Han pasado 43 años desde que Andrés Caicedo (1951-1977) decidió acabar con su vida. Desde entonces, su producción creativa y su figura han alimentado la imaginación de lectores y seguidores que vuelven constantemente a él para dimensionar el tamaño de su legado. Caicedo no solo se adelantó a su tiempo con la conceptualización de lo que luego se conocería como el Gótico Tropical, sino también presenció el desmarque de ese movimiento denominado boom literario latinoamericano y optó por un mundo cinematográfico que como actividad humana no ha dejado de sorprendernos y como arte no ha dejado de maravillarnos. En Balada para niños muertos, la más reciente película de Jorge Navas, que se estrena este viernes 13 de marzo en la edición número 60 del Festival Internacional de Cine de Cartagena (FICCI), se relata, entre testimonios, lecturas y material de archivo, una no muy explorada arista de su vida: la del niño tímido, precoz, cinéfilo consumado y literato apasionado por el terror y el cine de serie B, quien decidió ir en búsqueda del afamado productor Roger Corman a Los Ángeles. Allí, en sus incesantes caminatas e infructuosas búsquedas de alternativas laborales como guionista, se vio obligado a deambular por hoteles de mala muerte, en los que convivió con prostitutas, distribuidores de drogas y malhechores; personajes que, unidos a las realidades sórdidas que experimentó en Cali, fueron el germen disparador de una de sus obras más reconocidas: ¡Que viva la música!
Jorge Navas. Foto: Carlos Julio Martínez El trabajo visual de Navas retrata, además de esa búsqueda, una época que vivió, disfrutó y sufrió Caicedo en Cali, ciudad que quedaría marcada por la explosión de 1053 cajas que contenían 42 toneladas de dinamita el 7 de agosto de 1956. Cientos de personas perecieron en ese hecho que, aunados a la muerte de un hermano de Andrés por hidrocefalia, marcaron el mundo tumultuoso que explora Balada para niños muertos indaga. Antes del estreno de su documental, hablamos con Navas sobre la decisión de volver a hurgar en la vida de Andrés Caicedo, sobre la producción de su película y sobre el legado de Caliwood para el cine colombiano. Para comenzar, quisiera saber ¿por qué decidió hacer una película —documental— sobre Andrés Caicedo, una figura que para muchos ya ha sido explorada en exceso y que puede llegar a ser vista como un lugar común en la literatura y el cine en Colombia? Hay un tema que me llama mucho la atención y es el Gótico Tropical, y sobre él llevaba trabajando varios años en un largometraje que se iba a rodar el año pasado, pero que por la ínfima cifra de $8.000 de una Aseguradora de Riegos Laborales que desembolsaba el Fondo para el Desarrollo Cinematográfico no se pudo desarrollar. En esa investigación logré hacer entrevistas a Luis Ospina, a Sandro Romero; era una búsqueda personal y coincidió con que Telepacífico me llamó para hacer un trabajo de los cuarenta años de ¡Que viva la música! Caicedo realmente fue el que se inventó el concepto de Gótico Tropical, que académicamente se ha ido desarrollando con todos los elementos que él fue adicionando.
