En mis años de trabajo en la conservación de la Amazonía colombiana, he pasado gratos momentos con habitantes de la región discutiendo lo siguiente: ¿cómo generar incentivos para conservar los bosques que se encuentran dentro de sus predios? Esta pregunta se fundamenta en la necesidad de encontrar alternativas que permitan contener la deforestación en aquellos lugares donde los predios cuentan con títulos de propiedad. Sus dueños, como todos nosotros, buscan generar ingresos a partir del desarrollo de una actividad productiva sostenible en sus parcelas o fincas. Lea también: El error que se comete al escribir la hoja de vida y al comunicar proyectos ambientales Poco a poco, un número significativo de propietarios va comprendiendo que mantener el bosque en pie (conservado) puede ser rentable, cuando se implementan iniciativas de emprendimiento, como el turismo de naturaleza o la producción de cultivos nativos, de una manera organizada, asistida y conectada con los consumidores, a través del mercado. Por ejemplo, con sistemas agroforestales de productos como el sacha inchi, copoazú, arazá, cocona, azaí, entre otros. No obstante, otro grupo de propietarios continúa reemplazando bosque por potreros para ubicar en él un par de vacas que les permita maximizar sus beneficios. Otra alternativa a la que suelen recurrir es “tumbar monte” (el bosque) para sembrar cultivos de pancoger con bajos niveles de planificación y/o productividad, que no logran incrementar sus niveles de bienestar a través de una renta estable y sostenida. Entonces, en ese proceso de consulta sobre la pregunta planteada en el primer párrafo, una parte de la respuesta me fue dada por Edgar, mi vecino en Florencia-Caquetá, dueño de una parcela en donde corren gurres (armadillos), bajan los monos maiceros a su casa y sobrevuelan las mismas aves que me dan la bienvenida cada vez que llego a mi predio, pero que aún no logro distinguir. Edgar me dijo: “quién no quisiera cuidar de estos animalitos, pero a veces hay que priorizar (me hizo el gesto de “comer”)”, y añadió: “si a uno le pagaran por cuidar su bosque y esta riqueza estaríamos hechos todos”. Este mensaje fue la motivación para buscar alternativas que satisfagan las expectativas de Edgar, las mías como vecino, y las de cientos o miles de pequeños dueños de parcelas y fincas en la región del piedemonte amazónico. También fue en ese momento que empecé a indagar sobre términos como: “Banco de Hábitat, “Bosques de Paz” y “Bonos de Biodiversidad”. Poniendo en marcha mi proyecto de conservación llamado Amazonía Emprende: Escuela Bosque de Negocios Verdes en Florencia-Caquetá, encontré a South Pole, empresa con la que inicié un proceso de aprendizaje sobre cómo los Bonos de Biodiversidad contribuyen a satisfacer las inquietudes de aquellos que queremos seguir viendo correr gurres por nuestros predios y proteger los cuerpos de agua que brotan mágicamente en nuestras fincas. Este tipo de bono es una herramienta financiera que hace viable la sostenibilidad económica, social y ambiental en proyectos de preservación, restauración y uso sostenible en un predio como el de Edgar. Este mecanismo promete generar ganancias netas en biodiversidad y sostenibilidad financiera para todas las partes implicadas: para quien compra el bono, porque está contribuyendo a compensar impactos sobre la pérdida de biodiversidad y sus servicios ecosistémicos, además de evitar deforestación de una manera más proactiva. El costo del bono, la rentabilidad y los ingresos a los propietarios corresponden a una estrategia hecha a la medida, es decir, flexible de acuerdo con las características de cada proyecto en términos de variables como la extensión del predio, el grado de naturalidad del ecosistema y la demanda que se tenga en el territorio. Los ingresos para los propietarios pueden ser monetarios o en especie, lo cual puede traducirse en la financiación de proyectos productivos sostenibles. También hay ganancias para el medio ambiente, al conservar el bosque: su ecosistema puede seguir garantizando los servicios que naturalmente ofrece (por ejemplo, generación de agua, regulación del clima, captura de carbono, conservación de especies, entre otros). Explicado por South Pole, un Bono de Biodiversidad permite canalizar las inversiones reguladas por pérdida de biodiversidad o las inversiones voluntarias a cambio de un retorno en indicadores económicos, sociales y ambientales. Cada bono equivale a una hectárea en conservación y se mantiene en el tiempo gracias al trabajo con las comunidades y los incentivos económicos para los propietarios de la tierra. Estos bonos (a su vez hectáreas) son monitoreados constantemente para garantizarle al comprador que el bosque seguirá siendo conservado. También le puede interesar: La empresa que aceptó el reto de llevar internet al Amazonas Un Bono de Biodiversidad puede negociarse en el mercado entre quienes aplican medidas de conservación y quienes desean compensar sus impactos y efectos sobre las especies o los hábitats. Según South Pole, “este concepto nace de un término internacional denominado biodiversity offset, que ha tenido grandes resultados económicos y sociales en el mundo. Este mercado representó US$2,9 billones en 2015, siendo Oceanía el continente donde principalmente se ha desarrollado”. Este tipo de instrumentos me generan expectativa y esperanza. Así como los bonos existen varios instrumentos e incentivos desarrollados por actores públicos, privados, de la sociedad civil y de la cooperación internacional que están haciendo su trabajo día a día por revertir la tendencia de sustitución de bosques por potreros. Conocer estas iniciativas es el primer paso para aprovechar las alternativas de conservación y contribuir a proteger nuestra riqueza natural, representada en ecosistemas tan icónicos para nosotros como la Amazonía. Por mi parte, me motiva pensar que Edgar, mis vecinos y otros propietarios de los territorios rurales de Colombia, en especial los amazónicos, conocen sobre estas opciones de conservación a través de este espacio de opinión. A ellos, que conviven con el bosque y entienden su valor en nuestras vidas, pero que también están buscando un mejor futuro para sus familias, les debemos nuestra creatividad para imaginar nuevos esquemas, dentro y fuera del mercado, que permitan traducir nuestra riqueza natural en bienestar social. Así mismo, la motivación para escribir estas columnas es generar mayor pedagogía entre mis vecinos y otros habitantes de los territorios colombianos, en especial, de los amazónicos, lugar donde desarrollo mi sueño y mi propósito de vida y conservación. En próximas columnas hablaré sobre otro tipo de instrumentos de compensación y conversación ¡Feliz jueves! Lea también: Colombia prevé sembrar 180 millones de árboles hasta 2022