En un sentido estricto, El resplandor (1980), de Stanley Kubrick, es una adaptación cinematográfica de la novela homónima de Stephen King. Sin embargo, examinándola de cerca, podríamos decir sin titubear que el libro fue más bien apenas una fuente de inspiración para que Kubrick construyera una obra autónoma.  Si en 2001: Odisea del espacio (1968) y en La naranja mecánica (1971), adaptaciones de las novelas de Arthur C. Clarke y Anthony Burgess, respectivamente, las historias, mutatis mutandis, conservaron la esencia e incluso la estructura de sus argumentos, en El resplandor, en cambio, la alteración radical de la historia de King llegó al punto de que, a pesar de llevar el mismo nombre, se construyera un relato radicalmente distinto. Tan distino que el escritor estadounidense rechazó categóricamente en su momento el filme. Tan poca consideración tuvo el director con la novela que incluso desde la elaboración de la primera versión del guion el protagonista fue diseñado pensando en Jack Nicholson. De entrada, esto implicó alterar el carácter del personaje del libro (un hombre normal, sin muestras de alguna insania en particular, que sencillamente fue víctima de los efectos deletéreos de un hotel poseído por un poder maligno y sobrenatural) a un Jack pensado para Nicholson que, en cambio, parece llevar consigo desde el inicio cierta locura, que se va tornando en demencia en medio de su aislamiento en el hotel en pleno invierno. El guion, además, sufrió diversas mutaciones y mutilaciones durante la filmación: varios de sus episodios fueron de hecho reescritos para adaptarse a los espacios que Kubrick iba descubriendo con su ojo adicto a las simetrías entre las galerías del hotel elegido como locación. En otras palabras, la historia fue moldeada para el bienestar de la película, no para rendirle culto a la obra original de King. ‘2001: Odisea del espacio‘, de Kubrick, o el legado de un amanecer Esa falta de apego a la historia original, y quizá cierta esquizofrenia en lo que respecta al mensaje que el director quería transmitir, dio como resultado una obra más extraña de lo pensado: extraña en un sentido cinematográfico, incluso dentro del género del terror, hasta ese momento inexplorado por Kubrick. Fue tan dubitativo que en algún momento llegó a considerar un final que incluyera la muerte del personaje de Danny Torrance, el niño, en vez de la de Dick Halloran, el chef del hotel. Además, después de que el filme fuera proyectado por primera vez, Kubrick decidió quitar una serie de escenas que en total suman treinta minutos para, según él, mejorar su ritmo. Entre ellas, fue omitida la escena final con los personajes de Danny y su madre, Wendy Torrance (Shelley Duvall), en un hospital, donde reciben la visita del director del hotel, un fragmento que no sobrevivió ni siquiera a la versión extendida de la película.

Para algunos, esa versión ofrece algunas explicaciones adicionales que le dan más contexto al argumento. En efecto, hay algo más de información (cuándo y cómo inicia el niño su relación con Tony, su amigo imaginario, o cómo fue la agresión de Jack hacia su hijo en el pasado), pero la verdad estos son hechos que la película clarifica o menciona en otros apartes de forma menos directa.  No obstante, hay dos escenas en la versión extendida que sí pueden alterar la interpretación final del filme. En una, Jack le dice a Wendy que cuando vio por primera vez el hotel sintió un déjà vu, una sensación de ya estar familiarizado con sus espacios. Esto resuelve la ambigüedad resultante de la versión internacional (la corta) cuando la película se va a los créditos después de revelar una fotografía de Jack en el hotel en el año 1921. Y la segunda, cuando en el desenlace Wendy ve un grupo de esqueletos en el salón de baile que, sumándose a la extraña escena en ambas versiones en que la mujer ve desde lejos a un hombre que parece hacerle una felación a otro, evidencia que lo sucedido no solo es resultado de la locura de Jack, sino que hay además algo sobrenatural en el hotel. Parece entonces que las dos versiones tienen propósitos distintos. La internacional, la definitiva desde el criterio de Kubrick, pretende ser más ambigua. Más que explicar quiere confundir y contagiar el espectador de aquella esquizofrenia. La versión extendida, en cambio, da un poco más de claridad, sin que el filme pierda el halo de misterio que gravita hacia el final. Sin embargo, el ritmo ya bastante lento de la versión internacional se hace menos digerible con la versión extendida. La decisión del director de mutilar aquellas escenas fue entonces afortunada, en el sentido de que dotó de más misterio el filme, al tiempo que mejoró en algo su ritmo. Hasta aquí podemos concluir que la construcción de El resplandor tuvo bastante de azaroso, desde el hecho de desprenderse de la historia original hasta la incertidumbre de cuál era el tejido final deseado. Todo ello dejó ciertas huellas, no siempre perceptibles o que quizá no queremos aceptar. Asuntos de menor importancia, como el manejo de los espacios por parte de los personajes en el desenlace (Jack pasa de la habitación a la cocina o a la entrada del hotel en cuestión de segundos, sin considerar las distancias a las que Kubrick ya nos había acostumbrado con antelación a través de los largos recorridos con sus planos de secuencia). El personaje de Dick Halloran es otro elemento problemático. En la novela, él es el héroe de la historia. pero en el filme, en cambio, es sacrificado por Kubrick de la forma más inesperada posible, a pesar de todo el trabajo al que lo sometió: el pobre hombre hace llamadas infructuosas al hotel, a la operadora, toma un avión, en la versión extendida habla con un amigo para alquilar un vehículo apropiado para sortear la tormenta de nieve, más el prolongado trayecto hasta el hotel, para que apenas en la entrada, sin ninguna intervención, recibiera en su pecho el hacha asesina de Jack. Y, por último, el tema del resplandor: ese poder psíquico que reside en Danny y que es el móvil central de la novela, en la película tiene poca o ninguna incidencia en el argumento. ‘La naranja mecánica‘ y la “ultraviolencia” Teniendo en cuenta todo lo anterior; aceptando que El resplandor no es una obra perfecta, y que además recibió críticas negativas en su momento, ¿cómo llegó a convertirse en una película de culto? ¿Qué la hace ser una película tan amada?

