Robter De Niro no paraba de leer. Corría 1974 y Coppola dirigía las últimas escenas del Padrino II. Retirado, sobre una silla que rezaba su nombre, el estadounidense devoraba la biografía de Giacobbe LaMotta, excampeón mundial en la categoría de pesos medios. El actor, que ya había interpretado al ludópata ‘Johnny Boy’ en Mean Streets (1973), había hablado con Scorcese, su antiguo jefe, en ese momento internado en un hospital de rehabilitación, para filmar su próxima película: Toro salvaje llegaría a salas seis años después gracias a un cineasta cocainómano y a la insistencia de De Niro. La dupla De Niro-Scorsese entendía que detrás de aquel hombre con cuello de toro e hijo de italianos, como ellos, se escondía una figura explotable. Sacando provecho de esa nostalgia que caracteriza a los inmigrantes, y a sabiendas que faltaba un enano que prendiera la mecha, convocaron a Joe Pesci. Con 30 kilos de más y acompañado de sus dos grandes amigos, De Niro dio vida a Toro salvaje (1980), película que iniciaría una fórmula del cine estadounidense: la del campeón sobre el ring que es un perdedor en la vida, y que ha sido desde entonces replicada en películas como la saga de Rocky, The Boxer, Cinderella Man, The Hurricane, Million Dollar Baby, The Fighter, entre otras. "La historia del gran pugilista fracasado es un recurso dramático muy útil, en el sentido que cualquier historia es mejor mientras le cueste al héroe lograr su objetivo. Un mártir deportivo siempre logra la empatía del espectador. Dramaturgia infalible”, dice el crítico de cine Mauricio Reina.

Walter Cartier. Foto: Stanley Kubrick.Desde la primera película de Stanley Kubrick, Day of the Fight (1951), corto documental sobre la vida del peso medio Walter Cartier; hasta el realismo brutal de Rocco y sus hermanos (1960) de Luchino Visconti, donde se narra la historia de una familia -entre ellos un boxeador- de obreros italianos que se ve afectada por la industrialización, nació una vertiente que aprovechó los escasos recursos técnicos y monetarios para hablar sobre la vida del pelador fuera del cuadrilátero. Un mérito asociado al neorrealismo italiano, que en la precariedad de la postguerra, utilizó ciudades destruidas como el escenario para hacer cine.  Esa carencia de medios fue un buen recurso para guionistas y escritores. "El boxeo es un filón para quienes contamos historias -dice Alberto Salcedo Ramos- porque tiene elementos que revelan la condición humana, sometida a la presión de la competencia, el riesgo y la pobreza". Es un deporte que parte de la nada. Para practicarlo son necesarios 16 nudillos y la sagacidad que da la calle. Eso de los guantes vendría después, no para mermar el dolor, sino para evitar los cortes. Salcedo Ramos recuerda que la novelista neoyorquina Joyce Carol Oates decía que "el boxeo es el único deporte donde no se utiliza el verbo jugar. Eso me parece muy revelador, porque en el boxeo tú si te juegas, pero la vida. No existe como actividad lúdica. Es una competencia feroz, en la cual los tipos desnudos, como el primer hombre que pobló la tierra, hacen una perfecta metáfora original". A lo que el jefe editor de revista Bocas y cronista de deportes Mauricio Silva Guzmán agrega: "también, puede ser lo más básico y salvaje del ser humano, sin más".  

Simone Parondi de ‘Rocco y sus hermanos‘. Fotograma de la película.Para entender qué significa el deporte de las narices chatas en el cine y la sociedad, hablamos con estos tres expertos que nos dieron su opinión.Alberto Salcedo Ramos, cronista. Autor de la biografía sobre ‘Kid Pambelé’: El oro y la oscuridadEl boxeo se ha ido convirtiendo en un oficio arrinconado por la sociedad de lo políticamente correcto. Es un deporte que permite la supervivencia de gente excluida que no podría ganarse la vida de otra manera. Un oficio de gente desesperada, que si hubiera nacido en una mansión llena de lujos jugaría al tenis, al golf, no al boxeo.He visto muchos documentales maravillosos, pero películas de ficción, son pocas las que me gustan. En parte porque el boxeo es difícil de filmar y a los directores les da por hacer cosas cursis: utilizar cámara lenta o excesiva manipulación en el montaje. No sé por qué ese vicio de ralentizar la imagen cuando están a los golpes, esa mierda nunca va pasar en la realidad. Si yo me siento a ver una combate de Manny Pacquiao en HBO y ponen la pelea en cámara lenta, demando a los productores. ¡Déjame esa mierda con la velocidad original! Estamos para ver una pelea, no para exagerar el gesto del movimiento de una ceja, como esas vainas que hizo Clint Eastwood en Million Dollar Baby (2004). Esa película fomenta el embrutecimiento ilícito, es un trabajo espantoso.Me gustó mucho Toro salvaje (1980) y Huracán (1999), esta última basada en la vida de un boxeador que fue condenado injustamente a 20 años de cárcel. Sobre todo disfruto los documentales acerca de boxeadores: Tyson (2009), hecho por James Toback, me parece increíble porque él, sentado desde un sofá, va narrando su propia vida. Lo que hace el director es vestir ese testimonio con imágenes cuidadosamente escogidas. Pero el que prefiero, sobre todos los que he visto, se llama Facing Ali (2009), donde diez boxeadores que pelearon contra Muhammad Ali construyen un relato coral y perspicaz del más grande sobre la lona.

