Desde 1990, Cumulus se dedica a fomentar el arte y el diseño desde la educación y la investigación. Según información en su página web, se trata de una organización de impacto global que cuenta con 299 miembros en 56 países. Cimentada sobre la base de socios dispuestos a construir plataformas para la transferencia de tecnología y de mejores prácticas, Cumulus busca para establecer diálogos desde diversas disciplinas con el fin de producir una reflexión –y plantear soluciones a problemáticas– sobre la teoría, la práctica y, sobre todo, el impacto del diseño en el mundo social, económico, ambiental y cultural. Bajo el título “The Design After” (El diseño después), entre el pasado 30 de octubre y 1 de noviembre, el encuentro anual de la organización tuvo lugar por primera vez en Colombia, en la Facultad de Arquitectura y Diseño de la Universidad de los Andes. Entre los invitados, estuvieron como conferencistas la directora creativa y estratega para asuntos de diseño, futuro y sociedad Monika Bielskyte, el experto en biotecnología Daniel Grushkin, la antropóloga del diseño Dori Tunstall, la gestora de proyectos de diseño y cultura Eva de Klerk, el antropólogo del diseño de la Universidad de Católica de Chile Martín Tironi y la rectora de la Universidad EAN de Bogotá, Brigitte Baptiste. Diseñar para un mundo desencantado: así se desarrolló la agenda de Cumulus 2019 ARCADIA aprovechó la presencia de estos expertos en Bogotá para hablar con tres de ellos: Dori Tunstall, Daniel Grushkin y Eva de Klerk. “El diseño impacta directamente al mundo”: Dori Tunstall

Dori Tunstall. Foto: OCAD University Tunstall es diseñadora y antropóloga y se ha hecho prestigio a nivel mundial por su trabajo en la intersección de la teoría crítica, la cultura y el diseño. Es la primera decana afrodescendiente de la Facultad de Diseño del Ontario College of Art and Design University. ¿Dónde considera que radica la importancia del diseño en el siglo XXI? El diseño convierte los valores que tenemos en experiencias tangibles. Es una manifestación de lo que somos y lo que queremos, y así permite que nuestras ideas, nuestros valores, se conviertan en algo sobre lo que podemos hablar, algo con lo que negociamos, algo con lo que peleamos. Darles forma a las ideas abstractas nos permite lograr un consenso sobre lo que queremos explorar en nuestras vidas en común, y sobre lo que queremos para las generaciones futuras. Por eso, los símbolos que utilizamos para comunicar nuestras experiencias a través del diseño son muy poderosos. Además, el diseño es inherentemente intencional y por eso no hay tantas ambigüedades al momento de determinar cuales son los valores que existen detrás de cada lugar, cosa, espacio o sistema que se han diseñado. Contrario a tantas otras disciplinas cuyo ejercicio consiste en deconstruir, el diseño es fundamentalmente propositivo. ¿Lo ve así? Hay optimismo en el diseño porque, como diseñador, lo que haces es tomar del mundo tanta información como puedas y buscar la manera de crear ese algo que está faltando; ese algo que no existía. Esta forma de pensar —día a día de una diseñador— es lo que te da cierta confianza en tu habilidad de imaginar nuevas posibilidades de cómo podría o como debería ser ese mundo. A diferencia de otras disciplinas que registran lo que sucede, lo teorizan, lo escriben y luego requieren de alguien que lo lea, lo interprete y lo traduzca en un cambio del mundo, el diseño puede impactar directamente al mundo.  En el centro del encuentro mundial de Cumulus que se acaba de celebrar en Bogotá estuvo una invitación a pensar en el futuro del propio diseño. ¿Es posible hacerlo sin construir utopías ni imponer discursos uniformes de progreso? En una de las mesas redondas que tuvimos en Bogotá recalcamos la importancia que tiene escuchar al momento de trabajar en procesos de descolonización. Con esto me refiero a la capacidad de escuchar a las personas más vulnerables de las diferentes comunidades, que usualmente son los indígenas. Como resultado de sus vulnerabilidades, ellos suelen ser quienes tienen mayor sensibilidad a lo que acontece en el mundo. Por ejemplo, si hay un desastre natural, ellos serán los más afectados y, en consecuencia, su percepción de los estragos ambientales es muy aguda. Literalmente su vida depende de