A pesar de ser francés, Nicolás Azalbert conoce a fondo el cine colombiano. Ha participado en el Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias (FICCI), es miembro del comité de selección del Festival de Biarritz América Latina y es un jurado del Fondo para el Desarrollo Cinematográfico de Colombia (FDC). Azalbert se ha valido de su experiencia como director de cuatro largometrajes y como crítico de cine de la prestigiosa revista Cahiers du Cinéma para participar en el desarrollo y fomento de la industria cinematográfica del país. En el marco de la última premiación del año de la convocatoria 2017 FDC, que se lleva a cabo el 26 de octubre, hablamos con Azalbert sobre el pasado y el futuro del cine en Colombia.¿Cómo percibe el desarrollo del cine colombiano en los últimos años? Las buenas noticias que provienen desde Colombia no faltan: la Cámara de Oro para La tierra y la sombra en 2015, la primera nominación al Oscar de la mejor película extranjera para El abrazo de la serpiente en 2016 (además, tuvo la sexta mejor asistencia del año en salas en Colombia) y tres millones de espectadores más en 2016 que el año anterior. Pero tal vez existe una, más que las otras, que testimonia del giro importante que tomó últimamente el cine colombiano. Por primera vez, algo que se parece a una continuidad, para no hablar de tradición, se está produciendo. En varias épocas, tuvo con regularidad sobresaltos, arranques, iniciativas, personales o estatales, que hicieron creer en la posibilidad de un desarrollo del cine colombiano. Sin embargo todo se derrumbaba muy rápidamente. El ejemplo más emblemático fue la creación en 1978 de FOCINE que tuvo que declararse en quiebra en 1993 por motivo de corrupción. Desde 2003, la cinematografía colombiana está en pleno auge. Gracias en particular a une nueva ley de cine adoptada ese mismo año que permitió apoyar al cine colombiano, formación, desarrollo y producción, y en 2012 de una ley “Filmación Colombia” dentro de una continuidad que no toma en cuenta los cambios de gobiernos. Aparecidos al principio de los años 2000, Ciro Guerra y Oscar Ruíz Navia cuentan ahora con tres largos cada uno (La sombra del caminante, Los viajes del viento, El abrazo de la serpiente para el primero, El vuelco del cangrejo, Los Hongos y Epifanía para el segundo). Pero es importante que estas obras se inscriban en una línea más antigua, que puedan apoyarse y dialogar con figuras tutelares, para reivindicarlas o separarse de ellas, y dar de esa manera una orientación al cine colombiano. Ahora bien, el regreso, tan inesperado como notable, de las dos grandes figuras históricas que son Víctor Gaviria (con La mujer del animal) y Luis Ospina (con Todo comenzó por el fin) constituye una alineación de los planetas inédita, lo que permite por primera vez de poner de manera directa en relación estas dos generaciones y de poder hablar de una evolución del cine colombiano.¿Cuáles son las principales fortalezas que usted encuentra en los proyectos de cine colombiano?Lo que aparece de parte de la nueva generación es el descubrimiento y la apropiación de su país. Si antes se notaba el miedo al país, el miedo a viajar al interior de las tierras porque estaban devastadas por la guerrilla y las fuerzas ilegales, la generación actual intenta volver a esos espacios abandonados, buscar una verdadera identidad.¿Qué le hace falta al cine colombiano para internacionalizarse aún más? Lo que le hace falta al cine colombiano es que cambie la mirada europea sobre la realidad colombiana, que deje de ver a Colombia como el país de la guerrilla, del narcotráfico, de la violencia y de la pobreza. La dificultad para los cineastas colombianos es no caer en la trampa de proponer a los coproductores y fondos internacionales lo que estos últimos esperan ver de la realidad colombiana. No se trata de abandonar temáticas que hacen parte de la historia del país sino de adoptar un punto de vista que no coincide con los clichés que tiene Europa, contar historias que integran estas temáticas como unos elementos más de las historias.¿Cuál fue la última película colombiana que vio?La última película colombiana que vi es la de Ana Salas, En el taller (2016), un documental sobre el proceso creativo de su padre, el pintor Carlos Salas. Seguimos en paralelo el work in progress del cuadro que pinta el padre y la película que filma su hija. Es muy linda está la relación padre/hija y cómo esta última encuentra su lugar dentro del universo artístico de su padre: entrando primero en la película por vía de correspondencia epistolar, después por su voz en off, después por su presencia dentro del encuadre. Si toda la película transcurre dentro del taller del pintor, el afuera, como la política y la violencia, está presente y lo lindo de la película es demostrar cómo lo real está filtrado por el pintor y se refleja en su trabajo.A partir de su experiencia, ¿qué consejo le daría a aquellas personas que están incursionando en la industria cinematográfica?Les daría como consejo ser sinceras y honestas consigo mismas, no ceder nada ante los demás con respecto a lo que les parece importante de sus proyectos.