Hay ciertos rodajes que se convierten en infiernos y, al mismo tiempo, pasan a formar parte de los anales del cine. Por lo general, se trata de películas en las que la visión del director prima sobre cualquier consideración. La regla es que estos largometrajes, a pesar de sus arduas circunstancias, resultan tan memorables que con el paso del tiempo su difícil realización se convierte en algo anecdótico.En el set de Fitzcarraldo (1982), por ejemplo, Werner Herzog decidió encaramar un buque de vapor de 320 toneladas sobre una loma amazónica para exaltar la dimensión realista de la película. Los indígenas, además, acusaron al director alemán de explotación y, en medio del desespero, al final se ofrecieron a matar al siempre difícil actor Klaus Kinski. Apocalypse Now (1979), y los dantescos meses que pasó su equipo de producción en una selva filipina, también funciona como un famoso ejemplo. Ambas son consideradas obras maestras.Hoy, entre las películas nominadas a los premios Óscar hay una que pareciera formar parte de esa lista: El renacido (The Revenant), la nueva cinta de Alejandro González Iñárritu. Antes de su estreno, el largometraje del mexicano empezó a causar expectativa por la polémica que su rodaje suscitó. Se decía que se grabó en condiciones climatológicas inhóspitas, que algunos actores abandonaron el proyecto, que se arrastraba a un hombre desnudo por la nieve, que había una violación por parte de un oso…Pero El renacido no pertenece a esa lista de películas cuya complicada ejecución resalta el poder visionario de su director. No se puede comparar a la cinta del mexicano con Fitzcarraldo, Apocalypse Now o La vida de Adèle (en la que el director presuntamente abusó psicológicamente de las protagonistas). ¿Por qué? Porque la nueva película del director de Birdman es más forma que fondo. Más apariencia que contenido. Su estética visual, trabajada con minuciosidad por el cinematógrafo Emanuel “El Chivo” Lubezki, eclipsa su guion: una simple y predecible historia de venganza.La película, protagonizada por Leonardo DiCaprio y un impresionante Tom Hardy, se basa en la vida de Hugh Glass, un comerciante de pieles de comienzos del siglo XIX. La cinta retrata una nefasta expedición en el salvaje oeste americano en 1823, cuando un oso ataca a Glass y lo deja al borde de la muerte. Su compañía, perseguida por una tribu indígena, decide abandonarlo después de cargarlo durante unos días. John Fitzgerald (Hardy) se encarga de cavar su tumba y asesinar a la única persona que en realidad lo protege. El resto de la cinta, oh sorpresa, retrata la persecución que realiza Glass de Fitzgerald.Ahora, si bien gran parte de la cacería resulta emocionante, en especial por los efectos que logra Lubezki y la sobrecogedora belleza del paisaje, la cinta no ahonda en la psicología de los personajes ni en las dinámicas de poder de un escenario tan brutal como en el que transcurre la cinta. Se limita, en cambio, a resaltar hasta la saciedad el “renacer” del protagonista: su difícil travesía de la muerte a la vida. El final, además, no solo no sorprende, sino que decepciona en su búsqueda de moralizar al héroe y condenar con una innecesaria cantidad de justicia poética al villano.De todas formas, hay quienes la considerarán una obra maestra y compararán su travesía con la de Fitzcarraldo o Apocalypse Now. Pero será, ante todo, por culpa de la ilusión de la estética, pues su empaque resulta tan nítido y elaborado que cuesta apreciar su falta de contenido.