Coltejer pierde 1297 millones. Fabricato 1273. Tejicondor 25.5. Unica 250. Rumores insistentes de concordato en Fabricato y Tejicondor. En Unica no hay rumores, el concordato se declara.Los muertos anónimos a nadie le duelen, llenan los periódicos y pasan al olvido. Lo mismo ocurre con las crisis económicas, de tanto citarlas pierden validez; necesitan de nombres y apellidos para recuperar su único patrimonio: el pánico. Ya hay nombres: textiles. Y si se quiere más especificidad, Coltejer, Fabricato, Tejicondor y Unica. Las dimensiones de la crisis son catastróficas; estas cuatro empresas representan el 70 por ciento de la industria textil y ésta a su vez constituye el 15% del total de la producción manifacturera y el 14% del empleo .El sector textil en Colombia es el equivalente al sector automotriz en los Estados Unidos. Los dos son sectores líderes; grandes generadores de empleo; estandarte y "jalonadores" del crecimiento industrial durante largos períodos.Desde las rústicas fábricas de tela burda que abundaban en Santander durante el siglo pasado, hasta los sofisticados complejos industriales como la planta de Coltejer en Itaguí, el país ha dependido y ha creido en los textiles.Su importancia ha sido cada vez mayor. Entre los años 30 y los 60 fueron el símbolo de triunfo de un proceso de sustitución de importaciones. El crecimiento de las empresas textiles en Antioquia implicó el desplazamiento de los paños que llegaban de Manchester y Birmingham, fue un primer paso en la búsqueda de una soberanía económica. Después, durante los sesentas se pasó de la sustitución de importaciones a la promoción de exportaciones, y los textiles también ocuparon el primer lugar en el nuevo proceso. A comienzos de los años 60 la CEPAL consideró que la industria textil colombiana tenía una de las estructuras tecnológicas más avanzadas del mundo.Pero todo este sueño de bonanzas glorias y crecimientos, tocó abrupta mente a su fin a mediados de la década del setenta, época desde la cual la situación ha venido empeorando.Muchas veces se cree que la crisis ha tocado fondo, pero los nuevos datos siempre vienen con pérdidas mayores, con proyecciones más negras y con criticas más acidas.En medio de este sombrío panorama, en el año de 1978, el industrial Carlos Ardila Lulle, apoyado por una inmensa fortuna proveniente de la industria de gaseosas, se convierte en el accionista mayoritario de Coltejer (su organización posee actualmente el 76% de las acciones de la empresa). Hoy, cinco años después, la lectura de los resultados financieros de la primera empresa textil del país induce a pensar que su compra fue un pésimo negocio. Este juicio no sólo se basa en los 1300 millones de pérdida del año anterior, sino también en los bajos crecimientos reales en la producción de la empresa, en el atraso tecnológico respecto a los paises del sudeste asiático y en un gigantesco y agobiante pasivo laboral.Todas las cifras claman fracaso. La mayor parte de los empresarios del sector privado y el gobierno-sin aceptarlo abiertamente-ven en las grandes empresas textileras una causa perdida. Este último, infinidad de veces ha tenido que acudir en su ayuda; los últimos tres gobiernos les han hecho préstamos de miles de millones, se han creado fondos especiales para apoyarlos. El problema del gobierno tiene dos caras: no puede permitir que estas empresas quiebren debido al peso político que tienen por su alta generación de empleo. Por otra parte, para el gobierno es muy difícil obligar a los consumidores a que compren artículos básicos de su canasta, a precios excesivamente altos, mientras los precios de los productos extranjeros son hasta un 60% menores. Nadie ve solución al problema; para esto se siguen dando créditos y créditos para que el enfermo sobreviva, pese a que ya nadie cree en su recuperación.Contra todo este violento caudal de pesimismo, Ardila Lulle afirma que Coltejer se salva, que él se encarga de sacar adelante la empresa. Según sus propias palabras, esto se trata más de un reto personal que una cuestión de dinero. Asegura que él es el único capaz de hacerlo, ya que aún el gobierno se vería en dificultades si intentara asumir los costos que implica reestructurar Coltejer.Es mucha la gente que no entiende por qué el sector textil se encuentra en tan malas condiciones, tampoco entiende por qué un hombre con una inmensa fortuna se dedica a inyectar fabulosas sumas de dinero (10000 millones de pesos en cinco años) a una empresa cuyos rendimientos día a día son más desfavorables. Lo único que está fuera de toda duda es que el derrumbe de Coltejer