En sabe que habría sucedido si el general Rosso José Serrano le hubiera aceptado a Horacio Serpa la candidatura a vicepresidente. Puede ser que la pareja hubiera resultado triunfadora sobre la de Andrés Pastrana y Gustavo Bell, y que hoy estuviera a cargo de las riendas del país, pero lo que sí es seguro es que los índices de popularidad del general Rosso José ya no seríanlos mismos que hoy lo llenan de gloria en las encuestas.Por una razón muy clara: está más que probado que los colombianos lo quieren por encima de cualquier otra persona como director de la Policía. Que le agradecen todo lo que ha hecho desde ese cargo. Que confían definitivamente en su rectitud y en sus capacidades. Pero nada de eso significa que además quisieran verlo de Presidente o de vicepresidente, o incluso de alcalde de Bogotá, ni que todas las infinitas cualidades del general sean las que se requieren para dirigir un país o para manejar una ciudad.Sólo hay que mirar los avatares que le ha tocado enfrentar a Enrique Peñalosa, un hombre del que puede decirse cualquier cosa menos que no había invertido varios años de su vida en prepararse para el cargo, para entender que el general Rosso José podría estar arriesgando su extraordinario prestigio para volverse el paganini de cada hueco, de cada trancón, de cada basurero y de cada serrucho administrativo que se cometa en la capital. Para ser un buen alcalde de Bogotá no está demostrado, y es poco probable que así sea, que primero haya que haber sido un buen policía, o que ser un buen policía sea garantía de convertirse en un buen alcalde. A Bogotá la debe manejar un hombre con un profundo conocimiento administrativo y social de la ciudad. Las epopeyas del general Rosso José, que van desde la bobadita de haber depurado a su contaminada institución, desde tener entre rejas al cartel de Cali, desde haber recuperado la confianza ciudadana en la autoridad, hasta haber conquistado con su rectitud y bonhomía el corazón político de Estados Unidos en medio de las devastadoras relaciones de dicho país con la Colombia de Samper, sirven para hacer construir una leyenda pero de pronto no para hacer un alcalde.Y por eso me preocupa que los cantos de sirena lo tengan meditabundo sobre si acepta o no ser candidato a burgomaestre capitalino, girando contra la chequera de la inmensa popularidad que ha acumulado por cuenta de ser un excelente director de la Policía. Los aspectos que le podrían salir mal al general encuentran antecedentes no muy lejanos en los casos de Alfonso Valdivieso y de Antanas Mockus, dos hombres que estaban haciendo bien las cosas hasta que se les ocurrió que su popularidad eran invertible en destinos más elevados.En el caso de Valdivieso, por ejemplo, era obvio que un Fiscal que había tenido la valentía de destapar la olla podrida más grande de la historia de Colombia merecía los más altos índices de popularidad del momento. En medio de los rumores que aseguraban que renunciaría a su cargo para aspirar a la candidatura presidencial, hasta que finalmente tomó la decisión, convencido de que su trampolín sería el de ser el hombre más popular de la arena política.Pero la desinflada fue rápida. Quienes lo habían admirado como Fiscal comenzaron a dudar de si realmente lo querían ver como Presidente. Por contraste con el cargo que ejercía, llegó a acusársele duramente de que como Fiscal hablaba demasiado y como candidato presidencial muy poco. Y sucedió lo inevitable. De ser un excelente Fiscal Valdivieso se convirtió en un mal candidato presidencial, y en pocos meses había girado hasta el último cheque de su popularidad.Con Mockus sucedió algo parecido. A estas alturas de su alcaldía, comparada con la de Enrique Peñalosa, Mockus era un hombre inmensamente popular. Había logrado lo que parecía imposible: no quemarse en la alcaldía de Bogotá, una de las ciudades más inmanejables del mundo. Con esa mezcla de extraordinaria inteligencia e inmenso corazón que lo caracteriza, Mockus tomó la decisión de dejar a los bogotanos medio colgados de la brocha para ensayar la candidatura presidencial, que permitió que Bogotá perdiera un excelente alcalde a cambio de un ensayo que no condujo a ninguna parte.Y eso que existe mucho más trecho entre ser policía y alcalde de Bogotá, que entre ser alcalde de Bogotá y candidato presidencial...Eso nos pasa en Colombia por confundir una cosa con la otra. Las popularidades que se van ganando por cuenta de distinguirse ejerciendo una determinada función no han probado ni ser trasteables, ni ser endosables, ni ser imprescriptibles, ni ser inagotables.Por eso, admirado general Rosso José, yo tengo la ilusión de que piense muy bien las cosas. Y de que al cabo de los 30 días que le quedan para tomar la decisión de renunciar a su cargo para no inhabilitarse en cuanto a sus aspiraciones a la alcaldía de Bogotá, nos anuncie que el general prefiere seguir siendo policía que alcalde.Yo me considero la primera 'rossojosé-serranista' del país. Si él lo necesitara o me lo pidiera, sería capaz de salir a marchar en las calles para apoyarlo en cualquiera de sus luchas por recuperar el orden y la ley.Pero probablemente no votaría por él para alcalde.