Laboratorio Cano nació en 2011 como un replanteamiento del tradicional Salón Cano, un evento que desde 1958 expuso año tras año los trabajos de la Escuela de Artes de la Universidad Nacional. En sus inicios, decía el curador José Roca en El Tiempo, el Salón no podía verse como una exposición en el sentido estricto del término: se premiaban las propuestas más destacadas, pero coexistían ejercicios académicos de alumnos primerizos con obras más logradas de aquellos a punto de graduarse en una muestra heterogénea. En 2011, un año después de que la curadora María Belén Sáez de Ibarra asumiera la dirección del Museo de Arte de la Universidad Nacional, el Salón cambió de nombre y le dio un giro a su dinámica para acercar a los estudiantes a una experiencia más real de todo lo que está en juego a la hora de organizar una exposición de arte seria: desde el tema curatorial hasta el presupuesto, pasando por la producción de las obras y la difusión.En Laboratorio Cano han participado unos 150 estudiantes y asesores de la talla de José Alejandro Restrepo y Nicolás Paris. En esta cuarta versión se recibieron por primera vez propuestas de estudiantes de otras universidades que desde hoy se exponen en el Museo de Arte de la Nacional. Son 27 proyectos de 40 artistas, curados por otros tres estudiantes de Artes Plásticas, con la tutoría del curador Jaime Cerón, el artista Alejandro Mancera y la docente Olga Foronda.Hablamos con María Belén Sáez de Ibarra y con Jaime Cerón sobre el desarrollo del proyecto y las particularidades de esta edición.

La curadora María Belén Sáez de Ibarra.¿Qué supuso el cambio de nombre de lo que hoy es Laboratorio Cano?María Belén Sáez: En 2007, cuando llegué a la Universidad, seguía existiendo el Salón Cano en el Museo, pero la Dirección de Patrimonio decidió que empezaría a apoyarlo, con recursos y acompañamiento, para mejorar la calidad expositiva. Había que actualizar el proyecto porque seguía un modelo muy básico: los profesores pasaban por los talleres, veían los trabajos y decidían cuáles iban para la exposición. Los estudiantes llegaban al museo y colgaban sus cosas como bien podían. Eso era el Salón, que llegó a ser una cosa desprestigiada sin mucho público. Entonces decidimos hacer algo similar a lo que hice en el Ministerio de Cultura con el Salón Nacional de Artistas: tratar de entender los procesos contemporáneos de curaduría, pensar un poco mejor los contextos de una exhibición, tratar de que las cosas fueran hechas con más tiempo; que no fuera una cosa tan inmediata, mediada por un jurado o un profesor con autoridad que dijera qué iba y qué no. Desde ese entonces empezó a llamarse Laboratorio Cano.¿Y cuáles fueron los cambios de fondo?M.B.S.: Además de que se desarrolla en un lapso de un año y medio, los estudiantes hacen el Laboratorio: la museografía, la producción de la obra, la curaduría, el montaje, la difusión. Nosotros les ayudamos con recursos económicos para la producción y los acompañamos en la elaboración y concepción de la obra. Invitamos a dos tutores de base al año, y estamos en contacto permanente con otros artistas y curadores, incluidos aquellos profesionales, del país y de afuera, que exponen en el museo. Este año los tutores fueron Jaime Cerón y Alejandro Mancera, pero los estudiantes también tuvieron contacto con João Fernandes, curador y subdirector del Museo Reina Sofía; con Carlos Bunga, artista que expuso aquí a finales de 2015; y con Juan Fernando Herrán, cuya revisión de su obra temprana ocupó las salas de marzo a junio de este año.¿Cuál es el concepto curatorial de la muestra, más allá de reunir propuestas hechas por estudiantes?Jaime Cerón: La muestra se llama Situaciones en suma. Intentamos que los estudiantes llevaran sus inquietudes lo más lejos posible de sus primeras concepciones, e incluso de sí mismos. También quisimos que trataran de superar la marca de autoría, en una búsqueda por entender una exhibición como un proyecto colectivo. El comienzo del proceso curatorial se basó en la idea de archipiélago, que funcionó como una metáfora de cómo cada participante es una isla: a pesar de que el agua la separara de las demás, está unida a las otras en el fondo del litoral.¿Cuál es el resultado pedagógico de un proyecto como este?M.B.S.: Que el estudiante, más allá de la creación, pueda tener contacto con otras prácticas como la curaduría, la crítica, la edición, la producción e incluso la gestión. Les abrimos este mundo a los chicos. El mismo Jaime Cerón contaba que, cuando estudió en la facultad de Artes de la Nacional, sentía que como artista no valía gran cosa, que a él lo que le gustaba era hablar de arte y que nadie le había dicho que eso se podía hacer.

