Escribir sobre Psicosis (1960), aún hoy, 59 años después de su estreno, es traicionar la voluntad original de Hitchcock de mantener en secreto cada detalle de la película que, hasta ese momento, era la “más terrorífica jamás hecha” en la historia del cine. Cada momento, desde el rodaje hasta el estreno, lo planeó para evitar que se revelaran detalles de la historia. Nadie podía saber más de lo necesario, ni siquiera los actores, a quienes no les entregó el guion completo, sino solo sus parlamentos, y les prohibió hablar sobre la película en medios de comunicación. También en el set mantuvo el misterio: durante las jornadas de grabación marcó las sillas de los actores con sus personajes, incluso las de aquellos que no tenían un intérprete asignado, como es el caso de la señora Bates, la mamá del protagonista. Y fue tanta su obsesión por mantener el misterio que, durante el estreno de la cinta, les prohibió a los dueños de los cines dejar entrar personas a la sala después de empezada la proyección. No quería que espectadores despistados hablaran de la película sin tener en su cabeza cada detalle de la historia. Esa precaución casi neurótica del director por el cuidado de los detalles −que se repite en gran parte de su filmografía− se revela, asimismo, en los personajes y lugares donde se desarrolla la película. Le puede interesar: Hitchcock y los peligros del voyeurismo digital
Norman Bates, interpretado por Anthony Perkins. Por un lado está el Bates Motel, un motel alejado de la carretera principal de apariencia abandonado, silencioso, pequeño y casi inocente. Casi, porque es ahí −donde los viajeros se hospedan cuando se desvían por accidente de la carretera principal− en donde ocurre, más tarde, la escena del crimen más recordada y comentada del cine de Hollywood: el asesinato de Marion Crane en la bañera de su habitación. La escena fue grabada y perfeccionada durante una semana y requirió de 77 ángulos de cámara y 50 cortes de montaje. Crane es la secretaria de una inmobiliaria que se escapa de la ciudad después de robar la recaudación de la venta de una casa de 40.000 dólares. Es buscada por un detective privado y, en su huida, se desvía y se hospeda en el motel. La recibe Norman Bates, quien parece inofensivo, amable, casi aburrido. Sin embargo, más tarde, como el motel que administra, Bates termina siendo un asesino a sangre fría al mejor estilo de Dick Hickock y Perry Smith. El personaje, que vive atrás del motel en una casa siniestra que compartió con su madre desde que era niño, es un aficionado a la taxidermia, ese arte de disecar animales muertos para conservarlos con apariencia de vivos. Hay que mencionar también a la madre de Bates −que se deja ver en la ventana de la casa de atrás, y que a lo largo de la cinta cobrará protagonismo en la mente de su hijo−, pero, con el ánimo de respetar esa voluntad de Hitchcock de mantener el suspenso y no revelar los detalles de la historia, no se darán más detalles sobre ese personaje en este texto. Le puede interesar: ‘Vértigo’, de Hitchcock, o la mirada que vuelve a nacer Volviendo a los lugares, es en ese juego entre la casa siniestra y el motel inofensivo donde se proyecta la personalidad de la madre y el hijo. La casa: hermética, oscura y antigua es la madre que no se ve, pero que siempre está. Y el motel: pequeño, sencillo, inocente y preservado, casi tanto como la locura, es el hijo, que se ve, que está, pero que parece siempre ausente y sumido en dos conciencias.
“Todos estamos en nuestra trampa privada. Atrapados en ella y ninguno de nosotros puede liberarse. Arañamos y rascamos solos contra el aire, solos contra nosotros mismos. Y a pesar de eso, no nos movemos ni un centímetro. Yo nací en mi trampa, pero ya no me importa”, dice Bates en un momento clave de la película. El guion se basa en la novela homónima del escritor estadounidense Robert Bloch, quien a su vez basó su historia en el caso real del asesino Ed Gein, también conocido como “El carnicero de Plainfield”, y que también sirvió como inspiración para El silencio de los inocentes y La masacre de Texas. Sin embargo, a pesar de que este solo se basa en dos de los 17 capítulos de la novela, y mantiene los rasgos más descarnados del protagonista, en la película Bates no está obsesionado con el espiritismo, el ocultismo y la pornografía, como sí lo está el Bates de Bloch. En síntesis, el conflicto, el horror y la intriga que emanan de Norman Bates vienen por partida doble. Por un lado está su locura, que recuerda a ese personaje de Dickens de El manuscrito de un loco, y que se acentúa cuando asume la personalidad de su madre, a quien él califica como un ser inofensivo, “tan inofensivo como un pájaro disecado”. Por otra parte, está su mirada, que como en La ventana indiscreta (1954) y Vértigo (1958), Hitchcock imprime en el personaje esa visión propia del voyeur que espía y vigila sin pausa, con una mirada que en su obsesión se distorsiona, se aclara, se encuadra y se pierde en la intensidad propia del psicótico. Una mirada torva en una cara dulce que se revela mordaz, de a poco y sin aviso, al ritmo de los violines, las violas y los chelos que componen la banda sonora. La fotografía de la película, el diseño de arte y los actores le valieron cuatro nominaciones a los premios de la Academia. Y esto sin tener en cuenta que fue el propio Hitchcock quien asumió los gastos de producción, ya que Paramount pictures se negó a producir la historia. Pero en un primer momento, antes de añadir la música y ensamblar, el director estuvo a punto de abandonar el proyecto que sería una de las obras cumbre de su carrera y que más tarde inauguraría un paradigma en el cine de suspenso. Un antes y un después, así como Edgar Allan Poe en la literatura de terror y H. P. Lovecraft con su mitología propia. Le puede interesar: Clásicos para Obsesivos Compulsivos: Hitchcock y Kubrick vuelven a la gran pantalla