“Es un desgarramiento, es una emoción tal que me quedo muda”. La voz sale del pecho de Chavela Vargas, de entre su poncho rojo, en el verano de 1993. Chavela había llegado a España después de la desgarradora recuperación de su alcoholismo, que la había forzado a dejar los escenarios a finales de los setenta. Llevaba años de silencio, solo interrumpidos en 1991 por algunas presentaciones en El Hábito, el teatro-bar de Coyoacán de las artistas Liliana Felipe y Jesusa Rodríguez, quienes la habían impulsado, poco a poco, a dejar la bebida y a volver a cantar. Su aparición en la Sala Caracol de Madrid, pelo cano, lamentos fieros, fue, en sus propias palabras, su resurrección.
A través de materiales de archivo inéditos, fotografías recuperadas y entrevistas a sus allegados —su expareja Alicia Pérez Duarte, Pedro Almodóvar, Miguel Bosé—, el documental Chavela (2017), de Catherine Gund and Daresha Kyi, reconstruye un obituario lírico en homenaje a su vida y transgresiones: sus años en México, su música y amores, su caída y posterior esplendor. La película intercala sus interpretaciones musicales con un recorrido por su biografía, cruda y afligida, para poner el ojo sobre las raíces y consecuencias de su dolor. El énfasis particular es sobre su desobediencia, esa que implicó ser una mujer lesbiana en un mundo de hombres, de usar pantalones en una época en la que ninguna mujer se atrevía, de asediar con su voz ronca un género que le era vedado. Antes del estreno en Colombia del documental este jueves 15 de noviembre, ARCADIA conversó con la directora Catherine Gund, sobre feminismo, sobre las dificultades de reconstruir a un ídolo y la incidencia política de volver a poner en escena a una figura como Chavela en los cines en tiempos de Donald Trump. Las biopics y documentales siempre abren la pregunta sobre la memoria, sobre cómo un documentalista propone que se recuerde la vida de otro. En tu opinión, ¿cuál es la Chavela que quiere recordar tu película? Nadie tenía una imagen completa de ella antes de esta película. El documental ofrece mucha información nueva, incluso para quienes la escuchaban y conocían. Por ejemplo, las personas en España no tenían idea de cómo había sido su vida en México y viceversa. Más aún: muchos mexicanos no sabían que Chavela nació en Costa Rica. Pero lo importante para mí no era crear un retrato o recuerdo definitivo —nadie podría hacerlo—, sino explorar las partes de su vida que llevó a su música. La gente que la escucha y no sabe nada de su vida puede sentir que no necesita conocer su biografía, que para apreciar su música parecería no importar su alcoholismo, su lesbianismo, sus relaciones familiares durante su infancia. Podría pensarse que eso es prescindible y superfluo, que su música es tan poderosa que basta con ella. Pero yo, por el contrario, pienso que no es posible explorar o aprehender la música que hacía sin conocer lo que Chavela le estaba imprimiendo de esa vida suya. Sus canciones, que son rancheras, un género interpretado tradicionalmente por hombres, son diferentes porque salen de su boca cargadas de sus experiencias. Cuando ella las canta y no cambia los pronombres, ella misma está cantándole a mujeres y elige canciones que narran su propio deseo y su propia vida. Además, les añade su voz: una voz rasgada, desesperada y apasionada. Le pone todo eso y lo canta y de ahí brota un crisol poderoso. Le puede interesar: La vida de Chavela Vargas en clave de flamenco El documental retrata eso muy bien: cómo Chavela asedia espacios masculinos en un género musical y en un país profundamente machistas. ¿Cuáles fueron las transgresiones más significativas que sientes que Chavela efectuó como mujer de cara al mundo de hombres que la rodeaba? Fueron muchas. No solo desde la música que cantaba, un género “de machos”, la ropa que decidió usar o las mujeres a las que decidió amar, sino el hecho mismo de que ella nunca se escondió ni camufló su identidad. Ella no se puso los vestidos, no se casó con un hombre, no cantó las canciones autorizadas para las mujeres. Por el contrario, vivió su vida entera su verdadero yo: no lo ocultó y pagó el precio. Hacia fuera, era una transgresión, pero para ella era solo ser ella misma. La sociedad fue tan resistente, tan dura, tan conservadora y rígida que a duras penas existió un espacio para ella. Bebió casi hasta la muerte por eso, sufrió mucho. Lo suyo, más que un acto de “valentía”, como lo llaman algunos, fue la habilidad de verse a sí misma en el mundo en un momento en el que no había ningún espejo que la reflejara. No había espejos para ella: ni movimientos LGBTQ, ni internet para conocer que se podía ser distinto, no había nadie parecido. Uno podría asumir que ella nunca había visto antes a una mujer usando pantalones y, aun sin haberlo visto, se los puso. Usó los pantalones, a pesar de las normas de su sociedad. ¿Cómo sientes que eso hace eco hoy? Chavela se ha vuelto un ícono poderoso para ciertas luchas contemporáneas, ha inspirado a muchas feministas, activistas queer… La necesitamos ahora tanto como siempre