Este texto es producto de los talleres de crítica de cine que el BIFF ofreció durante el festival “Amor no me ignores”, “El amor de mi vida”, “Perdí mi oportunidad”, “Algo de mí”, “Si quieres ser mi amante”, “¿Dónde está ese amor?”, “¿Que por qué te quiero?”, “Déjame intentar”, “Contamíname”, “Él me mintió”... Gabino repite, repite y repite una lista de canciones románticas en la ducha, en la cama, en la cocina, en la sala, en la tienda de su novia Luisa. Gabino es un joven que vive repitiendo canción tras canción para salir a vender discos de “Lo mejor de la música romántica” en las calles de Ciudad de México. “Diez pesos le vale, diez pesos le cuesta”, como uno oye que gritan los vendedores ambulantes en las calles o en el metro. Gabino vive con su madre Teresa, quien le ayuda a memorizar estos títulos sin saciedad. Un día después de quince años de ausencia, Emilio, el padre de Gabino, irrumpe en su cotidianidad y les pide a él y a Teresa que si se puede quedar unos días en su casa. En esa casa roída, cubierta de imágenes de cristos, vírgenes y papas, donde el tiempo parece dilatarse y detenerse entre repeticiones, somos testigos, intrusos impávidos incómodamente cercanos, de las dinámicas y tensiones que se van tejiendo entre estos tres personajes que se sienten igualmente incómodos estando cerca, igualmente impávidos frente a las situaciones, que intercambian roles para poder comunicarse unos con otros porque parecen incapaces de expresar más de lo que dicen (lo que es casi nulo), moviéndose entre planos largos y estáticos que transforman en sus recorridos.
Los mejores temas, estrenada en el Festival Internacional de Cine de Locarno en el 2012, es la sexta película del joven director mexicano residente en Canadá, Nicolás Pereda. No es la primera vez que Pereda trabaja con los actores que representan los papeles de Gabino y Teresa, los personajes principales, ni con Paco y Luisa, amigo y novia de Gabino: en varias de sus películas, como Perpetuum mobile y Verano de Goliat, aparecen los mismos personajes, pero en diferentes historias. En esta película, la fina línea entre ficción y documental se quiebra, y es clara la intención del autor de develar el artificio de la puesta en escena cinematográfica. La puerta de esta disyuntiva se abre cuando, durante una escena entre Gabino y Emilio, la voz de Pereda le pregunta a Gabino —el actor, no el personaje— cuántos años tenía cuando murió su madre y a Emilio —el real— cómo le contó a su hijo. Le puede interesar: El secreto del éxito del cine mexicano Después de esto, la narración se divide en dos partes, en dos padres: en la primera parte, la que nos habían contado, se narra la historia con Emilio, quien en la vida real es el padre de Gabino, el actor. En la segunda parte, se cuenta la misma historia, las mismas situaciones, pero con otro padre. Con este segundo padre, encarnado por el tío de Pereda, irrumpen bruscamente al cuadro lo que en la primera parte estaba detrás de él: el equipo técnico que se vuelve personaje y desplaza a una esquina a Gabino, a Teresa y a Emilio, los equipos de fotografía como trípodes, luces y reflectores y el sonido ambiente del rodaje. La película se va desmenuzando de una estética cuidada a una imagen con una textura más gruesa y contrastada, a planos abarrotados de elementos tanto visuales como sonoros. En palabras del propio Pereda, esta segunda parte es una experimentación en donde buscaba rodar de nuevo la misma película. Sin embargo, más que aportar a la reflexión sobre la representación en el cine, le resta fuerza y contundencia a la primera parte. Los mejores temas es una mirada fresca sobre un tema tantas veces tratado en el cine como lo ha sido el de la representación. Una obra que se sostiene con actuaciones impecables, que toma forma con base a su contenido y que a partir de esta forma y este contenido, sin miedo, se arriesga a ponerse en juego a sí misma y a poner en juego al espectador de manera directa y sin titubeos. Le puede interesar: Las 10 joyas del Bogotá International Film Festival 2018