El arte es interpretación de la realidad. En ocasiones puede ser una cadena de reflexiones que se agudizan y contraponen indefinidamente, a modo de fractura en su audiencia. Este es el caso de The square. El nombre se lo da a la película una intervención de arte contemporáneo que lleva la siguiente máxima: “The square es un santuario de confianza y altruismo. En él  todos tenemos los mismos derechos y deberes”. Alrededor de ésta se construye una exhibición que indaga sobre valores que parecen axiomáticos y nada controversiales. Pero lo que pasa a su alrededor evidencia una sociedad de doble moral, ciega y sorda que la película va desnudando poco a poco, con un ritmo lento y preciso. Así The square, largometraje más reciente de Ruben Östlund, encadena piezas de arte, personajes y espectadores en una muñeca matrioshka en la que todos nos volvemos contenedores que van abriéndose y vaciándose para dar una mirada a nuestro tiempo desde la contemporaneidad.

Giorgio Agamben, filósofo italiano, habla del individuo contemporáneo como quien no coincide perfectamente con su tiempo, ni se adapta a sus necesidades, por lo que a través de este desprendimiento y anacronismo es más capaz de los demás de percibirlo y comprenderlo. Así, solo la distancia permite fijar la mirada en la época presente. La contemporaneidad es entonces una cuestión de valentía, es mirar la íntima oscuridad del tiempo buscando atrapar la luz inestable y, en este proceso, transformar el presente y ponerlo en relación con otros tiempos, en una lectura inédita de la historia. Con esta película, Östlund se consagra como alguien que entiende lo que lo rodea a través de esa mirada.Claes Bang interpreta a Christian Juel Nielsen, curador del museo. En su cotidianidad se rodea de periodistas como Anne (Elisabeth Moss) y de artistas como Julian (Dominic West), así como de su propio equipo y la agencia de mercadeo. Los límites entre su vida personal y profesional son difusos. Se bate entre la solemnidad frente a su público y frente a los medios –un mundo de referencias a Robert Smithson y Nicolas Bourriaud– y la búsqueda de su celular robado y los encuentros esporádicos con sus dos hijas. La película se caracteriza por mostrar el egoísmo de los individuos en la sociedad, pero no a través de una mirada que juzga, sino por medio de imágenes naturales.¿De dónde surge entonces la incomodidad en un contexto social? Östlund nos muestra dos mundos, el íntimo y el social. Un bebé que llora, piedra, papel o tijera, un mico en una casa, un condón. Del otro lado los mendigos en la calle, las tiendas y las estaciones de metro, pidiendo ayuda sin ser escuchados, y todo lo que pasa por el afán en la inercia del presente. ¿Qué indigna y qué incomoda? ¿Cuál es el límite? La escena de más impacto de la película surge de un performance en medio de una cena, donde el artista se comporta como una animal. Algunos huyen, otros interactúan apenas lo necesario con la bestia, pero en últimas todos bajan la cabeza cuando todo se sale de control para después atacar en masa. “¿Hasta dónde hay que llegar para acceder a su humanidad?”, dice el video viral que promueve la exposición de The square. Esta cinta muestra la deshumanización de la sociedad a partir de la flexibilización de los límites entre lo personal y lo público. El individualismo se ha convertido en una justificación de la pasividad frente a los dramas sociales de la realidad. La sociedad se puede definir así como un conjunto de individuos que piden ayuda sin ser escuchados. La proclamación de valores se hace desde la comodidad, pero no se practica. Estas denuncias de la película recuerdan las que se han hecho frecuentemente en el cine escandinavo, en los dramas políticos y sociales y sus reflejos en la intimidad de los individuos, por ejemplo en Festen (1998) de Vinterberg y The Man Without a Past (2002) de Kaurismäki.La naturalidad que se maneja en The square tanto a nivel técnico como narrativo hace que el espectador se envuelva casi sin darse cuenta en un recorrido de experiencias para adquirir algo de conciencia, para ir vaciando su propio contenido de excusas y prejuicios, y generar reflexiones a partir de una postura particular. Sin hermetismo ni vaguedad, el lenguaje del director es claro. Ruben Östlund asumen el doble rol de fractura y sutura del tiempo, como agente de la contemporaneidad. Es equiparable en su mirada a la época presente y en su actuar como artista, al poeta acmeísta ruso que Agamben menciona en su análisis sobre la contemporaneidad, Osip Mandel’štam, quien escribe el texto El siglo (1923)*: Mi siglo, mi bestia, ¿hay alguienque pueda escudriñar tus ojosy con su propia sangre fundirdos centuriasque justifiquen tu osamenta?La sangre creadora mana desde la garganta terrenal,y los parásitos tiemblanen el umbral de los días por venir.En tanto la criatura se mantenga con vida,la médula debe darse a luz,mientras la columna ocultadistrae el oleaje.Han restituido la cima de la vidacomo el cordero ofrecido en sacrificio,como el dócil cartílago de un niño—el siglo de la infancia de la tierra.Para liberar la época de su confinamientopara generar un nuevo mundo,los desavenidos, los enmarañados díasdeberían sonar al unísono como una afinada flauta.Es el siglo que mece las mareascon la desesperación de la humanidad,en la maleza el aliento de una serpientees la dorada medida del siglo.Aun los retoños se embravecerány los inmaduros pimpollos brotaránpero ¡tu columna vertebral es aplastada,mi fantástico y despreciable siglo!En lunática beatitudmiras atrás, cruel y debilitado,como la ágil bestia que fuiste,las huellas dejadas por tus pies.La sangre creadora manadesde la garganta terrenalel indiferente cartílago de los océanossalpica con la desesperación del pez buscando la costa.Y la albanega del pájaro se despliega en las alturasde las húmedas piedras azul cerúleo,corrientes de agua inundan la inevitable apatíade tu única herida mortal.*Traducción de Silvia Camerotto