ello. También se trata de saber escuchar a la naturaleza. Ella es la que nos dice lo que sucede en este momento. De hecho, ya nos está diciendo: “Se van a matar a ustedes mismos si siguen haciendo lo que están haciendo. Yo seguiré acá porque soy la naturaleza y siempre mutaré a una forma diferente. Pero ustedes probablemente no estarán aquí y se llevarán consigo, además, a otras especies”. Si nos detenemos y hacemos el ejercicio de siempre escuchar con atención, sabremos lo que necesitamos. Y no creo que sea algo utópico. Que gracias a un buen diseño o a una buena planeación tu comunidad no sea incendia o arrasada por fenómenos naturales... eso es algo muy real. Muchas veces me dicen que mi trabajo por descolonizar el diseño es muy aspiracional, como si se tratara de algo lejano, pero no lo es. Hable más de esa labor de descolonización. ¿Hasta qué punto la ha podido llevar? La colonización duró cientos de años y puede que nos tome el mismo tiempo buscar la manera de acabar con sus rezagos. Eso sí, espero que cada vez seamos más eficientes al hacerlo (risas), pues hoy seguimos definiendo qué significa descolonización, especialmente para un contexto contemporáneo. Creo que más allá del diseño hay iniciativas interesantes. Esta mañana leí en el periódico sobre el caso de una familia en Estados Unidos: unos jubilados que en vez de vender su casa decidieron devolverle la tierra a la comunidad indígena de la zona. No olvidemos que el “pecado original”, el núcleo de la colonización, fue haberles quitado a los indígenas sus tierras, haberlas devastado y a ellos haberlos masacrado. Acá en América Latina también hay procesos importantes, como los gobiernos que se han encargado de otorgar derechos a los ríos. Eso es un paso gigantesco en los procesos de descolonización. Hay gente que sigue aferrándose a los esquemas de un pasado colonizado, pero espero que se trate del último aliento de un patriarcado blanco europeo. Los cambios demográficos que vive el mundo, así como nuestra capacidad de compartir información y conocimiento, me permiten ser optimista sobre los cambios que vienen a futuro. Hace 200 años yo no estaría haciendo conferencias aquí como decana de una universidad, sino que probablemente sería una esclava. Por eso tengo razones para creer que podemos cambiar. “El diseño debe construir, y deconstruir”: Daniel Grushkin

Daniel Grushkin. Foto: Cortesía. Grushkin es creador y director ejecutivo del Biodesign Challenge, una competencia internacional en que diseñadores, artistas, científicos e ingenieros imaginan el futuro de la biotecnología. También fundó y dirige Genspace, una comunidad sin ánimo de lucro que promueve la “ciencia ciudadana” y el acceso a la biotecnología. Ha estado vinculado al Centro Internacional Woodrow Wilson y al UPMC Center of Health Security. También se ha desempeñado como periodista y autor. Si tuviera que convencer a alguien hoy de la relevancia del diseño en la actualidad, ¿qué le diría? Yo era un periodista de biotecnología, y ahí me di cuenta de que se trata de una industria de científicos que históricamente no había tenido diseñadores. Esto convencido de que, de igual manera, hay una gran cantidad de lugares, industrias y actividades que se podrían ver muy beneficiadas por un buen diseño. Por la forma en que se dan los procesos para diseñar, un diseñador es un tipo interdisciplinario. Tiene que entender de etnografía, de lo que sus usuarios pueden o necesitan hacer; tiene que saber cuándo un material es necesarios para la producción del objeto; tiene que conocer la historia de las soluciones que existieron antes, etc. Estas son habilidades que no tienen los científicos cuando salen directamente del laboratorio. Por eso, en el futuro quiero ver más diseño en la biotecnología, una mirada más detenida y reflexiva sobre lo que se puede hacer en este tipo de tecnología emergente. El diseño siempre ha estado estrechamente relacionado con la naturaleza. ¿Usted exactamente qué propone cuándo habla de “biodiseño”? El concepto ha tenido diferentes significados para diferentes comunidades. Según lo que he investigado, empezó a ser acuñado en 1930 para referirse a cómo diferentes diseñadores fueron encontrando una inspiración en la forma como los insectos y los animales usan sus organismos. Pero con biodiseño