arrastraría a varias de las grandes textileras, que de por sí ya se encuentran en graves problemas financieros; Unica, la textilera de Manizales, cuyas pérdidas el año anterior fueron de aproximadamente 250 millones de pesos, tuvo que declararse en concordato. En círculos financieros se rumora que los oscuros manejos del grupo La Roche influyeron radicalmente en la actual situación de la empresa. El caso Fabricato, por su parte, es similar, y sus pérdidas (1.273 millones), no obstante ser cercanas a las de Coltejer, resultan aún más dramáticas si se tiene en cuenta que su tamaño es radicalmente inferior al de la anterior compañía textilera. En la asamblea de accionistas celebrada el jueves anterior se le atribuyeron las grandes pérdidas de Fabricato a los malos manejos llevados a cabo por el hoy intervenido Grupo Colombia.Mientras las pérdidas de la empresa se incrementaban y la situación laboral de la empresa se hacía insostenible, Felix Correa obligó a Fabricato a comprar a Furatena unas oficinas por valor de 187 millones de pesos.Hace pocos meses, en el gobierno se hablaba de no hacerle concesiones de ninguna especie a la industria textilera.Se consideraba que la única ayuda financiera que se les podía proporcionar debía estar dirigida al financiamiento de maquinaria moderna, de tal manera que se llevara a cabo una renovación tecnológica. Pero el jueves 24 de marzo, ante la amenaza de concordato de las "grandes", la Junta Monetaria destinó un crédito de cerca de 6.000 millones de pesos para los textileros, que no va dirigido a la reposición de activos sino a refinanciación de cartera, única solución para evitar el concordato. Las textileras están estranguladas por un pasivo a corto plazo y requieren financiación inmediata; para eso precisamente está el gobierno, y las textileras lo saben perfectamente.Detrás de los pesimismos, los retos, las angustias y las esperanzas, existen múltiples estudios que explican las razones que precipitaron al sector hacia la crisis.En forma muy breve, la historia de la crisis es la siguiente: Hasta 1972-73 el funcionamiento del sector textil era óptimo tanto en el mercado interno como en el externo. El precio del algodón, en esa época, era menor al internacional lo cual implicaba una ventaja competitiva para la exportación de textiles. En 1973 el precio del algodón se disparó hacia arriba, lo cual, acompañado por la recesión mundial causada por los precios del petróleo, constituyó un duro golpe para las textileras, que colocaban una buena parte de su producción en el exterior. Los empresarios, en lugar de aceptar que había llegado la época de las vacas flacas, decidieron aumentar los precios para evitar caídas en sus ganancias. Esto lo hicieron confiando en que la prohibición absoluta del gobierno de importar textiles seguiría vigente, permitiéndoles imponer los precios que se les ocurrieran, aprovechando su poder monopólico. Mientras hacían esto, mantenían los precios del exterior más bajos, para no perder mercados difíciles de recuperar. Esta crisis tuvo visos de terminar en el período 76-77 cuando los mercados extranjeros volvieron a expandirse un poco y el precio del algodón se tornó favorable de nuevo. Pero la recuperación fue corta; en el período 78-79, las ventas volvieron a caer. Esta nueva crisis tiene raíces más profundas, tanto que hasta el día de hoy no se vislumbran salidas muy claras.El irracional aumento de precios había disminuido cada vez más la posibilidad de exportar: Este proceso de aumento de precios fue frenado en la segunda mitad de la década, (en los últimos años los precios de los textileros han crecido a un ritmo menor que la inflación) pero indudablemente el daño ya estaba hecho. Por otra parte el gobierno, esgrimiendo razones fiscales, disminuyó el CAT para exportaciones de textiles del 15% al 5% lo cual redujo aún más la rentabilidad de las exportaciones. A esto se le sumó que los conductores de la política monetaria del anterior gobierno, buscando contrarrestar presiones inflacionarias causadas por la monetización de divisas de la bonanza cafetera, liberaron importaciones y frenaron el proceso de devaluación. Una medida tras otra golpeaba al sector textil.Pero los errores no fueron cometidos tan solo por el gobierno; también los empresarios se encargaron de ayudar a destruir sus propias industrias. Mientras que los países del sudeste asiático renovaban todos sus equipos a comienzos de la década, los grandes empresarios colombianos seguían trabajando con sus viejos telares. La lógica financiera, miope y de corto plazo, les decía que no había necesidad