¿Qué cree usted que muestra Balada para niños muertos que no se muestra en otro trabajo visual sobre Caicedo? El documental muestra un lado oscuro que no ha sido dado a conocer. Andrés Caicedo se relaciona con el rock, con la salsa, con la rumba y con cierta felicidad autodestructiva, pero nunca se había mostrado su intimidad desde su familia y de sus obsesiones con la literatura, la muerte y con la serie B. Eso lo corroboran Luis Ospina y Sandro Romero: había una nueva información que no se conocía y ellos terminaron sorprendidos. Este trabajo es un viaje al inconsciente de Andrés Caicedo, por así decirlo. Es una radiografía de una época que tuvo que ver mucho con la violencia y de un niño que nace en medio de la lucha bipartidista en Colombia y de esa explosión en Cali que mucha gente nunca entendió por qué sucedió. Andrés anunció la entrada del narcotráfico y él veía que todo se estaba desmoronando: las primeras referencias de la cocaína en la literatura colombiana urbana están ahí. Él genera un retrato social de esta Colombia llena de muertos y de desaparecidos, que es muy violenta. Es que eso es lo que es el Gótico Tropical: traer todo el imaginario del Gótico Inglés y del cine de serie B, pero vincularlo políticamente. Para mí un paramilitar es un fantasma que quita vida y un vampiro que devora y aniquila vidas y no tiene compasión por nadie. Por eso me interesa mucho el Gótico Tropical y la forma como luego lo aplicaron Carlos Mayolo y Luis Ospina, dos directores que entendieron que el monstruo es un ser político, que el monstruo es esta sociedad colombiana en la que todos los días nos matamos entre todos. Me parece muy importante ese concepto que habla de nuestros muertos y de las almas perdidas que buscan las paz en un país que nunca tiene paz. ¿Cuáles fueron los descubrimientos más deslumbrantes que tuvo haciendo el documental, que está cargado de un fuerte trabajo periodístico? El primero fue saber que Andrés Caicedo tuvo dos hermanos que murieron antes y después de él. También entender que en su familia había muchas muertes de hombres y que pasaba algo en la forma en cómo morían, que fue muy trágica. Eso se fue asimilando, pero marcó a la familia de manera silenciosa. Me interesa el tema de las constelaciones familiares, me llama la atención que se haya muerto un hijo y ese secreto que guardan los padres para no contarle a sus otros hijos. Es la simetría y numerología que se van repitiendo. Es comprender que el último hijo tuvo una espina bífida y murió por ella y que de ahí viene ese apasionamiento de Caicedo por su muerte y ese mundo de monstruosidad. ¿Cree que esos hechos trágicos y ese mundo subterráneo que Caicedo habitó ayudaron a marcar su producción intelectual? ¡Sin duda! Esa es mi tesis en el documental. Me asombró mucho cuando Rosario, su hermana, me mostró los poemas que él le pedía que le leyera cuando ella tenía seis y él cinco. Había un poeta colombiano del que no se conoce su identidad que le encantaba sobremanera a Caicedo y hablaba de una mujer ya muerta. Además, la mamá trataba a todos los muertos de la familia como si estuvieran vivos. Esa ausencia fantasmal era muy recurrente. Tuve una impresión muy fuerte, porque cuando comencé a leer los guiones que él había escrito la presencia de Howard Phillips Lovecraft y la constatación de lo que me había contado Rosario son evidentes: en sus guiones está todo ese mundo de muertes que le había tocado y que había bebido de Lovecraft. Su producción siempre fue muy autobiográfica y llena de fantasmas que lo habían rodeado. Le dio vida a esos niños y ellos terminaron convirtiéndose en monstruos. Eso se evidencia en el guión "La estirpe sin nombre", que cuenta la historia de una mujer que sufre de catalepsia, despierta en un mausoleo y en esa oscuridad hay un ser maligno que la viola y tiene un hijo. Cuando la rescatan ese niño tiene características como uno de los hermanos de Andrés, que resultó falleciendo. Ese niño crece, sigue creciendo y se convierte en una araña que incendia la casa, en donde habita un padre que se vuelve loco.
¿Cómo lee el hecho de que Roger Corman, a quien Caicedo nunca pudo encontrar, venga a Colombia al FICCI cuando usted lanza este documental sobre él? ¿Hay una especie de justicia poética? Impacta mucho ver cómo se descubre cuando las hermanas recuerdan haber visto la película de Drácula y entender cómo él se imaginó ese mundo de miedo y esa conexión de fantasmas, porque ahí se obsesiona por esa película de la serie B de las películas de la Hammer Films, que hacía trabajos de terror. A partir de ese susto, comenzó a buscar ese mundo y seguramente conectó a ese Drácula con las historias que vivía en su casa. Roger Corman era el productor que hacía esas películas con adaptaciones de Edgar Allan Poe, de Lovecraft, entre otros y la serie B era el escalón más accesible de Hollywood, porque no eran los grandes estudios, y Andrés pensaba que podía llegar a ellos. Lo buscó en Los Ángeles y no lo pudo ni ver, entonces va a ser interesante que ahora Roger Corman pueda conocer a profundidad sobre Caicedo.