la hemos necesitado: como un ícono, un modelo, como una abuela, como una fuerza que representa lo que somos y lo que podemos lograr. Cuando Chavela era pequeña, no se identificaba como una lesbiana, a pesar de que era lesbiana. Nunca negó su orientación sexual, pero no usó nunca la palabra sino hasta cuando cumplió ochenta años, cuando fue capaz de decir: esa es la palabra. Ahora la gente tiene herramientas para darse sentido a sí misma, para nombrar las cosas. Un modelo como Chavela es fundamental, por ejemplo, en este momento en los Estados Unidos, donde todo está tan horrible, donde el gobierno no está reconociendo la humanidad de otros alrededor del mundo. Desde su transgresión del género y la sexualidad, desde su rol como artista y como mexicana, desde su identidad latina. Ella decía: “Nosotros los mexicanos podemos nacer donde sea”. La figura de una mujer latina mostrando que la música trasciende las fronteras es poderoso. Ser latina, lesbiana y artista y decir: “Mi mensaje es universal”. En ese sentido, ¿crees que grabar un documental como Chavela tiene un sentido político frente a las coyunturas actuales de países como Estados Unidos? Una de mis reseñas favoritas del documental, la de The Guardian, decía que Chavela era “la pesadilla suprema de Donald Trump: una diva latina lesbiana que puede estremecer el alma misma”. Eso para mí es cierto, es una figura profundamente política, aunque no sea desde la movilización o desde el activismo. Es su resonancia, es su poder artístico. Y sí: grabarlo y proyectarlo en este momento sin vergüenza y de frente es significativo y vital como un mensaje político. Es parte de nuestra oposición frente a un poder inhumano, xenofóbico y narcisista como el que gobierna los Estados Unidos hoy.
Chavela Vargas. Foto: Ysunza © Podría pensarse que el efecto del documental hoy vendría a ser un eco del efecto de la música de Chavela en su contexto. ¿Crees que el arte todavía tiene un potencia vital para producir transformaciones en el mundo? Completamente. Creo que el arte nos puede salvar. El arte enseña a cómo ser empático: te enseña que hay otros en el mundo diferentes a ti. Y que estamos conectados a ellos y que tu vida y tu comprensión de la vida está conectada a cuán profundamente puede aprehender el mundo exterior, cuán abierto estás a escucharlo, a verlo, a sentirlo. El arte es lo que nos acerca a ello. Y la justicia nace de la empatía. La igualdad y la democracia nacen de la empatía. No la Democracia en mayúsculas, sino lo democrático: un lugar en el que las singularidades son reconocidas y celebradas. Ese tipo de justicia nace en la empatía, y el arte produce esa empatía. Creo que el arte, la cultura, la música, lo que nos abre y hace sentir, son las experiencias más profundas que puedas tener. Cuando grabas un documental, tienes un montón de material que debes dejar por fuera. Una gruesa porción de lo que se recoge no cabe en la cinta final. ¿Qué fue lo más difícil de dejar a un lado? Amo las entrevistas que encontré de Chavela a principios de los noventa. Acababa de dejar el alcohol y estaba muy vulnerable. Su novia acababa de dejarla, estaba en momento muy crudo y honesto. Justo después vinieron sus años de encuentro con Pedro Almodóvar, la proyección hacia los grandes escenarios del mundo, cuando se volvió una diva, una estrella. Pero ese momento previo, esa Chavela sincera y vulnerable, fue fascinante. Fue más abierta, auténtica y genuina que nunca. Antes de eso, estaba en su alcoholismo; después, protegida por mucha gente, famosa. Ese punto preciso del material que encontramos, que no era una entrevista pregunta-respuesta, sino ella desprevenida hablando del amor, del arte, fue una conversación clave para muchas jóvenes lesbianas que la acompañaban. Ella sabía lo mucho que les importaba, sobre todo a las lesbianas mexicanas del cuarto, su figura, porque no tenían más modelos. “Esta es nuestra ídolo, nuestra ancestra: somos su legado”, decían. Fue un momento muy poderoso y, por supuesto, no pudimos usar todas esas entrevistas. ¿Qué te hubiera gustado incluir y qué no encontraste? Hay dos cosas que hubiera añorado incluir. La primera, cuando dijo esa famosa línea: “Nosotros los mexicanos podemos nacer donde nos dé la gana”. No hay un video de ella diciendo eso. Tampoco tenemos el video de Pedro Almodóvar besando el escenario cuando la presentó en el Carnegie Hall. Él lo besó y dijo: “Estoy honrando este lugar como un lugar sagrado porque Chavela es una sacerdotisa”. Almodóvar bendijo el espacio antes de que saliera ella a cantar. Me hubiera encantado tener esa cinta. Siento que ese es su poder, su magnetismo, su carisma. La gente la ama y siento que fui bastante honesta con quién era ella, creo que reflejamos bien su poder. La forma como Almodóvar, Miguel Bosé, como todos hablan de ella es tan amorosa y poética que se contagia. La película ha rodado por 45 países y la gente ha sido muy receptiva. Es una historia universal con un mensaje universal, fácilmente adaptable a nuestra situación actual. Le puede interesar: La L en LGBTI