de ser muy eficientes ya que tenían un mercado cautivo. La entrada de mercancías extranjeras a bajos precios fue un golpe mortal dado por el gobierno sin compasión alguna.El optimismo de Ardila Lulle en su desacuerdo con muchos argumentos incluidos en este diagnóstico y en el convencimiento de que la mayor parte de los problemas son solucionables, pese a los apocalípticos análisis realizados por los técnicos. Considera Ardila que los detractores de la industria textil han obviado o tergiversado puntos de fundamental importancia, entre los cuales se cuenta la carga laboral de las grandes empresas. Debido a la antiguedad de sus empleados y a la gravosa ley de retroactividad de cesantias, cualquier aumento salarial significa fuertes erogaciones para la empresa. Empresas como Coltejer, cuyos empleados tienen un promedio de 12 años con la compañía implican (en 1982) 1 sueldos promedio de 647000 pesos al año. Estos costos no se presentan en las empresas medianas y pequeñas debido a que éstas los evitan despidiendo al, trabajador antes de que su número de años se convierta en pesada carga laboral para la fábrica. Abunda en este tipo de empresas la recontratación cada tres meses, con lo cual obvian todos los costos prestacionales.Lo anterior explica parcialmente el diferencial de eficiencia existente entre mediana industria y la gran industria.Pero, existe una serie de críticas, que no son tan fáciles de derrumbar: la renovación tecnológica de la mediana industria se hizo de una forma menos tardía, y su capacidad de adaptarse a las exigencias del mercado es más rápida. Estos argumentos generan la duda de si tiene sentido continuar financiando indefinidamente unos monstruos gigantescos que requieren para su óptimo funcionamiento de unos mercados no existentes en el país y cuya posibilidad de exportar grandes volúmenes no es nada clara, al menos en el corto plazo.En el concepto de Ardila, la situación no es tan desesperada como se ha querido plantear. Opina que más allá de la financiación del sector, el gobierno está obligado a devolverle el mercado nacional a la industria nacional.Para el país-continúa-lo grave no es el tamaño de Coltejer, sino la avalancha de contrabando que provoca desempleo, recesión e inseguridad. Las herramientas para erradicar este flagelo-según él-están completamente en manos del gobierno: cerrar por completo las importaciones de textiles y poner fin a la absurda revaluación del peso. Esta última, afirma el industrial, fue empleada con el fin de controlar la inflación, pero su mayor logro fue la destrucción de la industria Considera también que en el corto plazo, la sola eliminación del contrabando permitiría la reactivación. Las cifras son alarmantes. En 1979 el 66% de los textiles consumidos en el país eran importados o de contrabando. Si este 66% se puede recuperar, es posible volver a utilizar toda la capacidad instalada que tiene actualmente utilizada el sector textil. El actual gobierno ya comenzó el proceso de desmonte de las lisencias de importación y los resultados comienzan a hacerse sentir: Coltejer vendió en enero y febrero un 32% más de lo que vendió en los mismos meses el año anterior.Respecto al atraso tecnológico, dice Ardila Lulle que actualmente casi el 75% de la planta de Coltejer está renovada. La empresa, según sus declaraciones, tiene los mejores equipos que se pueden conseguir en el mercado y su potencial de eficiencia es superior al del promedio de la industria textil americana. En este proceso la organización Ardila Lulle ha invertido 10000 millones de pesos en los últimos cinco años. Dice el industrial: "El único que invierte en textiles soy yo". "Tengo absoluta confianza en su recuperación". Su poder económico es tan grande, que varios créditos otorgados por el gobierno tienen como condición que Ardila no venda sus acciones en la empresa.Se ha llegado a afirmar que el verdadero dueño de Coltejer no es Ardila, sino sus acreedores. La relación entre pasivos y activos que muestran los balances es aproximadamente del 90%, lo que implica que de cada 10 pesos de activos, nueve son de los acreedores. Según Ardila, este raciocinio marca una gran ingenuidad contable, ya que los pasivos de una empresa generalmente figuran en el balance en su valor real, pero no así los activos. Entonces, la cifra que aparece en libros, como activos de Coltejer (25992 millones de pesos), está muy lejana de la cifra real que, según el industrial, se aproxima a los 70000 millones de pesos, lo cual acaba con el alarmista dato de endeudamiento.Por último, respecto a la afirmación que se ha hecho de