¿Qué libretos llevó Andrés Caicedo para presentarle a Roger Corman? Andrés ya tenía un pequeño adelanto de la novela de ¡Que viva la música! y ahí inició con toda en Los Ángeles, en vista de que no pasaba nada con Corman y ese es realmente un descubrimiento potente. Entonces, siguió escribiendo guiones, pero se dio cuenta de que no era necesario llevar todo el libreto, sino que podía vender y así mismo entregar el argumento y con eso, si era aceptado, desarrollar el guion completo. El primer libreto que él llevó fue "La estirpe sin nombre" y el otro era "La sombra de Innsmouth", una novela famosa de H. P. Lovecraft. Esos dos guiones los escribió en Atlanta, Estados Unidos, y mientras tanto, las tradujo su hermana Rosario. Con esas traducciones se fue a buscar a Corman a Los Ángeles, pero lastimosamente no lo pudo ubicar. Después de abordar su vida de manera tan profunda, ¿en qué crees que radica esa obsesión entre creadores, cinéfilos y lectores por la figura de Andrés Caicedo? Es que Andrés Caicedo es impresionante. A él lo estudian en universidades del mundo con el tema del Gótico Tropical y la queer theory; porque sus novelas son de las pioneras en abordar el ámbito femenino desde lo masculino. Caicedo era un tipo muy vanguardista. Luis Ospina sostuvo en el documental que lo impactante de Caicedo era que escribía sobre los reales problemas de la juventud que hoy día siguen teniendo vigencia: el amor, la fraternidad, la traición, el olvido y la venganza, en esa transición de joven a adulto. Además enmarcada en una década de los años setenta, que fue una explosión creativa y en la que muchos hubieran querido vivir, porque además fue muy punk, urbana y psicodélica. ¿Si tuviera la oportunidad de ver y entrevistarse por media hora con Andrés Caicedo, qué le preguntaría? Sobre el planteamiento del destino, como en la tragedia griega y cómo ese destino que está listo y lo debes enfrentar. Creo que Caicedo sí tenía un guión predeterminado de su existencia. Él tenía una conciencia de irse convirtiendo en un mito y una serie de hechos lo fueron convirtiendo en esa figura. ¿Qué tanto le ayudó Rosario Caicedo a la construcción de este documental? Con Rosario tuvimos muy buena conexión. Me fui para su casa a Connecticut durante varios días y ella me mostró todo: cuadernos, archivos, fotos y sus primeros trabajos. Ella me llevó a New Haven, en donde está la sede de la Universidad de Yale, en esa zona que se llama New England: cuando Andrés la fue a visitar, él estaba flipando con todo ese universo gótico que estaba viviendo, porque de ahí cerca está Providencie, que es donde nació Lovecraft. ¿Qué sensación le quedó, ahora que la película verá la luz y ni Guillermo Lemos y Luis Ospina están vivos? Debo decir que a Luis Ospina le gustó el trabajo, en medio de su enfermedad y agripado la pudo ver; pero me produce mucha nostalgia que Guillermo Lemos no la haya podido disfrutar.
¿Qué elementos de la vida de Andrés Caicedo y de Cali aún se mantienen y se reflejan en este último trabajo? Creo que aún se mantiene el espíritu de esa Cali a la que estamos haciendo mención. La ciudad ha cambiado en edificios, en calles, pero el espíritu sigue siendo el mismo. Hay un tema que a mí me llama mucho la atención con el caleño y es ese desbordamiento en la rumba, en el hedonismo en lo experimental: llámese alcohol, llámese droga, llámese actividades intensas. Hay como una pulsación que es constante y es que siempre se está buscando llegar y romper el límite. También el gusto por el mundo subterráneo y marginal. Eso Andrés Caicedo lo retrata muy bien en esa mezcla de lo que él llamó sur y norte: que no es tan real, pero en la que se mezcla muy bien lo popular y lo burgués de alguna manera, en la que conviven el rock y la salsa. Y es que Andrés Caicedo fue un gran cronista de su tiempo y es muy interesante leer los rasgos políticos y antropológicos de su novela.
