilares de su obra. De niño fue muy religioso, o eso contaba en entrevistas: prefería permanecer rezando el rosario mientras sus primos y hermanos jugaban. Pero su hermano, Antonio Caballero, no cree que su infancia fuera tan religiosa: "Luis tendía a ser hiperbólico en su relación con los periodistas... nunca lo vi levitar", dijo en Medellín, durante una de las retrospectivas que se han hecho de su hermano.Hiperbólico, taciturno, callado y no bailaba. Otra fácil descripción de Caballero, pero es que la vida del pintor no debe ser importante, lo que importa es su obra, en este caso sus pinturas y dibujos. "Soy de Bogotá. Cachaco. No soy simpático, ni "chévere", ni divertido", le decía a José Hernández en una de las muchas entrevistas para Me tocó ser así, libro publicado en los años ochenta que revela al Caballero tras esos machos desnudos orgásmicos o muertos. Durante 3 años hablaron y arguyeron sobre la vida del pintor, sus intereses, su vida en ese París al que llegó en los sesenta con Terry Guitar, su esposa y única novia. "Descubrí, gracias a mi mujer, el Pop Art que surgía en ese momento en los Estados Unidos. Los franceses rechazaron, en un comienzo, ese tipo de pintura. Yo, en cambio, quedé convencido por la fuerza y la vitalidad que había en ellos y también y sobre todo en los cuadros de de Kooning y de Bacon. Esos fueron, tal vez, los que más me influyeron en ese momento", dijo en ese mismo libro."Cada pintor pinta lo que le apasiona. O, al menos, así debería ser. Si ahora pinto hombres es porque mi pintura está profundamente ligada a mi vida. Lo que me emociona y me apasiona son los hombres y no las mujeres. No sólo sexualmente sino como realidad plástica. Es decir, como objeto de belleza" aseguró. Y así fue, desde mitad de los sesenta hasta principios de los noventa. El cuerpo del hombre era lo que le interesaba, esa realidad que tenía que construir una y otra vez, esa imagen sagrada que deseaba crear, ese deseo inalcanzable, esos cuerpos que se retuercen y repliegan en escorzos casi insoportables, la pintura más allá de la pintura. Una dualidad recorre sus cuadros sin titubear, sus cuerpos se subliman en la ambigüedad entre placer y dolor. "En mis cuadros -dice en 1979 en un texto crítico de Marta Traba titulado Otra estación en el infierno- se ignora si las figuras están gozando o agonizando. Sea lo que sea, en uno y otro caso se produce el mismo abandono orgásmico. Digamos que son momentos sensuales de muerte, de placer intenso, de éxtasis, donde el gesto de placer se convierte en dolor, y viceversa". Borges alguna vez dijo, o dijeron que dijo, que toda obra de arte es autobiográfica. Caballero no es inmune al dictamen de Borges -tal vez nadie pueda serlo-. Su pintura es su ser, su homosexualidad, sus manías y obsesiones, sus intereses y esos cuerpos que quiere tener pero que pareciera no alcanzar. Como le dijo a José Hernández: “A través de la pintura exorcizo mis fantasmas y mis problemas humanos. Trato de comprenderlos... de intuirlos y verlos. Y a medida que lo hago, trato de reducir mis ideas y mis sentimientos a una imágen ritual, simbólica, finalmente comprensible y diciente, que puede hablar a la razón y al inconsciente del espectador a través de formas simbólicas comunes a todos".