El domingo cuatro de octubre se realizó en el auditorio de la Biblioteca Virgilio Barco el quinto encuentro de los Debates en Paz, una serie de eventos que organiza la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte en asocio con la revista Arcadia. Después de haber tratado temas polémicos como la eutanasia y el matrimonio homosexual, esta edición giró en torno a uno menos controversial, pero no por ello irrelevante: el arte en el espacio público. Mediada por el director de Arcadia, Juan David Correa, la charla contó con cuatro invitados: el artista plástico Wilson Díaz Polanco, cuya obra en el espacio público sobre problemas sociales ha generado polémica en más de una ocasión; el maestro en Bellas Artes Oscar Ardila Luna, quien trabaja en la oficina de espacio público en Berlín; el artista urbano y muralista Óscar González, también conocido como Guache; y María Eugenia Martínez, directora del Instituto Distrital de Patrimonio Cultural de Bogotá (IDPC). ¡A la calle!, un recuento de la escena del grafiti en Bogotá. Martínez fue la encargada de abrir el debate con una extensa carta en la que habló sobre los complicados retos que debe sortear una ciudad como Bogotá a la hora de hablar sobre el espacio público: “La planificación de Bogotá ha constituido un desafío en las últimas décadas a causa de su crecimiento y del detrimento de sus condiciones para propiciar una experiencia positiva. Ahora debemos replantear los criterios, generar mayor diversidad en cuanto a las propuestas y que los nuevos espacios sean en función del público”. La arquitecta de la Universidad Nacional considera que en los últimos años se ha empezado a generar un paradigma en el que prima la experiencia del transeúnte por encima de los espacios y los edificios, y en el que es clave el papel que desempeña el arte. “Hay que tomar en cuenta una nueva ciudad que incluye aspectos como escala, calidad sensorial y estética, y la presencia del arte y el patrimonio cultural”. Quizá el mejor ejemplo de esa nueva mentalidad es el decreto 075 de febrero de 2013, creado por la Alcaldía de Bogotá para promover la práctica responsable del grafiti a raíz del asesinato en 2011 del grafitero de 17 años Diego Felipe Becerra. Desde entonces, la ciudad ha delimitado ciertas áreas para ser intervenidas por artistas urbanos. Cabe destacar, además, el Plan de Revitalización del Centro Tradicional del Instituto Distrital de Patrimonio Cultural, que ha recibido premios a nivel internacional y la apuesta del IDPC por restaurar los 548 monumentos de la ciudad. Este es el triste rostro de los monumentos en Bogotá. En cuanto al grafiti, Guache intervino para aclarar que existen distintas manifestaciones a la hora de pintar en la calle: “El grafiti como apropiación directa de un espacio público está por fuera de la esfera del arte. Para el grafitero, la libertad de expresión está por encima de todo. Otra cosa es el arte urbano y el mensaje que juega a hacer mediante metáforas, y finalmente está el muralismo, que son proyectos mucho más grandes”. Guache también aprovechó la oportunidad de defender a los grafiteros que intervienen monumentos. “Cuando los jóvenes salen a rayar y pintan uno están asumiendo una postura política. Tiene que ver con lo que ese monumento representa y es una revisión de cómo se ha construido la historia de nuestro país. Si ponemos a Isabel la Católica en un contexto crítico, para mí no representa nada –afirmó el muralista, quien sin embargo apoyó la edificación de nuevos monumentos y obras en espacio público–: ahora se está ponderando unos que tienen que ver con la historia reciente y yo saludo esas iniciativas distritales en donde se pretende incluir el trabajo de los artistas sin tanta mediación, para que pinten y representen la historia de las víctimas, las memorias de los pueblos, que empiezan a convertirse en nuestra historia, más allá de los conquistadores”. Si bien Martínez aseguró que entendía por qué el monumento de un conquistador podía causar escozor en algunos, también abogó por respetar las distintas formas de memoria. “Entiendo a Óscar cuando dice que los monumentos heróicos, que representaban la constitución de nuestra nación, pueden haber perdido significado, pero supongo que si los rayan tanto es porque algo significan, porque ahí el rayón es visible. Entiendo que el grafiti es un arte transgresor que no se puede regular, pero nuestra función es mantenerlos. También pensamos que es importante ser respetuosos de las distintas memorias. Además, si los monumentos ya no significan nada, por lo menos pueden ser parte de la estética de la ciudad”. Ardila se sumó al debate de las esculturas comparando la situación de Bogotá con la de Berlín. Por un lado, el artista afirmó que la principal diferencia es que en la capital alemana el grafiti no está estratificado. Mejor dicho, que se encuentra en toda la ciudad, en los barrios obreros y en los más prestantes. Luego habló de la forma como esa ciudad se aproxima al arte callejero. “Esta problemática la entiendo desde una palabra en alemán que traducida significaría literalmente 'paisaje de monumentos'. Con esa visión trabajamos en la oficina de espacio público en Berlín. Tratamos de no mirar si el problema es el grafiti o el monumento, sino dar una visión general de qué dice el conjunto de todo eso sobre la identidad de la ciudad. Entonces podemos desarrollar estrategias para lidiar con esa problemática”, explicó Ardila. Al igual que sucede con la Mesa Distrital de Grafiti en Bogotá, en Berlín existe un espacio de diálogo entre los artistas y las instituciones sobre cómo intervenir la ciudad. La gran diferencia es la injerencia que tienen los artistas en la capital alemana, pues allá su voto no solo cuenta para las obras de arte urbano, sino incluso para la planeación de monumentos y esculturas. Por su lado, el artista plástico Wilson Díaz habló sobre otro tipo de intervención que se puede hacer en el espacio público. Para el huilense, la mayoría del arte que se ve en la calle es efímero, una condición que, paradójicamente, hace que perdure más en la memoria. Como ejemplo habló de un artista peruano contemporáneo que trabaja cubriendo monumentos de conquistadores españoles con unas serigrafías sobre telas y que busca poner en entredicho el papel de los conquistadores en el imaginario de las ciudades latinoamericanas. “En el colectivo del que hago parte, nos interesa pensar la ciudad desde el arte, en especial cuando se trata de expresiones efímeras, sobre todo las intervenciones que desaparecen después de poco tiempo”.