Sandro Romero ha dicho: “Caliwood es un chiste largo”. ¿Qué piensas de esa idea de Caliwood para hablar de esa generación y de su legado? A mí me encanta ese concepto de Caliwood; de hecho hago una fiesta que se llama Caliwood que reúne elementos del rock y la salsa, una mezcla muy caleña. La influencia de la migración americana en Cali en los años setenta fue muy alta por la presencia de las multinacionales. Además, cuando fui a conocer a Hollywood, a mí me pareció muy fuerte y me aterró que me sentía en el barrio San Fernando. A mí me parece divino esa conexión que existe entre Los Ángeles, Hollywood y Cali. Creo que es un tema del espíritu y agradezco y me siento orgulloso de ser parte de un árbol que ha tenido unas raíces, tronco y ser una de esas ramas. Es algo que creo que se ha construido muy coherentemente. Cada generación ha tenido una camada de directores de cine y de personas vinculadas al mundo cultural. Cali es de esas pocas ciudades en donde se ha presentado ese fenómeno y ha habido un relevo generacional. ¿En qué lugar de Cali le gustaría que se proyectara la película, pensando que es un trabajo que muestra el espíritu de la ciudad? De verdad me encanaría que se pudiera proyectar en el Teatro San Fernando o en el Teatro Calima, que eran lugares que Caicedo y todo su combo frecuentaban. El Calima tiene algo que se podría rescatar, o el Teatro Bolívar que está en la Sexta, en esa Avenida, en esa zona muy caicediana. Yo cuando era muy joven caminaba por esa zona, ahí me siento muy autorreferenciado.
¿Por qué después de tantos años, se sigue obsesionado con el tema del grupo de Cali o Caliwood? Yo siempre me pregunto eso y me parece muy extraño por qué sucedió eso en Cali, y en otras ciudades del país no sucedió. En Bogotá, por ser muy grande y ser una ciudad en donde dominó más la televisión, la gente trabajaba más por el dinero. Es que esa idea ociosa, romántica, experimental y juguetona que hubo en Cali se generó porque coincidieron un grupo de amigos que tenían un perfil más de ricos que hacían cine, hablaban o tuvieron la facilidad como por ejemplo de Luis Ospina, quien se fue a estudiar cine a Los Ángeles, como tener elementos que le facilitaban la vida; también en Cali a inicios de la década del 70, la gente era muy extrovertida y muy liberal como muy fresca, y muy afro y hace que exista una extroversión, una espontaneidad y una libertad que uno no encuentra en ciudades como Medellín que es una ciudad mucho más encerrada y conservadora. ¿Quién fue el verdadero amigo de Andrés Caicedo? El verdadero amigo no se ha establecido muy bien, pero lo que se tiene con certeza es que sus verdaderos amigos eran los niños Lemos, que eran los más cercanos, porque en el fondo él tenía muchos problemas con los adultos y de verdad era muy niño en su ser y con su relación con la sociedad. Pese a manejar un gran bagaje cultural odiaba a los intelectuales, odiaba a la política. Él más bien era anarquista y le daba pereza la gente, entonces se relacionaba mejor con la espontaneidad y la locura de los niños. Aunque Luis Ospina fue también uno de sus grandes amigos, y esa conexión estaba unida por el cine. Pero también Luis se fue y los niños aparecieron en los cinco últimos años. Es que Andrés le quitó la novia a Carlos Mayolo y ahí se fragmentó esa relación e intentaron hacer una película y Mayolo era más político y era más arrasador, extrovertido, era como un cataclismo; mientras que Caicedo era tímido, galán. Creo que Caicedo lo evitaba y no era de la misma energía.