Muhammad Ali noquea a Sonny Liston. Foto: John Rooney.Hay historias que se salen un poco del patrón típico del héroe derrotado (Oscar de la Hoya, Floyd Mayweather), pero no calan: Ícaro no es interesante cuando levanta vuelo, sino cuando se le derriten las alas y cae, el mito no hubiera sido tal, si él se hubiera mantenido en la altura. Lo mismo pasa con los boxeadores, necesitan la caída y su belleza, para establecerse como verdaderas figuras, como leyendas.Una vez, aquí en Bogotá, fui a comer con Gay Talese y le pregunté por qué escribía tanto sobre perdedores, el me respondió: ‘todos somos unos perdedores, solo es cuestión de tiempo‘.Mauricio Silva Guzmán, editor jefe de la revista Bocas. Autor del best seller: El 5-0Los grandes campeones del boxeo y sus vidas disolutas siempre serán tierra fértil para el cine. Es el melodrama ideal. Dibuja la elipsis perfecta entre el cielo y el infierno, con un montón de coñazos y sangre de por medio. No tiene pierde. Sin embargo, con muy pocas excepciones, en general esas películas resultan un poco ridículas por una sencilla razón: el montaje de las peleas siempre será increíble (literalmente). Doy un ejemplo: toda la saga de Rocky no solo es tonta desde lo narrativo, sino muy pero muy poco convincente desde lo puramente deportivo.El desafío de darse en la jeta siempre ha sido y será una práctica del ser humano. Cuando a finales del siglo XIX empezó a ordenarse el asunto, a presentarse como un deporte "civilizado", allá arriba en un cuadrilátero, con guantes, entre dos tipos con el mismo peso e igualdad de condiciones, pronto se convirtió en uno de los espectáculos más aplaudidos de la humanidad: guapeza, baile, alto rendimiento, resistencia, golpes definitivos, astucia, caídas, levantadas... Por eso puede interpretarse como una metáfora: ser más berraco que el otro.Mauricio Reina,  ex viceministro de Comercio Exterior, crítico de cine de El TiempoCreo que lo que dice Alberto Salcedo sobre la atención en el detalle de las peleas ficcionadas nos llevaría a acabar con el cine de raíz. La gracia está en que el artificio sea consistente con la historia. Ahora, lo que Salcedo menciona frente Million Dollar Baby y otras producciones -los primeros planos, la cámara lenta, las gotas cayendo- sí puede ser excesivo.Comparando una de las Rocky recientes con Toro salvaje, es evidente que esta última tiene todos los ingredientes cinematográficos de la emoción y es más fiel a las características del protagonista. El espectador no se siente traicionado, si a pesar de los efectos, el héroe sigue contando con las limitaciones que le plantearon al comienzo. Son más dolorosos los artificios de guión a los puramente cinematográficos.

Rocky vs Apollo Creed en Rocky (1976). Fotograma de la película.Si bien el documental destaca la veracidad, la ficción también sabe explotar sus recursos narrativos para estilizar la historia. La mejor película de boxeo (distante de lo que dice Silva Guzmán) es la primera de Rocky, porque debo aceptar que el impacto de una obra tiene mucho que ver con la edad en que se le ve. Vi esa película en plena pubertad y una historia de semejante calibre emotivo no se borra nunca. Todas las demás las puedo ver con la razón, pero Rocky, a los 15 años, es una cosa brutal. Está cinematográficamente muy bien contada. Los recursos de cámara, en la pelea, son medidos y tiene una virtud adicional que difícilmente uno vuelve a encontrar en otra película: la historia del personaje, guardando las proporciones, era la misma de Stallone.