Muy pocos sitios en el mundo son tan emblemáticos y representan la degradación y la desidia estatal como la llamada zona del Bronx. Está localizada en pleno corazón de la capital de la República y a menos de 600 metros de distancia del centro del poder del país: la Presidencia, la Alcaldía, el Congreso, el Palacio de Justicia, el Batallón Guardia Presidencial y el Comando de la Policía Metropolitana. Lo que allí ocurría sencillamente supera con creces cualquier película de horror. Y eso quedó en evidencia tras la operación de las autoridades la semana pasada.

El ambiente que se respira y el olor del lugar son indescriptibles, pero causan una inmediata irritación en los ojos, nariz y garganta. Es una mezcla de basura, excremento de humanos y animales y comida descompuesta. Todo está en las calles. Todo está a la vista. Pero eso es tan solo la puerta de entrada a un mundo aterrador que de paso deja muchas lecciones para la política, el concepto de autoridad y de dignidad humana. (Vea: así es el corazón del Bronx)

En las viejas y semidestruidas casonas republicanas las escenas son impactantes. En los corredores, escaleras y pisos se observa gran cantidad de rastros de sangre. En muchas de las paredes hay rasguños y partes de piel. En varios lugares hay cadenas y cuerdas a las que amarraban a personas torturadas. Cuartos llenos de desechos y heces estaban acondicionados como celdas para mantener secuestrados.

En espacios que no superan los 2 metros cuadrados se encontraron 10 y hasta 15 personas amontonadas consumiendo bazuco. Entre ellos varias mujeres embarazadas y otras que sostenían a niños de escasos meses de nacidos, como si fueran muñecos de trapo.

A pocos metros, en lúgubres ‘discotecas’, decenas de menores de edad, la mayoría niñas, eran obligadas a consumir alcohol casero y bazuco. Como pago por las dosis y una rumba sin control muchas de ellas eran víctimas de abusos sexuales. Algunas al igual que mujeres adultas, permanecían durante semanas y meses convertidas en esclavas sexuales a cambio de una papeleta de droga o de una bolsa con desechos de comida para apaciguar el hambre. (Vea: las cartas olvidadas del Bronx)

Todo esto, y mucho más, encontraron en la madrugada del pasado sábado 28 de mayo la Alcaldía y la Policía al realizar la más grande y ambiciosa intervención hecha hasta ahora en el Bronx. Comenzaron a planear el operativo, con 2.000 policías y 180 soldados, desde febrero de este año y bajo el liderazgo del secretario de Seguridad de la Alcaldía, Daniel Mejía, y del comandante de la Policía Metropolitana, general Hoover Penilla. Durante semanas enteras diferentes grupos de todas las especialidades de la Policía entrenaron en la base de Sibaté en donde recrearon a escala real las condiciones de las calles del Bronx. (Vea: Distrito iniciará demoliciones en el Bronx)

En coordinación con el Ejército y la Fiscalía, hacia las tres de la mañana del último sábado de mayo, una tractomula que llevaba en su interior más de 100 miembros de comandos de la Policía se estacionó en la calle principal del Bronx, como si fuera un caballo de Troya. Otros seis camiones del Ejército con militares y policías rodearon el sector y taponaron las vías de salida. Cerca de 2.000 patrulleros, 180 militares y un puñado de investigadores del CTI se tomaron el lugar. Desde el aire varios drones policiales y un helicóptero de la FAC apoyaban con información la toma.

La operación fue impecable y no hubo un solo herido. El riesgo era inmenso ya que por informaciones de inteligencia se sabía que en el sitio había al menos 120 personas encargadas de prestar seguridad a las mafias que allí actuaban, muchas de ellas hasta con fusiles de asalto. Las autoridades no les dieron tiempo de responder y evitaron así una confrontación que hubiera podido terminar en tragedia. (Vea: Peñalosa explica qué fue lo que se hizo en el Bronx)

En pocas horas encontraron de todo: armas de fuego, granadas, dinero en efectivo, más de 120.000 dosis de droga, caletas, etcétera. Arrestaron a una a docena de personas, entre ellos tres de los capos del lugar. Pero más allá de buscar desarticular las mafias, la intención era rescatar a centenares de personas y acabar con un feudo del crimen y la degradación humana, como afirmaron el alcalde Enrique Peñalosa y el secretario de Seguridad, Daniel Mejía.

Mafias y microtráfico

Las autoridades encontraron en el Bronx a 1.600 personas. Entre ellos estaban 149 menores, algunos de los cuales llevaban hasta semanas allí. Fueron entregados al ICBF que se encargó de su custodia y de regresar a varios a sus familias. En el sitio hallaron a ocho extranjeros que, según las autoridades, estaban en el lugar como parte de una exótica y peligrosa práctica conocida como narcoturismo . No menos revelador fue que allí aparecieron cerca de 30 personas que por años estuvieron en los listados de las autoridades y ONG como desaparecidos. (Vea: los desaparecidos que aparecieron en el Bronx)

El Distrito atendió a centenares de habitantes de calle que vivieron durante años en el lugar y los ubicó en albergues en la ciudad. Con el paso de los días sus historias y las de quienes participaron en la operación revelaron horrores aún más escabrosos.

