Esta es una pregunta que muchos hispanohablantes, y no pocos aprendices de español, se plantean: ¿de dónde viene la jota y qué relación tiene con la grafía x?

Para responder a esta cuestión, debemos recurrir a la historia de la lengua, bucear en el pasado de nuestro idioma. En latín, la lengua madre del español, el sonido que corresponde a nuestra jota actual (bien se pronuncie de una manera tensa o más relajada, como una /h/ aspirada) no existía, sino que se trata de una articulación nueva que se origina con la configuración del romance, cuyo surgimiento los historiadores de la lengua datan entre los siglos XV y XVII.

Pronunciación de las grafías ‘J’, ‘G’ y ‘X’ en castellano medieval

En castellano medieval, teníamos dos sonidos que el español contemporáneo ha perdido: el prepalatal fricativo sordo (/∫/), que sonaba como una sh, y su correlato sonoro /ʒ/.

El primero se pronunciaba como diríamos hoy, por ejemplo, el nombre de la famosa cantante Shakira, y le correspondía la letra X. Fue así, con equis, como se adaptó al español en el siglo XVI, cuando llegan a este territorio azteca los conquistadores españoles, el nombre náhuatl de México (en aquella época sin tilde), que nunca se pronunció Méksico, sino Méshico.

La prepalatal fricativa sonora, /ʒ/, era un sonido similar, pero en el que vibraban las cuerdas vocales. Esta consonante se representaba con las grafías j y g. Sirvan de ejemplo palabras como mujer o gentil, que se pronunciaban de una manera parecida a como se pronuncia hoy en día “yo” o “haya”, por ejemplo, en el español del Río de la Plata (Argentina y Uruguay). Este fenómeno se conoce como “rehilamiento”.

Son estos dos sonidos (/∫/ y /ʒ/) los que dan lugar a nuestro actual sonido jota. Pero ¿de qué manera?

‘Musheres’ y ‘shabones’

En español hay varios pares de fonemas que solo se diferencian por el rasgo de la sonoridad, como son /b/-/p/ o /d/-/t/ (cuya única diferencia es que el primero es sonoro y el segundo sordo). Esto mismo ocurría con la pareja /ʒ/ y /∫/, si bien esta oposición se neutralizó con la evolución del idioma a favor del ensordecimiento y, por lo tanto, la versión sonora dejó de usarse. Es decir, al dejar de vibrar las cuerdas vocales, el sonido /ʒ/ se convierte en /∫/, de tal modo que pervivió en la lengua de la época únicamente /∫/.

Esto fue sucediendo progresivamente entre el final de la Edad Media y las últimas décadas del siglo XVI (como tarde inicios del XVII). O sea que lo más probable es que Cervantes pronunciara el título de su gran novela como “don Quishote”. De hecho, el Quixote pasó con sh a otras lenguas romances: Quichotte en francés, Chisciotto en italiano.

Después de esto, hay un segundo paso evolutivo: los especialistas apuntan que la sh empezó a confundirse con la /s/, dada su cercanía articulatoria. De hecho, aún hoy conservamos la muestra de ese trueque consonántico en términos como sepia y jibia, o en los apellidos Juárez/Suárez/. Parece que esto hace que la prepalatal /∫/ (sonido sh) retrase su articulación para alejarse de /s/ y, de este modo, se convierte en otro sonido: el correspondiente a nuestra jota actual, que, por cierto, se representa con /x/ en el alfabeto fonético, una asociación nada casual.

Esto significa que, durante un tiempo, en la historia del español (más o menos desde el siglo XVII al XIX, concretamente hasta la publicación de la Ortografía de la Lengua Castellana de 1815, donde la RAE establece el cambio de grafía), las palabras que se escribían con X se pronunciaban con jota (sonido velar fricativo sordo), dado que ya nadie articulaba la sh originaria que correspondió en su tiempo a esta grafía.

La reforma del siglo XIX y México

Esto cambió a principios del siglo XIX con las reformas ortográficas que lleva a cabo la Academia de la Lengua, que estableció que las palabras que tenían una equis debían escribirse con jota. Es entonces cuando xabón pasa a ser jabón. La letra j existía en latín y era una variante de /i/. De hecho, en el alfabeto fonético internacional, /j/ corresponde a una i semiconsonante.

Pero cambiar el nombre de un país o una región era más complejo y afectaba, entre otras cosas, a la identidad nacional de su población en un momento histórico, además, delicado, ya que la reforma ortográfica de la RAE coincidió con el conflicto por la lucha de la independencia de las naciones americanas.

Los mexicanos se resistieron al cambio de grafía del nombre de su país, si bien, hasta inicios de este siglo, lo recomendado por la RAE era escribir Méjico en lugar de México. De ahí que no sea extraño encontrar escrito el nombre de esta nación con jota en algunos documentos antiguos. Sin embargo, a inicios del siglo XXI, con la nueva política panhispánica en la que se publican conjuntamente las obras normativas del español por la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE) y la Real Academia Española (RAE), entre ellas la Ortografía de la lengua española, se dio un paso atrás.

Actualmente, la norma académica estipula que, si bien representar con la grafía j nombres de lugares como México o Texas no se considera incorrecto, lo más recomendable es su escritura con X. Lo que sí deja claro respecto a su pronunciación es que, en español, no se debe pronunciar ni [méksiko] ni [téksas].

Diferentes articulaciones de j en el mundo hispánico

Otra cuestión interesante que podemos comentar es que la pronunciación de la /x/ en el mundo hispánico no es única, sino que conviven diferentes soluciones para pronunciar lo que de forma escrita representamos con las grafías j y g seguida de e, i. Se diferencian dos grandes articulaciones dominantes representadas fonéticamente como [x] (alófono fricativo velar sordo) y [h] (alófono aspirado velar sordo).

Como se puede apreciar, estos dos sonidos se distinguen en la fricación frente a la aspiración; dicho de otro modo, uno es más tenso y otro más relajado. El primero se asocia con el español del centro y norte peninsular, mientras que el segundo es el que ocupa la mayoría de la región andaluza, junto con gran parte de Extremadura, Canarias y la América española.

Puede decirse, entonces, que la aspiración es el sonido dominante del español, ya que la gran mayoría de los hispanohablantes aspiran la jota.

Por: Rocío Cruz Ortiz

Profesora de Lengua española, Universidad de Granada

Artículo publicado originalmente en The Conversation