Antonella Estévez, periodista, feminista y académica, se ha dedicado por más de diez años a estudiar y trabajar por la situación de las mujeres en el cine latinoamericano. Su objetivo: ampliar la exhibición y la difusión de películas dirigidas por mujeres. Ha publicado varios libros y se desempeña como directora de varios programas en la radio de la Universidad de Chile, además de ser la productora y directora de la serie de televisión Historias del Cine Chileno. Actualmente, además, dirige el Festival de Cine de Mujeres (FEMCINE), una iniciativa que la ha llevado a visitar distintos países del continente enseñando sobre su experiencia trabajando por mujeres en la industria cinematográfica. ARCADIA habló con ella sobre las mujeres en el cine latinoamericano y los obstáculos de ser una directora mujer en el continente. ¿Qué evaluación haces del panorama actual de la mujer latinoamericana en la industria cinematográfica? La mujer en el cine latinoamericano reproduce lo que sucede a nivel mundial en todos los espacios de poder: mientras más dinero hay y más alto es el cargo, hay menos lugar y menos posibilidades para las mujeres. En el cine, lo que vemos es que entre más grandes son las producciones, es menor el porcentaje de mujeres en los espacios de dirección. Un claro ejemplo de esto es que en ningún año, la producción dirigida por mujeres ha superado el 20% de la producción total de la industria cinematográfica mundial. Ahora, la mujer está subrepresentada no solo en el cine, sino en la academia, en la política, en la ciencia, pero lo que hace que a nosotros eso nos parezca normal es porque en el cine vemos pocas mujeres líderes. 20 años de claroscuros del ESMAD ¿Cuáles son las principales barreras que encuentran las mujeres para llegar a los espacios de dirección? La barrera más potente es el sentido común. Nos han enseñado desde que somos niñas que hay unos espacios, unas actividades y unas características para los hombres y otras para las mujeres. De esta forma, mujeres y hombres acabamos por creer que a los hombres les compete la agencia, el espacio público, el liderazgo, el poder; mientras que a las mujeres les corresponde el cuidado, la ternura, lo sensible, etcétera. Esta situación se replica en las escuelas de cine, en donde profesores y estudiantes terminamos por habitar en estos mitos que nos dicen que hay historias más apropiadas para los hombres y otras para las mujeres, que hay películas más apropiadas para unas y otros y que hay roles y laborales que supuestamente deben ser desempeñados por hombres y otros por mujeres. Quienes estamos en la academia tenemos que empezar a cambiar la manera en que enseñamos. Junto con los alumnos y alumnas debemos trabajar para desarmar los imaginarios que nos han negado la posibilidad de pensarnos como seres complejos y completos; la enseñanza en las escuelas de cine debe dirigirse hacia allá. Cinco pódcasts colombianos para conocer otros formatos sonoros Hemos visto en todo el mundo la fuerza que han tomado en el último tiempo movimientos como el #MeToo, o recientemente el performance “Un violador en tu camino” que surgió en Chile. ¿Cómo ha impactado este contexto en la producción cinematográfica femenina? En los años recientes, precisamente de la mano de movimientos como el #MeToo, lo que hemos visto es un cambio en los imaginarios que se ha visto reflejado, por ejemplo, en la aparición de otro tipo de personajes femeninos en el cine. Un buen caso es el cine de acción, en donde los personajes femeninos se habían encontrado tradicionalmente relegados a roles menores, y hoy vemos que aparecen personajes muy potentes como Rey de Star Wars, Wonder Woman o Black Widow. ¿Qué debemos hacer para transformar estos imaginarios sobre los roles de la mujer? Lo primero es preguntarnos quién nos está contando las historias que vemos; quién está creando los elementos con los que formamos estos imaginarios. De esta forma encontramos que la respuesta a estas preguntas es que toda nuestra historia en occidente ha sido relatada desde un lugar super específico: el lugar del hombre. Hasta ahora las historias las