El director del CTI, Julián Quintana, entregó una de las declaraciones más sorprendentes y polémicas. Hace un año dos de sus investigadores, que realizaban averiguaciones sobre un desaparecido en el sector, fueron secuestrados y torturados en el Bronx. Según Quintana, la intervención de la semana pasada permitió descubrir que hubo descuartizamientos de personas en esa zona. Afirmó también que las mafias arrojaban personas vivas a perros hambrientos para que las devoraran, y que incluso había barriles con ácido para desaparecer cuerpos. Aunque ninguna otra autoridad confirmó estos hechos, sus afirmaciones le dieron la vuelta al mundo y ocuparon los principales titulares de la prensa nacional y extranjera.

Lo cierto del caso es que los hechos documentados en el Bronx ya eran alarmantes. Videos de recicladores a quienes las mafias les pagaban con dosis de droga para sacar cuerpos de personas allá y arrojarlos en los caños o calles de la ciudad, dan una idea de la magnitud de lo que allí pasaba.

Múltiples historias y razones llevaron a centenares de personas a caer en la mayor olla de consumo de droga de Colombia. El común denominador de los habitantes del sitio es que son adictos, arrastrados a vivir en ese lugar donde podían conseguir cualquier tipo de droga a cambio de unas pocas monedas o de someterse a todo tipo de vejámenes.

En este video se observa a un grupo de recicladores que viven en el Bronx sacando un persona asesinada para arrojarla en los caños de la ciudad. Estaban cumpliendo la orden de los llamados ‘sayayines’, quienes les pagaban con una dosis de droga por desaparecer el cuerpo.

Varias administraciones han prometido recuperar el Bronx y crear programas de ayuda. Nada de eso ha pasado. Por el contrario. Lo único que cambió es que con el paso del tiempo y de las administraciones, la población consumidora del Bronx creció y se fortalecieron sus maquinarias criminales. Usando a los habitantes como escudos, temidas bandas lo transformaron en un centro de operaciones de mafias organizadas en el corazón de Bogotá.

Allí actuaban lo que en el bajo mundo se conocen como ganchos, pequeños pero poderosos grupos que manejan el tráfico al menudeo. Esas estructuras se llaman Mosco, Morado, Payaso y Nacional. Cada uno de esos grupos contaba con hombres armados, conocidos como ‘sayayines’, encargados de cobrar las deudas y garantizar que los negocios funcionaran. Allí todo vale. Una papeleta de bazuco vale 1.500 pesos; el derecho a dormir en la calle, 1.000. (Vea: narcoturismo en el Bronx)

El poder de estas bandas se ha fortalecido de manera dramática en los últimos años debido al aumento del microtráfico en el país. El consumo de droga, especialmente cerca de los colegios por medio de jíbaros, ha crecido exponencialmente. Las cifras del ICBF y la Defensoría señalan que la edad en que los niños están empezando a consumir bajó a 9 o 10 años. Se estima que en Bogotá pueden existir más de 800 expendios de droga. Un negocio que mueve cerca de 1.500 millones de pesos diarios, de los cuales tan solo 300 lo hacen en el Bronx. Por esto ese sector se transformó en el principal centro de distribución y consumo, lo que fortaleció el poder de esas bandas, las cuales han exportado su ‘modelo’ a otros países como Ecuador o Venezuela. De hecho, hace dos años en estas dos naciones la Policía capturó a dos de los jefes del Bronx. ¿Cómo se llegó a esto?

Hace casi 20 años, durante su primera alcaldía, Enrique Peñalosa emprendió el trabajo de recuperar la zona conocida como el Cartucho. Con una inversión de más de 18.000 millones de pesos, el lugar fue demolido y allí se hizo el parque Tercer Milenio. No obstante, muchos de esos habitantes se desplazaron a pocas cuadras y comenzó a nacer la llamada zona del Bronx. (Vea: Bronx: el problema viene desde la colonia)

En las siguientes administraciones el lugar creció hasta llegar a la realidad que conoció el país la semana pasada. El divorcio entre las políticas de las últimas tres Alcaldías con la Policía y la Fiscalía facilitó que las mafias actuaran sin control. Esa falta de autoridad, sumada al cliché de que imponer el orden en esa zona de la ciudad era una medida clasista, incidieron en que las condiciones de degradación se agravaran. A todo eso se sumaron casos de corrupción de las autoridades, que en muchas ocasiones actuaron como cómplices de las mafias del Bronx.