Primero, el nombre de Kubrick le otorga sin duda al filme un cierto blindaje, junto con el prestigio de sus obras anteriores. Segundo, parte de la emotividad de la obra recae sobre los hombros de Jack Nicholson, un actor galardonado que se encontraba en la cima de su carrera (no son pocos los momentos en que el espectador centra por completo su atención en él, olvidando casi por completo el entorno). Tercero, y esto es tal vez lo más importante, el rigor del director: ese corregir sobre lo corregido y no temer hacerlo. La eterna inseguridad del artista se puede ver allí en el filme como los últimos tembloroso trazos de un pintor inseguro que, aunque busca la perfección, solo lo hace para que sus imperfecciones no sean tan notorias. Con tal propósito Kubrick incrementó de forma considerable el volumen de lo estético para que primara sobre lo argumental. Stanley Kubrick es un gran creador de atmósferas, y en El resplandor, desde su inicio, con la toma aérea de la carretera, junto con la música sugestiva, parecía ya estar tejiendo un presagio de lo que acaecería. Las simetrías en los interiores del hotel; el manejo de los colores, inclinada hacia esa paleta del rojo; aquellas tomas nadir poco comunes en la época, incluso hoy; el rigor de la escenografía; los juiciosos decorados; el efecto de puesta en abismo (mise en abyme) de la maqueta del laberinto y su transición impercetible hacia el real; los ecos; la música sugestiva y apropiada según el momento. El entramado de todo ello contrarresta y hasta justifica los efectos de su ritmo lento y hace de la película una obra magistral. Verla es como caminar por entre un museo. Por tales razones, el filme sigue encantando a través del tiempo. ‘Psicosis‘, de Alfred Hitchcock. Un comentario de Manuel Kalmanovitz Pero hay algo que le otorga un valor adicional, algo que no le perdonan los puritanos del género del terror: el haber roto la fórmula. Stephen King precisamente acusó a Kubrick de no entender las reglas del género. Con o sin intención, el director rompe estas reglas y emplea las suyas: las de la esmerada estética, las de lo interpretativo, las de lo único e inesperado. Que la primera escena de tensión y miedo se presente casi a la mitad de la historia y que aún así el espectador permanezca, es un acto osado cuyos beneficios se perciben apenas hasta hoy, con el buen añejamiento que ha tenido. Es en últimas una película con características que la hacen irrepetible y única, como lo son Psicosis (1960), de Alfred Hitchcock, o El exorcista, por mencionar las relacionadas con el género. Estas dos obras, y otras de similar importancia, han tenido una clara influencia en el cine. No podemos, sin embargo, decir lo mismo de El resplandor. O por lo menos es difícil rastrear una influencia clara de esta obra en otras películas; pocos realizadores se atreverían a hacer un filme de similar estructura y ritmo en lo que al terror respecta (¿Lars von Trier, quizá, con Anticristo?). Más que influencia, lo que sí ha logrado El resplandor es insertarse a modo de ícono en la cultura cinematográfica. Es mencionada y parodiada en decenas de películas y series de televisión y permanece siempre en los podios de aquellos conteos de mejores películas que hoy abundan en internet. Su legado reside entonces en su capacidad de haberse hecho universal y trascender el tiempo con buena salud, por lo menos hasta ahora, sin contar el halo de misterio que desborda el filme mismo y que hoy la convierte en casi un mito; hay que ver la cantidad de teorías conspirativas que giran en torno a ella, sobre todo en lo que respecta a supuestos mensajes y códigos secretos que Kubrick incluyó entre sus imágenes. En fin, hay solo algo más que nunca sabremos: si Kubrick hizo El resplandor con el objetivo de cautivar la audiencia de 1980, y fracasó, o lo hizo pensando en crear una obra icónica que trascendiera, y triunfó. La luz en ‘Barry Lyndon‘: una proeza técnica de Stanley Kubrick