Llegó un año en que las sombras cubrieron las calles de incertidumbre y temores por cuenta de un virus desconocido que desafió el poder humano. La tierra se detuvo y, en medio del encierro de sus habitantes, quitó de sus hombros el hollín. Poco a poco fue recuperando su antiguo olor a savia fresca y de sus ojos corrieron frescas lágrimas que limpiaron mares y ríos, quebradas y lagos. Pero, en ese despertar, ¿qué sucedió con las Sierras y Montañas? ¿Qué sucedió con la memoria de los pueblos ancestrales y sagrados? ¿Dónde quedaron inscritas la cultura y los ritos con que los hombres y mujeres originarios protegieron a la madre tierra?

Este párrafo podría ser parte de una historia que leerán en 100 años los habitantes del planeta, y que hoy nos convoca a detenernos y a desafiar el miedo a un monstruo invisible, que nos impide abrazarnos, hablarnos de cerca pero que facilita el reconocernos.

En un país que solamente en el año 1991, en su Carta Constitucional, “reconoce y protege la diversidad étnica y cultural de la Nación colombiana” (artículo 7), queda aún mucho por escarbar, profundizar y conocer de los pueblos que originariamente constituían lo que hoy es nuestro Estado/Nación y que actualmente, fortalecen sus liderazgos y luchan porque sus saberes y expresiones no se diluyan en medio del caos de una modernidad agonizante, que no solo pone en peligro sus vidas y la de sus comunidades, sino que parece estrangular sus lenguas y territorios.

Pensando que en esta “cuarentena”, hay más tiempo para “saber”, decidí viajar “virtualmente”, a la Sierra Nevada (como se le conoce a la Sierra Nevada de Gonawindwa) a encontrarme con Hugo Jamioy, un reconocido líder indígena, nacido en la “Nación” Camuentsa Cabeng Camentsa Biyá; pueblo que cuenta con pensamiento y lengua propia.

Mi anfitrión, Hugo Jamioy, me recibió en medio de la Danza de la Ofrenda, en la que él y su pueblo agradecen por la vida y reconocen a la Tierra como la Gran Madre. Es una de las muchas formas rituales con las que los pueblos ancestrales (Indígenas) “piden perdón a la madre tierra, en un momento de ajuste de cuentas”, por los desmanes infringidos por todos sus habitantes.

Hugo Jamioy, es un hijo “adoptivo” del pueblo Iku (conocidos como “Arhuacos”), adonde llegó hace 24 años, con su hermano. Allí estableció su familia y entrelazó su cultura originaria, transcurrida en B?ngbe Uáman Tabanoca, conocido actualmente como el Valle de Sibundoy (Putumayo, Amazonía colombiana).

Hugo nació de abuelos y abuelas que inventaron una lengua a través de la cual sus hijos y nietos aprendieron a sentir, a nombrar y amar a cada ser que brotó del lugar que denominaron “Tsebatsana Mamá enduabaina acbe Bets Mamá (Madre Responsable, se llama tu Gran Madre).

Y cuenta:

Quiero saber más de lo que está pasando en la Sierra Nevada y de cómo fue que pudieron establecerse armónicamente, varias comunidades, diversas, en un solo Resguardo Indígena, al que Hugo pertenece. Él me resume el antecedente, con su firme “voz” y con la convicción derivada de su compromiso con su historia:

En este diálogo con Hugo Jamioy me quedó claro que a Colombia, esta Nación diversa en la que aún perviven 102 pueblos indígenas que luchan por preservar su cultura, le falta reconocer su ancestralidad y etnicidad.

En la tarea de preservación y salvaguarda del conocimiento y expresiones de la Nación Arhuaca, el Ministerio de Cultura ha sido, según sus propias palabras, “un aliado de sueños, que se concretaron en lo que hoy se conoce como Biblioteca Indígena y Casa de la Memoria de la Sierra Nevada de Gonawindwa. El proceso fue posible gracias al dialogo abierto y a la disposición de las Autoridades Tradicionales, los Mamos y la comunidad, mediados por el Ministerio y la Biblioteca Nacional".

Según el poeta Hugo Jamioy:

Foto: Fernando González, Mincultura.

La Biblioteca “de la Sierra” también funciona como centro de memoria, tiene espacios para realizar talleres, para el tejido, para la música, para la producción audiovisual y terrazas para la recuperación de la agricultura propia de la Sierra.

En la voz de Hugo Jamioy, danza la historia de un país, que necesita ser revisitado, no moviéndose de “la casa”, solo abriendo el corazón a reconocer que somos una Nación diversa, en cuarentena histórica, que debe temer al virus de perder su memoria.