A diario somos bombardeados por decenas de historias acerca de personas que de un día para otro se convierten en millonarias al ganar la lotería o porque tuvieron una magnífica idea que se sincroniza a la perfección con la sociedad de consumo. Sin embargo, son también múltiples las historias, que pasan desapercibidas, sobre personas que no ven la riqueza en el dinero y en el acaparamiento y que deciden desligarse de dicho mundo para tener una vida más apegada a la naturaleza, que los hace más felices y quizás millonarios según la forma en que ven la vida.Este es el caso de Fabio Mejía, un hombre de 55 años oriundo de Jamundí (Valle) quien hace unos 20 años decidió darle la espalda al mundo empresarial para reencontrase con lo básico y apegarse al conocimiento ancestral de la etnia guambiana. El padre de Fabio durante muchos años fue el gerente de la editorial Bedout por lo que este hombre se acostumbró a crecer en medio de numerosos privilegios que lo acompañaron hasta bien entrados sus treinta años cuando seguía exitosamente los pasos de su padre. No obstante, todo cambió cuando los negocios que hacía su progenitor se empezaron a diversificar y su oficio ya no satisfacía su diario vivir. Esta situación golpeó fuertemente a este hombre, quien más allá de pensar en el suicidio o en encontrar consuelo en el alcohol o las drogas decidió que “era el momento de retornar a lo básico de buscar a la naturaleza” y en ese momento fue en el que conoció al taita guambiano Felipe Morales Cantero.Morales Cantero, ya fallecido, era un artista de la etnia guambiana quien fue educado por las madres lauritas en el bajo Cauca. Del taita retomó el conocimiento indígena y la percepción de que la riqueza no está en las posesiones materiales, también empezó a reconocer en el arte una forma a través de la cuál podía ser feliz y hacer felices a los demás.
Allí, con los guambianos, conoció a otro patriarca del resguardo llamado Manuel Muelas de quien recuerda que en una ocasión le dijo, “loco acelerado pará esto tienes que dejar el consumismo, empiece hacer de esto algo social y misionero”. Estas palabras llevaron a Fabio a vender todas sus cosas y a dedicarse a la tierra algo que claramente tendría consecuencias para su vida familiar, pues su esposa no aguanto este nuevo estilo de vida más simple y decidió abandonarlo.Fabio empezó con este nuevo estilo de vida, aunque conserva lo acelerado y loco, algo que le ayudó a idear múltiples formas de acercar la naturaleza a las personas. Una prueba de esto es la unión que forjó hace 16 años el ingeniero de la universidad del Valle Linderman Montoya junto a quién ideo la fórmula de la pintura orgánica que finalmente terminó convirtiéndose en un modelo de negocio relativamente famoso bajo la marca ‘pegavinilo’.Pero más allá de la ayuda prestada para la creación de la pintura orgánica este hombre quiso hacer algo más con este nuevo insumo que todavía fabrica por su cuenta con boñiga de vaca, afrecho de café, achote y bilis de gallina. Y tomó rumbo hacia Silvia (Cauca).
Allí con los indígenas Awa aprendió el uso que hace este pueblo de la leche materna. “Yo veía que ellos le aplicaban a los adultos mayores leche materna en las articulaciones y días después observé cómo el dolor de estos taitas desaparecía, asimismo vi que no desechaban la leche y que por lo general la guardaban en las hojas de plátano”. Mejía descubrió las propiedades de la leche materna y así empezó a usarla en sus obras de arte ya que según los Awa este ingrediente permite que las cosas perduren las cosas toda la vida. Nace la pintuterapia“La pintura hay que vivirla” señala Fabio y de esa máxima nació el concepto de la “pintuterapia”. Un trabajo que busca la apropiación de los recursos naturales y de paso ayudar a que personas de la tercera edad, esquizofrénicos y niños con síndrome de down puedan encontrar a través de la pintura orgánica una forma de desahogo y expresión. La pintura que utiliza Fabio para este trabajo “viene de una base que es la base de sábila y quita gérmenes patógenos. Esto reemplaza los aditivos químicos de la pintura y mantiene el color y la hace amigable para la aplicación en la piel humana”. Este trabajo le ha permitido contar con reconocimientos como uno que le hizo Pintuco en el 2010 que pretendía destacar a pintores, y por el cual ganó bajo el concepto “hombre biodiversidad arte y una pintura que no es toxica y hace función social”. En la actualidad este hombre da clase a los niños pobres en Silvia (Cauca) y en su natal Jamundí. Su arte incluye, plumas, piedras, retazos y hasta hace dos años se exponían en una casa museo que quedaba en Jamundí y que Fabio perdió por un embargo.No obstante, su sueño no termina aquí ya que ahora busca convertir las hojas naturales en hojas que puedan perdurar casi toda la vida a través de la pintuterapia. Para esto recicla, rescata y produce arte desde materiales orgánicos y elementos de avena, calabaza, maíz, cascaras de fruta y hongos. Bajo un proceso que él llama ‘crisolizacion’ toma las hojas de plátano que pega a una cartón y les aplica los materiales anteriormente mencionados, la pintura a base de sábila y les da ‘baños’ de cuatro horas de luna y de sol a las hojas bajo el marco de la cosmogonía indígena donde “la hoja necesita del calor del sol y de la luna el mismo tiempo. Sol de los venados y oso paramoso o sol frio”.
Mejía dice “yo soy rico ahora en una nueva escala de valores”, y desde hace dos años está fabricando hojas con las que espera batir un record Guinness con la realización de más de 1.000 hojas, de las cuales 500 ya están listas, y que espera repartir a distintos empresarios a lo largo y ancho de Colombia. Un sueño que quizás no será fácil de conseguir pero en el que no desfallece este hombre que acumula ya más de una década trabajando con esta terapia artística que utiliza pinturas orgánicas bajo el acompañamiento espiritual de los taitas guambianos. Para conocer más sobre la pintura orgánica puede contactarse con fama164@hotmail.com o 3006529911.