Los padres saben la guerra que dan los hijos a la hora de comer vegetales. Y tal vez por eso se les ve recurrir a trucos como hacerle pensar que la cuchara llena de brócoli es un avión que va a aterrizar en su boca o incluso a pedirle (o más bien rogarle) que acepte cada bocado en nombre de un personaje de la familia. Después de lograrlo, les dan todo tipo de recompensas, desde aplausos hasta juguetes. Cuando no, hay regaños y represalias. Pero a la luz de un nuevo estudio el método del garrote y la zanahoria no sería el más efectivo para enseñarles a comer verduras. Según los expertos, habría que hacer todo lo contrario: dar menos zanahoria (premios) y simplemente exponer más a los niños a estos alimentos.El trabajo fue hecho por científicos de la Universidad de Bélgica con una muestra de 98 niños entre los dos y cinco años. En la primera fase de la investigación se les expuso a diez verduras diferentes entre las que estaban las que más mala fama tienen entre los infantes: endivias, espinacas, coliflor, arvejas, hongos, repollitos de Bruselas y remolacha. Estas fueron cocinadas al vapor o sudadas. De ese experimento se estableció que la más odiada eran las endivias. Por eso, los expertos decidieron usarla para la siguiente prueba.Lea también: Las verduras y las frutas sí son la salvaciónEsta consistía en servirles una porción de endivias y pedirles que comieran sin compartir con los demás. En esta etapa del experimento los niños se dividieron en tres grupos. En uno simplemente se les exponía a estas verduras sin decirles nada mientras en los otros dos se le daba un premio si las comían. Podía ser un juguete o sticker, o un reconocimiento verbal. En cada sesión se estableció cuánto habían comido y se les preguntó qué tanto les había gustado. Había tres posibilidades: deliciosa, buena y horrible, expresiones que los niños escogieron a partir de emoticones.Este experimento se llevó a cabo durante un mes con una frecuencia de dos veces a la semana. Luego hubo un seguimiento a las ocho semanas. Al cabo del tiempo los investigadores observaron que en el grupo sin recompensas el 81 por ciento terminó amando las endivias. comparado con solo 68 por ciento de a quienes se les dio un juguete o un sticker, y 75 por ciento de los que se les dieron un reconocimiento verbal. Puede leer: Cambiar las aulas por huertos y los lápices por verdurasEse acercamiento a la comida es el que ha realizado Lisa con su hijo Maximiliano Martínez, de dos años. Según ella, la clave ha sido la perseverancia pues aunque al niño un día no le guste una verdura, ha notado que en otros si lo hace. Por eso, aunque en una oportunidad rechace el brócoli ella insiste y se lo presenta de otra manera porque “la textura también es importante”. Además, siente que el gusto por un alimento depende de cómo se prepara. “A veces la coliflor le gusta si se corta como un árbol o prefiere la zanahoria si no está muy cocida”. Otro truco es no tener prejuicios. Muchos padres ni siquiera intentan darles ensalada porque “creen que no les va a gustar. Pero si se les da más oportunidades es posible que la coman”. La clave es no darse por vencido y seguir insistiendo. “Comer debe ser divertido para ellos y ponerse bravo u obligarlos cuando no lo hacen no ayuda”, señala esta madre. Así es como ha logrado que su hijo coma desde zanahoria hasta algas, que al parecer le gustan porque son “crocantes y saladas”.Eso mismo concluyeron los autores del trabajo, publicado en la revista Food Quality and Preference. "Los resultados señalan que la exposición repetida es la mejor vía para establecer el gusto por un alimento”.