que el sector textil financia con mayores precios internos, sus bajos precios externos, Ardila opina que esta crítica muestra un desconocimiento casi absoluto del comercio exterior. Países tan eficientes como el Japón, venden su acero internamente a un precio cinco veces mayor que el precio de exportación; un caso muy similar es el del azúcar colombiano. Las exportaciones en el caso de algunos productos-textiles por ejemplo-constituyen lo que se denomina un tercer mercado, es decir, los países sólo sacan sus excedentes, y si la demanda por estos es menor a la oferta, se comienza a vender cualquier precio para deshacerse de ellos. Por eso, dice Ardila, es absurdo pensar que lo precios de los textiles que entran por contrabando a Colombia son iguales a los precios a los cuales se venden esos mismos bienes en sus países de origen.Es decir, en muchos casos no se sale del mercado por baja eficiencia, sino porque se compite con deshonestos dumpings (precios de venta de inferiores al costo, pero subsidiados por los gobiernos).Pese a la existencia de un argumento a favor ante cada uno de los argumentos en contra, de una solución para cada uno de los problemas, la esperanza en el sector es débil. Pese a esto, aún los más radicales críticos del proceso de concentración de propiedad en la industria esperan que Ardila cumpla el reto ya que, de no hacerlo,millares de personas pueden ver sus empleos derrumbarse y Medellín tendría que ser enterrada junto con sus grandes textileras.Ardila Lulle, por su parte, no quiere ser recordado simplemente como un gran magnate. Y si continúa al frente de Coltejer, no obstante las tremendas penurias por las que está atravesando la empresa, es porque prefiere que lo recuerden como el salvador de la industria textilera colombiana. Tiene la convicción de que si no puede él, no puede nadie. ¿Lo logrará? - LAS PRIMERAS 500 EMPRESAS LATINOAMERICANAS¿Qué tan ricos somos, realmente, los colombianos en el ámbito latinoamericano? ¿Qué tan poderosos son nuestros Santodomingos, Ardilas, Michelsen y demás empresarios, comparados con sus rivales continentales? La duda, aparentemente difícil de resolver, se encuentra perturbadoramente despejada en el ejemplar correspondiente a los meses de enero y febrero de este año de la revista Progreso, publicada en México, que trae una lista de las 500 principales empresas latinoamericanas, en la que resulta significativo el hecho de que aquellas que ocupan los primeros lugares son de indole estatal o de origen extranjero, mientras que casi todas las que figuran en las últimas posiciones provienen del capital y de la iniciativa privados.Las empresas petroleras de Venezuela, México y Brasil, en su orden, ocupan las tres primeras posiciones.Brasil, a su vez, aparece mencionado en la lista a través de 254 empresas, más del 50% de las 500 mencionadas, seguido muy lejanamente por México, con 98; por Argentina, con 74; por Venezuela, con 37; por Chile, con 19 y finalmente, por Colombia. Peru, Ecuador y Uruguay, con 9,6,2 y una empresa, respectivamente.La primera vez que aparece mencionada Colombia es en la posición número 131 con la empresa Avianca que, en la clasificación de 1980, ocupó el número 141. Wenen después Coltejer, en el 177; una leve mejora en relación con el año anteríor, cuando apareció como la número 179. El puesto 193 lo ocupa Bavaria, también por encima del número 200 que habia ocupado en 1980. Cadenalco aparece como la número 212, a donde descendió del puesto 176: Colmotores ocupa el 295 frente al 240 que había alcanzado en 1980. En el 381 figura Cartón Colombia, registrando una leve mejora frente al anterior, el 395. Fabricato aparece en el 386, un poco por debajo de su posición en 1980, la 378. Las dos últimas empresas colombianas en la lista son Cerveceria Aguila, en el 474, y la Nacional de Chocolates, en el 492: ninguna de las dos figuró dentro de las primeras 500 empresas en 1980.Salieron de ella, en cambio, CodiMobil, Colpuertos, Ecopetrol, Esso, Fedecaté, Flota Mercante, Idema, Monómeros, Rafael Espinosa Hnos Sofasa, Telecom y Texaco, que aparecian registradas en la lista del año anterior.Por último, resulta significativo anotar que las empresas que registraron mayores pérdidas en 1981, a nível latinoamericano, fueron las automovilísticas y, especialmente, la Fiat, la Volkswagen brasileña y la argentina y la Mercedes Benz argentina.LAS COLOMBIANAS 1980 1981 EMPRESA 131 141 Avianca 177 179 Coltejer 193 200 Bavaria 212 176 Cadenalco 295 240 Colmotores 381 395 Cartón Colombia 386 378 Fabricato 474 --- Cervecería Aguila 492 --- Nacional de Chocolates