habían contado hombres blancos, heterosexuales. ricos, del primer mundo y que hablaban inglés. Esa mirada ha colonizado nuestra forma de ver el mundo, y por eso es tan importante que empiecen a aparecer otras voces que puedan contar otras historias. Lo que debemos hacer entonces es un esfuerzo por reconocer y comprender que hay otras maneras de narrar, para que estas otras narrativas, que no han tenido ni un lugar, ni una voz y menos una agencia, puedan ser visibilizadas y el cine latinoamericano se convierta así en un espacio de mayor diversidad. Las mejores películas de 2019 ¿Este es el objetivo del Festival Cine de Mujeres de Santiago (FEMCINE)? FEMCINE parte de la idea de que el cine es una herramienta de diálogo social. Nosotras somos un equipo de siete mujeres, con más de una década trabajando en el sector audiovisual, que entendemos el cine como espejo y como ventana. Esto quiere decir que si vemos una película sobre una mujer indígena, sobre una mujer afro o sobre una mujer migrante, nosotros somos capaces de entrar a un mundo que no es el nuestro. Así llegamos a sentir empatía, y nos acercamos a realidades que no son la nuestra para darnos cuenta de cuánto tenemos en común con esos “otros”. Nosotras concebimos a FEMCINE como un festival de derechos humanos, y lo que buscamos es que se constituya en un espacio donde la gente se reúna, vea una película y, ojalá, pueda salir repensándose a sí misma y a su entorno. ¿En esa medida podemos decir que FEMCINE es también un festival con una postura política? El cine es absolutamente político. Ha sido una herramienta ideológica desde que se creó. En los años cincuenta, los Estados Unidos utilizaron las grandes producciones de Hollywood como un medio para popularizar en el mundo el estilo de vida norteamericano. De allí vienen en parte nuestros imaginarios sobre el rol de las mujeres en la sociedad. Si a ti solo te presentan un mundo en el que las mujeres están hechas para casarse y tener hijos, es muy difícil que tu puedas pensar que hay otro mundo posible. Si tú no ves a una mujer siendo presidenta es difícil que te puedas imaginar a una mujer siendo presidenta. Pero el cine también tiene la capacidad de abrir nuestras posibilidades de imaginación y de producir profundos cambios sociales. En Chile la película Una mujer fantástica, de Sebastián Lelio, generó un diálogo social que hizo que se moviera una ley que llevaba años detenida en el congreso. La Lista Arcadia 2019: los libros que faltaron según nuestros lectores ¿A que más le apuesta FEMCINE? Nosotras nos hemos dado cuenta que la gran mayoría de las personas no se entera que es una excepción que una mujer pueda contar una película. Cuando tú puedes decir hay más mujeres entonces empieza a haber más mujeres, porque esas mujeres se sienten menos solas. Por eso tenemos que dar cuenta de más referentes. FEMCINE se creó diez años atrás como un espacio en el que evidenciar a las jóvenes y a los jóvenes realizadores; también como un espacio para contarle al público que históricamente siempre ha habido mujeres notables haciendo cine y que hay mujeres notables haciendo cine hoy día en el mundo. ¿Y cuál es el balance de estos diez años? Cuando empezamos, muchas mujeres nos preguntaban por la razón para hacer un festival de cine de mujeres. Hoy esta ya no es una pregunta, porque gracias a la labor de FEMCINE y de muchos otros festivales que buscan visibilizar el lugar de las mujeres en el cine es claro que era necesario instalarse allí y generar esta conversación. El cine debemos entenderlo como una forma para encontrarnos, para conversar, para crecer en comunidad. Una característica de FEMCINE es que nosotros tenemos una muestra de películas de hombres. Son menos del 10 % pero ahí está. Tenemos hombres como jurados, como talleristas, como miembros del equipo que hace el festival, porque nosotros queremos que estén ahí. No es un mundo sin hombres el que queremos construir, sino uno donde hombres y mujeres podamos ser los seres complejos que nosotros creemos que estamos llamados a ser. *Esta entrevista fue realizada a dos voces con Ana María Menjura