Quienes nos movemos en la brega empresarial hemos visto como -en los últimos tiempos y a la par con el auge de temas relacionados con el desarrollo y la sostenibilidad-, desde diversos organismos se ha venido dando impulso a un modelo empresarial encaminado a lograr el posicionamiento de la empresa entre sus públicos clave. Un asunto que los especialistas llaman "reputación corporativa". Un nombre nuevo para un asunto viejo y que para los empresarios de siempre se denomina "éxito empresarial". En la actualidad, tenemos al alcance herramientas e indicadores de diversa índole para promover y medir las competencias de los miembros del equipo, el clima laboral, el sentido de pertenencia, el compromiso con la calidad de los procesos. De igual forma, se han afinado los mecanismos para impulsar y monitorear la productividad, el reconocimiento alcanzado por los productos y servicios, la satisfacción de los clientes, la acogida a los programas sociales por parte de la comunidad y el buen nombre de la empresa en general. Debo decir que no estoy en contra de nada de ello. Por el contrario, creo que anteponer el bienestar de las personas y la calidad de los productos sobre otros intereses, ha resultado una fórmula mágica para muchas organizaciones. Lo que preocupa es que la moda gerencial de turno se quede solo en buenas intenciones, sin que sea aprehendida plenamente por los actores y se pierda la oportunidad de convertir el emprendimiento en un triunfo perdurable y benéfico para todos los involucrados. El reto, entonces, es que se quiera hacer y se cristalice de manera efectiva en la cultura de la empresa. En el mundo de hoy, cuando tanto los individuos como las instituciones nos vemos enfrentados a los desafíos de la globalización, el desarrollo vertiginoso de la tecnología y la competencia constante, se hace urgente y necesaria la concreción de acciones, producto de esa conceptualización de empresa, donde el éxito esté fundamentalmente asociado a la contribución que esta hace a la calidad de vida del hombre dentro y fuera de su lugar de trabajo. Porque el nuevo orden no solo ha incidido en la forma de gestionar las organizaciones. De manera especial, este ha traído cambios en la vida familiar y en los hábitos de las personas. En ese contexto, y como empresario formado en la universidad de la vida, me atrevo a decirle a todos aquellos que están pensando y planeando la puesta en marcha de su emprendimiento: adopten un modelo gerencial que les permita mantener a las personas como centro de la estrategia, principio y fin de su quehacer, pues es el compromiso y participación de los seres humanos involucrados en el proyecto lo que le va a permitir asumir con confianza los riesgos que conlleva hacer empresa. De igual forma, son las personas y no las máquinas quienes constituyen el motor de la creatividad y la innovación, imperativas en este tiempo signado por la transformación constante. Siempre y en cualquier actividad serán más importantes las personas que el capital financiero. La cultura organizacional, entendida como el conjunto de valores, creencias y comportamientos de las personas que conforman la organización, debe ocupar un lugar preponderante. Dele el mayor valor al desarrollo integral de sus colaboradores. Promueva hábitos propios y auténticos que inspiren a su gente. Piense que las personas tendemos a permanecer dándolo todo, allí donde somos reconocidos y recompensados por lo que somos y aportamos. Con un equipo de trabajo comprometido tenemos el mejor puntal de apoyo para pensar en grande y acometer lo que en el mundo académico-gerencial se denominan 'las megas', objetivos supremos, encaminados a marcar la diferencia en el mercado con productos que pueden llegar a cambiar para bien la vida de las gentes. Porque como lo dijo en alguna oportunidad Theodore Roosevelt : "Es mucho mejor atreverse a hacer cosas grandes, a obtener triunfos gloriosos, aún cuando matizados con fracasos, que formar en las filas de aquellos pobres de espíritu que ni gozan mucho, ni sufren mucho, porque viven en el crepúsculo gris que no conoce la victoria ni la derrota". He ahí uno de los retos fundamentales del empresario. Pero el asunto no termina aquí. Contar con una fuerza laboral que asuma con entereza los riesgos y haga de la innovación un estilo de vida, no basta. A pesar de ser el activo más importante de una corporación, la gente por sí sola no es suficiente. Lo verdaderamente importante es que su compromiso, entrega y profesionalismo se traduzcan en productos y servicios de calidad para el cliente, el actor más importante del negocio. El triunfo verdadero y perdurable vendrá, entonces, en la medida en que unos y otros, actores internos y externos, se hagan partícipes de esta dinámica. Y que, como producto de ello, la empresa alcance los resultados y la rentabilidad necesaria para seguir generando progreso. Sin esto, todo sería vano, pues bien vale la pena recordar que las utilidades son para la empresa como el oxígeno para el organismo; no es el objeto de la vida, pero sin él no hay vida.