El aluvión de misiles que el presidente Donald Trump descargó sobre Siria lo reveló como un líder alimentado por el instinto y la emoción, y dispuesto a sacudir cualquier estrategia en un instante. Pocos se imaginaban que desde el relajado ambiente de Mar-a-Lago, en Florida, donde se encontraba, decidiera ordenar un ataque que pudiera marcar su administración y alterar dramáticamente la dinámica geopolítica de Medio Oriente. Aunque las imágenes de los niños muertos que le dieron la vuelta al mundo afectaron claramente al mandatario, durante dos días se reunió con su equipo, supervisó el bombardeo y recibió un informe de su equipo de Seguridad Nacional sobre el operativo.