yo me refiero a un diseño que tiene estos tres componentes: que utiliza o aprovecha la biología para crear aplicaciones nuevas en el mundo; que es capaz de ser crítico de lo que la industria de la biotecnología crea y hace pasar por diseño; que que ahonda en su profunda relación con la biología para, así, no pensarnos como meros usuarios, sino como un organismo que se extiende hacia el mundo viviente. Como creador de la competencia Biodesign Challenge (que en 2019 ganaron, por cierto, unos colombianos), usted tiene una mirada panorámica de proyectos en todo el mundo. ¿Reconoce alguna tendencia? Hay un importante interés en la moda y la cosmética. En esas áreas, se quiere desarrollar una economía circular; crear materiales que nazcan sin causar devastación ambiental y que se degraden de la misma manera. Además, los biomateriales y las “biofabricaciones” han empezado a encontrar una manera de suplantar a los materiales tradicionales. Sobre todo en lo que concierne a las telas y la ropa. El caso de la cosmética es muy interesante. Muchos ingredientes y componentes utilizados en la industria de perfumes, incluso en la creación de sabores para la comida, son extremadamente difíciles de purificar y dependen de cultivos inestables. Es decir que pueden causar daños graves a la tierra. Ahora se busca que estas moléculas que se necesitan para la industria se puedan producir en laboratorios. Le pregunto lo mismo que a sus colegas Tunstall y De Klerk. Contrario a tantas otras disciplinas cuyo ejercicio consiste en deconstruir, el diseño es fundamentalmente propositivo. ¿Lo ve así? Si bien una parte importante del diseño se enfoca en encontrar soluciones, no se puede olvidar que la deconstrucción, o lo que se llamaría “diseño crítico” es parte fundamental de lo que un buen diseñador hace. El diseño crítico permite deconstruir los procesos y concepciones que existen en el mundo industrializado. En el diseño, la construcción y deconstrucción se deben integrar. A mí me interesa mucho ver diseñadores que piensan, a profundidad y con sinceridad, sobre aquello que no funciona en sus diseños; o sobre qué se está dejando de lado al concebir un proyecto. Por eso es tan importante que también otras disciplinas actúen. No hay nada peor que llamar a los diseñadores hasta el final del proceso, de un proyecto. Con el producto ya está finalizado, se espera que el diseñador apenas lo haga ver lindo. Pensar así es un fracaso, es no entender lo que el diseño realmente puede hacer. “Así fue la inauguración de Cumulus en Bogotá” En el centro del encuentro mundial de Cumulus que se acaba de celebrar en Bogotá estuvo una invitación a pensar en el futuro del propio diseño. ¿Es posible hacerlo sin construir utopías ni imponer discursos uniformes de progreso? No lo podemos saber. Una de las partes más bellas del diseño es que implica buscar soluciones pensando en las maneras en que podrían o no funcionar. En un proceso especulativo tienes la libertad de proponer, explorar y pensar cómo la humanidad podría responder a él, y ahí siempre habrá riesgos involucrados, caídas y errores. No hay garantía de que no resultemos en una situación peor, pero aún peor sería no hacer nada. “Soy una activista del diseño cargado de significado”: Eva de Klerk

Eva de Klerk. Foto: Cortesía. De Klerk es una artista holandesa especializada en crear modelos de participación para el desarrollo de diferentes ciudades. Con más de veinte años de experiencia, se ha concentrado en la recuperación zonas industriales marginadas a través de la cooperación con las comunidades locales y los núcleos creativos de diferentes ciudades. En el mundo hoy existen no solo productos industriales prefabricados, sino también ciudades replicadas, prefabricadas, que no crecen orgánicamente. ¿Qué lugar tiene el diseño en estos procesos? No soy una diseñadora y me llaman un artista, pero mi trabajo ha sido, técnicamente, seducir, llamar la atención del gobierno para que busquen otras herramientas de planeación de diseño para las ciudades. Hoy predomina el diseño para el consumo, y lo que ha logrado es hacer que forma en que se construyen proyectos de vivienda en las ciudades sea excluyente: no solo para los artistas, que considero un grupo social muy importante, sino también para las industrias y negocios de