Hace tres años la Policía intentó tomar la zona. Capturaron a varios de los jefes de los ganchos pero el esfuerzo pronto se desvaneció, porque la Alcaldía de entonces consideró que se trataba de una medida represiva que afectaba a los habitantes de calle. Se dio prioridad a la atención social, pero la acción integral y simultánea con la Policía y demás operadores de justicia nunca funcionó. El Bronx siguió creciendo.

La operación de la semana pasada es un primer paso para ayudar a los habitantes de calle y recuperar una zona neurálgica de la capital. Sin embargo, eso no es suficiente y los retos para consolidar el sector y evitar que el fenómeno se mueva a otras zonas de la ciudad no son fáciles. La Alcaldía ha anunciado varios programas y un plan para impedir que aparezcan nuevas ollas tipo Bronx. Solo el tiempo dirá si estas iniciativas funcionan.

¿Qué viene?

En su segunda oportunidad, Enrique Peñalosa sabe que no se puede repetir la historia del Cartucho. Para ello es necesario actuar en varios frentes a la vez. El primero de ellos es el de la seguridad. Las cantidades de droga que se movían en el Bronx, sumadas al perfeccionamiento y estructura de sus mafias, permiten afirmar que en el lugar impera el narcotráfico, más que el microtráfico. Y que, por tanto, todas las autoridades policivas y judiciales deben generar acciones coordinadas dirigidas a combatir la criminalidad.

Daniel Mejía le dijo a SEMANA que el siguiente paso en materia de seguridad será combatir el consumo problemático de drogas asociado a organizaciones criminales que antes operaban en la zona, lo cual implica quitarles el mercado y los consumidores de su entorno inmediato. Así mismo, se espera realizar en los próximos meses nuevas intervenciones en barrios aledaños como San Bernardo, María Paz y Cinco Huecos, para evitar que las mafias se desplacen y los habitantes de calle a estos lugares. “Anticiparnos a los potenciales lugares de llegada de redes de narcotráfico es una de nuestras prioridades”, dice.

El tema social no se puede abandonar. Como insistía la senadora Gilma Jiménez, quien hace 16 años participó en el proceso del Cartucho, “a las autoridades competentes les corresponde intervenir con todo el rigor de la ley, pero también con responsabilidad social y humanitaria, los sectores donde se detecte este flagelo social, antes de que se vuelva inmanejable”. (Vea: Así viven los habitantes del Bronx por fuera del infierno)

Frente a esa necesidad, la Administración encargó a 800 funcionarios y contratistas concentrarse en las tareas de proyección de los niños, niñas y adolescentes, los habitantes de calle, las familias y los recicladores del sector.

Las autoridades nacionales también intervinieron: el ICBF adelanta un proceso de reunificación y protección de los 134 menores que fueron encontrados el sábado pasado. Hasta el momento, 21 niños han regresado con sus familias y se les ha iniciado un proceso para restablecer derechos. Los que permanecen bajo custodia del instituto –en su mayoría entre 12 y 17 años- reciben atención psicosocial.

Después de los menores, los habitantes de calle son el segundo grupo más vulnerable. Las mafias han aprovechado sus adicciones para cometer actividades delictivas e incluso utilizarlos como escudos humanos. La Secretaría de Integración Social en cabeza de María Consuelo Araujo, dirige un proyecto de contacto activo en calle para convencer a estas personas de aceptar ayuda. El programa busca trascender el asistencialismo y convertirse en una oportunidad para que recuperen su identidad como ciudadanos. Para esto hay siete centros de rehabilitación en la ciudad, que en menos de una semana han prestado servicios de alimentación, vestido y apoyo psicológico a 2.244 habitantes del Bronx. (Vea: del infierno del Bronx a un hogar)

Frente al problema de la recuperación urbana, la Secretaría de Hábitat junto con el Catastro tendrán la labor de encontrar a los dueños de los predios de la zona y coordinar su demolición para dar paso al proyecto que irá en su lugar. Esta vez se ha planteado que en vez de crear un parque contemplativo como el Tercer Milenio, en la zona del Bronx haya una renovación urbana que incluya centros infantiles, comedores comunitarios, parques, canchas sintéticas y actividades que beneficien a la comunidad y contribuyan a restaurar el tejido social del barrio. Para esta labor trabajarán de la mano la Secretaría de Salud, la Unidad Administrativa de Servicios Públicos, el Instituto de Recreación y Deporte y el Instituto Distrital de Gestión de Riesgos, Idiger.

En 1999, Peñalosa afirmó que con la actuación en el Cartucho la ciudad había presenciado el fin de “su peor vergüenza”. Entonces no sabía que 17 años después, y de regreso en el Palacio Liévano, tendría que enfrentarse al reto de intervenir la zona cuya dinámica tiene aterrados a los colombianos, a la que los medios de todo el mundo han calificado como el peor de los infiernos.