El curador Jaime Cerón. ¿Todavía no hay un énfasis en curaduría en la Escuela de Artes de la Nacional?M.B.S.: No, esta es como casi todas las escuelas del planeta: conservadora y pensada desde la creación. En Colombia la universidad que más trabaja otros ejes es Los Andes, cuyo programa incluye áreas de gestión, curaduría y creación en determinadas fases de los procesos de estudio. Nosotros lo que queremos es darles a los estudiantes la posibilidad de que entren directamente al museo a vivirlo por dentro, a tener la experiencia de lo que va a ser su vida profesional dentro de poco tiempo, de enfrentarse a planos de montaje, presupuestos, cronogramas de trabajo, cuestiones de iluminación; a cómo lidiar con el espacio, a cómo pensar la obra en relación con un museo, a manejar un equipo de trabajo. Yo creo –y Laboratorio Cano cada vez me convence más de ello– que los artistas en Colombia necesitan ser, desde su formación, más ambiciosos. Y necesitan convencerse de que están haciendo obras de arte, no ejercicios escolares. Por eso también los desafiamos a medírsele al espacio inmenso de esta “verraca” sala, que hace temblar a los instaladores más expertos, y les ayudamos a pensar cómo se puede realizar su idea.J.C.: El Laboratorio Cano es un proyecto singular, por no decir único en el país. Se trata en principio de un proyecto académico, pero busca articular a los estudiantes a las prácticas profesionales dentro del campo del arte. Cuenta con un espacio de taller que se podía usar 24 horas al día, los siete días de la semana, y con un conjunto de asesores que hacen las veces tanto de profesores como de pares profesionales. Brinda la oportunidad única, en verdad, de trabajar en uno de los espacios de exhibición más profesionales del país que además cuenta con una programación de alto nivel de carácter internacional. Para esta ocasión las salas del museo estuvieron abiertas durante seis semanas, lo que permitió que los procesos iniciados en el taller culminaran como obras realizadas in situ. Adicionalmente el museo comisiona las piezas soportando sus costos de producción. ¿Qué llevó a que este año la convocatoria se abriera a otras universidades? ¿Cómo resultó?M.B.S.: Fue una propuesta de Jaime. Honestamente al principio no estuve muy de acuerdo, pero él simplemente no me hizo caso y al final acabó teniendo razón. El hecho de que los estudiantes de la Nacional tengan contacto con estudiantes de otras facultades de la ciudad solo los enriquece. Sobre todo se dan cuenta de que las oportunidades que ellos tienen acá no las tiene ningún otro estudiante (ojalá otras universidades se copiaran o hicieran un proyecto parecido).Por otro lado, con la apretura nuestros estudiantes pudieron ver distintos énfasis de otros grupos de trabajo. Uno nota, cuando visita los proyectos de grado de otras facultades, que los de la Nacional son particularmente políticos. Tienen una pulsión mucho más radical en relación con la sociedad, en término generales. Entonces es bueno que ellos también sientan cómo se van dando en las otras facultades unas dinámicas distintas, que se vuelven como organismos. Yo de todas formas sigo pensando que el énfasis debe ser la facultad de Artes de la Nacional, porque nosotros tenemos una responsabilidad de apoyar los procesos pedagógicos de acá.¿Usted, que trabajó con ellos, qué se encontró en términos artísticos?J.C.: Para mí fue interesante constatar de qué manera las personas más jóvenes encuentran nuevas vías para acercarse a situaciones de la vida diaria que a veces han sido representadas de forma tan reiterada, que parecen haber perdido el sentido. Creo que los artistas jóvenes que participan en este proyecto están más dados a sugerir, o a indicar sutilmente, que a representar o citar textualmente un hecho o experiencia. También me llamó la atención que los trabajos compartan un intento por condensar experiencias humanas en los restos materiales o acciones corporales de las que surgen las obras. Esa apuesta, por acciones o situaciones de acumulación de tiempo y materia, parece darles pistas a los espectadores.Hace un par de días se publicó en este mismo medio un reportaje angustioso sobre el estado del edificio de la Escuela de Artes. ¿Qué se puede decir sobre el Museo de Arte y su funcionamiento?M.B.S.: A mí me parece que, en general, las universidades del país tienen que comprometerse mucho más con el arte, porque además están graduando un volumen muy alto de estudiantes. Si tienen escuelas en donde están enseñando, deben tener los espacios adecuados para brindar esa educación y deben apoyar los procesos de un sector profesional. No se puede pensar que el problema no es nuestro. Si uno está tratando de apoyar los procesos de la medicina, se debe tener un hospital donde se educa, se atiende y permite que los médicos puedan trabajar. Siento que las universidades deben entender que las prácticas del arte también necesitan espacios profesionales para su ejercicio que no se pueden dar en cualquier aula. Necesitan condiciones especiales, espacios, recursos, programas de financiación. Eso el país no lo ha entendido, y está muy lejos de entenderlo; la Universidad Nacional incluida, porque a pesar de que tiene unos escenarios muy importantes, como el auditorio León de Greiff, tampoco los asume a cabalidad.