pequeña escala, para los profesores, los policías y los artesanos. La mala planeación ha hecho que las ciudades sean cada vez más costosas y que los productores terminen expulsados de ellas por procesos como la gentrificación. Darme cuenta de esto me convirtió en algo así como un activista. Yo defiendo un diseño cargado de significado que genere conciencia, que permita encuentros significativos, que haga ciudades más justas e inclusivas. En otras entrevistas, usted ha dicho que la ciudad debe ser un lugar para la producción y no para el consumo. Explique eso mejor. Empresas privadas y diseñadores coinciden en una misma actitud: en lograr un producto final. Esto desconoce a muchas personas y las excluye o sigue excluyendo. Solo se les da espacio a las industrias de los servicios, y así lo que son la manufactura y el trabajo manual son relegados. Las ciudades que producen son mucho más interesantes. Yo propongo que las zonas industriales abandonadas puedan convertirse en espacios de producción, que en ellas se pueda estudiar, vivir y crear proyectos de vida; que sean lugares en que las personas se puedan autodefinir más allá del consumo, en que quienes tienen intereses en común se conecten. Llevo 20 años en esto y estoy convencida de que los “planes maestros” no sirven. Son demasiado rígidos y no pueden responder a las necesidades inmediatas de las personas y del medioambiente. Usualmente, las administraciones públicas y los inversionistas buscan reducir los riesgos y tener control sobre lo que sucederá en los espacios en que quieren intervenir. ¿Cómo convencerlos de alternativas que no requieran un “plan maestro”? Yo creo que lo que yo hago y lo que hacen muchos proyectos parecidos al mío en el mundo es ser muy transparentes a la hora de informar sobre lo que hacemos. Desde hace algunos años, en diferentes ciudades del mundo han empezado a surgir comunidades colaborativas, y todas han tenido éxitos importantes. Ya hay jóvenes con capital interesados en ver cómo podemos promover este tipo de espacios. Ámsterdam es un referente de urbanismo, pero usted la critica. ¿Por qué? Amsterdam es la ciudad más arrogante que hay. Es como un museo: está completamente muerta. Allá se preocupan por la “crisis de vivienda”, pero desde que yo tengo memoria ha habido una “crisis de vivienda”. ¿De qué tanto hablan? La ciudad es el gran lugar de aspiración para muchos, pero no hay una motivación más allá del consumo que se puede realizar en ellas. Para los grandes capitales, las ciudades son vistas tan solo en términos financieros y esto trae consigo la muerte de las ciudades. Hay grandes desigualdades, personas en la calle, niños que no consiguen familias, adultos que a los 40 años siguen viviendo con sus padres. Creo que los artistas que trabajan con inversionistas deberían tomar un juramento de no trabajar con quienes destruyen los tejidos sociales de las ciudades. Esto es verdadera conciencia en el diseño, darse cuenta de lo que sucede con las comunidades. No se trata de tomar el control y decirle a cada comunidad qué hacer, sino de permitirles participar e integrarse. Hoy las alternativas para muchos recaen en las economías creativas. Acá en Bogotá, por ejemplo, está el Bronx, que es una invitación a dinamizar desde los núcleos creativos. Pero yo creo que, más allá de las “industrias creativas”, cualquiera puede participar y ayudar a construir sus propios espacios de producción. Lo que realmente se necesita es una masa de personas críticas y dejar que las comunidades sean los desarrolladores de sus propios espacios. En el centro del encuentro mundial de Cumulus que se acaba de celebrar en Bogotá estuvo una invitación a pensar en el futuro del propio diseño. ¿Es posible hacerlo sin construir utopías ni imponer discursos uniformes de progreso? Siento que lo que estamos haciendo no es una utopía. Muchas de estas cosas están sucediendo. Si bien este tipo de proyectos todavía no son muy aceptados o no generan la confianza de gobiernos, yo sé que soy una piedra en el zapato para varios gobernantes. Las demostraciones de inconformidad sobre la desigualdad que se están haciendo en tres diferentes continentes del mundo es algo muy interesante porque siempre he creído que los grandes movimientos deben venir desde abajo. La Bauhaus, el diseño y el progreso