Todas las personas tienen nombres y apellidos. Los segundos son esas palabras que le siguen a los nombres y que se mantienen de generación en generación, por lo que se convierten en una parte esencial de la identidad tanto personal como social de cada quien.
Según el portal Educa Historia, estas palabras no solo diferencian de los demás, sino que también se convierten en una forma de conexión con las raíces tanto familiares como culturales. Los apellidos pueden reflejar muchas cosas. Por ejemplo, la herencia familiar y la procedencia geográfica.
Este sitio web indica que hay estudios en los que se indica que los nombres y apellidos de las personas pueden tener el potencial de influir no solo en el comportamiento, sino también en la apariencia física, trayectoria profesional y decisiones de vida.
Así las cosas, los apellidos son palabras que van más allá de una simple etiqueta, pero no se debe confundir con el nombre, que es aquel término único que se le da a la persona al nacer o en el momento en que se registra o bautiza.
El nombre se utiliza principalmente para la identificación personal y suele ser el que más se usa en las interacciones diarias, aunque hay personas a las que las llaman por el apellido.
Como ya se mencionó, el apellido es el nombre de familia que se comparte con otros miembros de la misma. Normalmente se usa en contextos más formales y sirve para identificar os individuos dentro de un ámbito familiar o genealógico.
Apellidos terminados en “ez”
En algunos países como en Colombia es muy frecuente que se escuche de los apellidos terminados en “ez” y esto tiene un significado particular. Según el portal Ser Padres, este sufijo es de origen patronímico y tiene sus raíces en la lengua romance derivada del latín.
En su forma original, “ez” significaba “hijo de”. Por lo tanto, cuando se añadía este sufijo a un nombre propio, indicaba la filiación o descendencia de una persona respecto a otra. Por ejemplo, “Martínez” significaría “hijo de Martín”, “Fernández” sería “hijo de Fernando” y así sucesivamente.
Esta forma de denominación se popularizó en algunas partes de España, pero pronto se extendió por otras regiones, reflejando una sociedad que valoraba profundamente los lazos familiares y la herencia genealógica.
Se dice que estos sufijos generan un vínculo con el pasado, pero además son un símbolo de identidad y pertenencia familiar. Con frecuencia estos apellidos son pasados de generación en generación, manteniendo viva la memoria de los ancestros y fortaleciendo el sentido de continuidad y conexión con la historia familiar.
Algunos de los apellidos más comunes son: Rodríguez, Fernández, González, López, Martínez, Sánchez, Gómez, Pérez, Jiménez, Álvarez, Gutiérrez, Domínguez, Ramírez, Núñez, Méndez y Benítez.