En el primer piso del emblemático edificio de las Naciones Unidas en Manhattan hay un enorme mural del pintor colombiano Alejandro Obregón. Con fuertes tonos naranjas Amanecer en los Andes es una poderosa obra que lleva más de 30 años decorado un espacio dedicado a la diplomacia y las relaciones internacionales. El mural de 1983 forma parte de una colección de arte que incluye obras de artistas latinoamericanos como el ecuatoriano Oswaldo Guayasamín, el brasileño Cándido Portinari, el mexicano Diego Rivera y el peruano Fernando de Szyszlo. Decoran las paredes de un edificio que podría contarse entre la colección, pues fue diseñado por 11 grandes arquitectos del siglo XX, entre ellos Le Corbusier y Oscar Niemeyer.
La obra de Obregón fue impulsada por la diplomática colombiana María Paulina Espinosa, que en ese momento desempeñaba el cargo de primera secretaria de la embajada de Colombia ante la ONU. Espinosa descubrió que aunque el edifico ostentaba obras latinas, faltaba una del arte colombiano. Siempre tuvo una vocación por el arte, fue nombrada a la misión de la ONU por el presidente Turbay luego de pasar cuatro años en la Secretaría de Turismo y Cultura de Bogotá. Aunque le fue difícil conseguir una cita con el Secretario General de las Naciones Unidas de ese momento el peruano Javier Pérez de Cuéllar, Espinosa logró abordarlo en el ascensor cuando llegaba por la mañana. Pérez apoyó la idea de traer un artista colombiano al edificio y Espinosa se puso en contacto con su amigo Alejandro Obregón quien accedió a hacerlo. En ese momento tenía 53 años. Llegó con un pequeño cuadro, que Espinosa todavía conserva, que representa el primer bosquejo del mural. Juntos, los colombianos arreglaron para que el mural ocupara el primer piso, donde se encuentra el salón de delegados donde llegan todos los embajadores y los presidentes. Los encargados le mostraron a Obregón paredes en todos los 38 pisos, pero los rechazó todos por “falta de luz”. Al llegar al primero, exclamó que ese era el lugar. Le respondieron que ese espacio estaba dedicado a artistas como Braque y Picasso, y el colombiano simplemente dijo “pero ellos están muertos”. Él estaba allí.Obregón se quedó viviendo con la familia Espinosa, viajando con su amiga al edificio todas las mañanas para trabajar durante varios meses. El enorme mural, de unos cuatro por cinco metros, se dio en medio de un momento político interesante en Colombia. Belisario Betancur acababa de ser electo presidente y su gobierno empezaba a hablar de diálogos de paz. Esa esperanza se ve reflejada en la obra, que también busca resaltar, por medio de colores muy vivos, la belleza natural de Colombia. No solo en las montañas del fondo sino en los poderosos cóndores, que serían temas recurrentes en toda la carrera de Obregón.Betancur estuvo presente en la inauguración de la obra, en 1983, que vino acompañada por la ‘Semana Cultural de Colombia’, una programación académica con baile, poetas, literatura y más. El entonces presidente dijo lo siguiente: “Queremos, a manera de contraprestación, que cada vez que alguien mire esta pintura, piense en Colombia; piense en que nuestro país tiene artistas capaces de inventar cosas bellas, de hacer perdurar emociones y, robándole el título al cuadro de Obregón, de producir creadores capaces de ayudar a que todos los días haya un nuevo amanecer, no solo en los Andes, sino en toda América Latina: un amanecer de paz y de justicia”.
Inauguración de la obra. Cortesía del diario El universal de Cartagena.