Aunque la salida forzosa del general Gustavo Matamoros ha creado cierto revuelo, la verdad es que hace parte de la tradición que militares de alto nivel sean "retirados" por sus superiores civiles sin que eso desate más que unos días de noticias de prensa. Casi ningún presidente, desde los años sesenta, ha dejado de hacer uso de la llamada "facultad discrecional" para zanjar diferencias con los uniformados y, salvo una solitaria excepción, las tensiones se han revelado tormentas en un vaso de agua. Tradición civilista que tiene una contrapartida indeseable: raramente se informan al público todas las razones tras estas crisis. La salida de Matamoros sigue la partitura.Si bien el general no tiene la jerarquía histórica de algunos de sus predecesores que se pelearon con sus superiores, su salida presenta rasgos comunes con episodios del pasado. Esta vez no hubo "ruido de sables", tan recurrentes como inocuos en el último medio siglo en Colombia. Algunos han lucido como crisis más graves que otros y han tenido al país en vilo por unos días. Pero todas las destituciones, salvo una, han terminado con los militares siguiendo el refrán citado por el general Douglas McArthur cuando el presidente Harry Truman lo destituyó, en 1951: "Los viejos militares nunca mueren, simplemente, se desvanecen". En Colombia, no pocos lo hacen en una embajada.En algunas destituciones, las razones de fondo se han preservado con tanto celo del público que los historiadores las siguen discutiendo hasta hoy. En 1965, el presidente Guillermo León Valencia despachó a su ministro de Guerra, el general Alberto Ruiz Novoa. Se dice que Valencia se molestó por un banquete que la Sociedad de Agricultores de Colombia ofreció en honor del oficial; que este aspiraba secretamente a reemplazarlo; que su rival, el comandante del Ejército, el general Alberto Rebéiz Pizarro, habría atribuido intentos de golpe a Ruiz Novoa… En otras, se justifica la baja con razones que no parecen lo suficientemente contundentes. Carlos Lleras Restrepo salió del comandante del Ejército, el general Guillermo Pinzón Caicedo, en febrero de 1969, alegando que sus editoriales en la revista de las Fuerzas Armadas y, en especial, que hubiera cuestionado el nombramiento de un civil al frente del presupuesto del Ministerio, eran impropios de un militar.Similar a la salida de Matamoros fue la de los generales Álvaro Valencia Tovar y Gabriel Puyana, comandantes del Ejército y de la Brigada de Institutos Militares, respectivamente, que decidió el presidente Alfonso López, en mayo de 1975, por "liderazgo militar inconveniente". Aunque aún se dice que ambos militares se opusieron a que López detuviera la operación Anorí, lanzada a fines del gobierno anterior, que tenía acorralado al ELN. La verdadera razón de la salida fue la fricción entre los dos generales y su jefe, el entonces ministro de Defensa, general Abraham Varón Valencia. Al igual que en el caso de Matamoros, Varón le pidió a López que los llamara a calificar servicios, y el presidente así lo hizo. Algunas destituciones han tenido razones claras, ligadas al carácter no deliberante de los militares. Belisario Betancur tuvo un lance crítico con su ministro de Guerra, el general Fernando Landazábal, cuando lo despidió por su oposición pública a las negociaciones con la guerrilla, en enero de 1984. El oficial había criticado la reunión en Madrid con la cúpula del M-19, y dijo a Margarita Vidal, en televisión, que "el país se acostumbraría a oír a sus generales". La salida enfrentó tal resistencia entre los uniformados que, para consolidar su autoridad, el presidente pasó una noche en la guarnición de Tolemaida. Landazábal terminó homenajeado por el mandatario y como embajador en Holanda.Sobre las diferencias entre el presidente Virgilio Barco y su ministro, el general Rafael Samudio, se murmuró mucho, y la salida del oficial, en noviembre de 1988, se atribuyó a declaraciones contra el proceso de paz y, en particular, a un discurso en el que se quejó por falta de presupuesto, cuando se lo acababan de aumentar, según un miembro del entorno de Barco. Sin embargo las razones de fondo habrían tenido que ver con serias diferencias entre uno y otro frente a la guerra sucia y el paramilitarismo, que se ventilaron en privado.Uno de los episodios más fluidos y transparentes tuvo lugar, paradójicamente, cuando los militares perdieron más poder: la decisión de César Gaviria de pasar a retiro al ministro de Defensa, general Óscar Botero, para entregar la cartera a Rafael Pardo, el primer civil que la ocupaba desde 1953, se acató sin que los militares dispararan ni una salva verbal.Otra crisis seria tuvo lugar durante el asediado gobierno de Ernesto Samper, cuando se volvió a hablar de "ruido de sables". En noviembre de 1995, una docena de generales y tres almirantes fueron pasados a retiro. En enero de 1996, en pleno escándalo por los dineros del narcotráfico en la campaña, el general Ricardo Cifuentes, comandante de la II División, renunció, con una frase que se volvería tan célebre como las del mandatario: "El presidente no merece mi confianza". La salida del general Harold Bedoya, comandante de las Fuerzas Militares, en agosto de 1997, tuvo lugar luego de varios episodios escandalosos. En julio de 1995, el gobierno sospechó que Bedoya había filtrado a SEMANA un documento suyo contra un eventual despeje del municipio de La Uribe para negociar con las Farc -el escándalo subsiguiente llevó al presidente a ratificar su autoridad acuñando una de sus frases, en la base naval de Cartagena: "Aquí mando yo"-. En junio de 1997, Bedoya calificó de "circo de payasos" la liberación de uniformados capturados por las Farc en la toma de la base militar de Las Delicias, Putumayo. Cuando el presidente Samper le pidió la renuncia, el general se negó y fue retirado, aduciendo "razones de Estado". Hasta hoy se especula si conspiraba o no para tumbar al presidente.Andrés Pastrana logró sortear sin mayores traumatismos, en mayo de 1999, la renuncia de su ministro de Defensa, Rodrigo Lloreda, y las amenazas de seguirlo que hicieron muchos generales y coroneles, por diferencias en torno al manejo del proceso de paz con las Farc.Una sola vez, en esta historia patria de disensos cívico-militares, la destitución de un alto mando terminó en golpe de Estado. El 13 de junio de 1953, el comandante de las Fuerzas Militares, Gustavo Rojas Pinilla, sacó con cajas destempladas a Laureano Gómez de la Presidencia. El presidente, que había abandonado temporalmente el cargo por líos de salud, pidió a su designado Roberto Urdaneta, y al ministro de Guerra que destituyeran a Rojas, pues el Ejército habría detenido y torturado, sentándolo en un bloque de hielo para que "confesara" un complot, al empresario antioqueño Felipe Echavarría Olózaga. Cuando Urdaneta y el ministro se negaron, Laureano intentó hacer cumplir la orden, pero Rojas se fue al Palacio y lo sacó del poder.Por fortuna, esta es la excepción. La tradición es como está teniendo lugar ahora la salida del general Gustavo Matamoros. Aunque viene de una distinguida familia militar y su padre fue ministro de Defensa, pertenece a una categoría distinta a la de los ejemplos históricos descritos. No era comandante de las Fuerzas Armadas o ministro de Defensa. Tampoco sale por declaraciones que incomoden al presidente de turno. Sin embargo, el empleo de la facultad discrecional, su intención de hacer públicos sus reparos, contenida al cabo de unos pocos días, y cierto malestar en las filas por su retiro recuerdan incidentes anteriores.