Los 220 millones de euros que el Paris Saint-Germain pagó por Neymar Jr. servirían para comprar Los jugadores de cartas (el óleo de Paul Cézanne) o reconstruir el oriente de Mosul, la ciudad siria hecha polvo por la guerra. Esta comparación del periodista Màrius Carol es una forma de mirar hasta dónde ha llegado la frenética carrera de ese deporte por convertirse en negocio. Más aún cuando ni Neymar Jr., ni el PSG, ni menos el jeque qatarí Nasser Al-Khelaifi (dueño del equipo) son excepcionales.Ahora bien, si se trata de saber cuánto dinero mueve hoy este deporte, la consultora Deloitte calcula que alcanza unos 500.000 millones de dólares anuales, cifra que supera el flujo que mueven torrentes del tamaño de Suiza, Bélgica o Taiwán.Esta no es una economía cualquiera, como coinciden Rory Miller, Carles Murillo y Oliver Seitz en El Fútbol como negocio. Desde hace mucho los alcances del balompié desbordaron lo deportivo para convertirse en un fenómeno que cabalga entre lo social y lo político, además de dar lugar a marcados rasgos culturales que dependen de dónde se juegue. Porque una cosa es un hincha de Boca Juniors y otra uno del Chelsea; en términos de pasión y, para lo que nos ocupa, de poder adquisitivo. Aquí, aparte del vaivén del juego, existe un solo designio, el que marca el dinero.Eso sí, para crecer y crecer, el fútbol se vale tanto de su carisma como de sus fortunas para romper fronteras. Si el mapa de influencia de la Fifa está representado en las actuales 211 asociaciones nacionales afiliadas, el de las pretensiones de irrumpir en territorios que le eran supuestamente ajenos no da tregua.En ese sentido, hace rato que sus bastiones dejaron de ser solo Europa y América del Sur. Ahora la mancha del fútbol se extiende –aparte de África, Asia y el resto del continente americano– a Estados Unidos, China, Japón, Corea del Sur y Australia, cinco potencias a las que vale meter en la red. Tres de ellas (Australia, Corea del Sur y Japón) irán a Rusia. Otra llora su ausencia: Estados Unidos (tanto como Fox Sports, que puso en riesgo los 400 millones de dólares que pagó por los derechos de televisión del mundial, y a los que poco caso hará la audiencia de ese país tras la eliminación). Y China, que ahora compra jugadores por su peso en oro, mientras no pierde tiempo para apostar a una política de Estado: estar en Qatar 2022, porque, están seguros, tendrán la sede de 2026.¿En qué trabajas?Para llegar a donde está hoy, hecho una mina de plata, este deporte debió pasar por varios puntos de quiebre, como apunta El fútbol como negocio. Uno de los más importantes fue comenzar a programar torneos más ágiles y más competitivos con un aliado definitivo: la televisión. Cuando esa caja de pandora saltó de las grandes estaciones a los formatos de suscripción que ofrecían mayor y mejor cobertura, el consumo de telespectadores se disparó hasta hacerse masivo en las proporciones de hoy, con los respectivos dividendos a favor de los clubes. Nada más en la temporada 2015-2016, el Real Madrid estuvo en la punta de esa clasificación con 227 millones de euros, escoltado por el Manchester United (215 millones) y el Barcelona (202).Pero eso es casi insignificante al lado de lo que tributan patrocinadores, merchandising, entradas y todo tipo de publicidad. En esa medición, el Manchester United fue el que más dinero ingresó, con 689 millones de euros. Real Madrid y Barcelona lo siguen, con 620 millones cada uno.En el capítulo de patrocinios, las grandes firmas se apuntan a la feria del balón con la certeza de ganar. Y así como Fly Emirates, Audio Huawei se ven en uno y otro lado, en Colombia 11 empresas se apuntaron a la Selección Nacional y ganaron con ella el tiquete a Rusia: Águila, Coca-Cola, Movistar, Home Center, Chevrolet, Bancolombia, Caracol Televisión, Adidas, Avianca, Allianz y Servientrega, con jugosos contratos durante el cuatrienio 2015-2018.Aunque las marcas no son las que atraen, sino los hombres que las cargan y las ponen a funcionar en las canchas. Messi, Cristiano, Neymar Jr., y similares se llevan buena parte de los rendimientos, con agregados por imagen y otros canales. Los ingresos sumados de los tres eran de casi 180 millones de euros en 2016. Hoy deben sobrepasar en mucho los 200 millones de euros. En el fútbol, y esa es otra de las constantes de su particular economía, todas las cifras son relativas.Pero mientras unos (equipos grandes) y otros (las estrellas) conforman la elite de la actividad hasta el punto de definir muchas veces su rumbo, en el otro extremo de la cuerda el panorama es diferente. De un lado están quienes tributan el talento para construir ese mundo de fantasía pero no tienen derecho a vivir la fiesta. Son millones de hinchas en América y África, que disfrutan de los suyos a distancia porque no tienen cómo retenerlos. Pagan su precio también los equipos denominados chicos, a los que cobija en mínima proporción los lucrativos derechos de la televisión. Y no siempre les va bien a los jugadores, objeto de violación de sus derechos, pese a los avances en ese sentido que trajo el espíritu de la ley Bosman.Y, como negocio próspero que es, el fútbol tiene sus riesgos. Ya sea el que acecha a miles de jóvenes que, tras el sueño de entrar en el club de los triunfadores, caen en redes de tráfico de futbolistas al que también se le puede llamar de personas. Más otra nube, el de apostadores, un mundo que permanece en la oscuridad. O el peor de todos los males: dirigentes que comercian con una pasión mientras se llenan los bolsillos de manera ilegal, como quedó claro con el ‘Fifagate’.La mayoría de esas sombras se esconden con la llegada de la cita ecuménica, ahora en Rusia. ¿Funcionará la registradora? Muy probablemente, si sucede lo de Brasil, que se proyectó como destino a 3.600 millones de personas por la televisión, y al que no le fue mal porque su inversión total de 11.520 millones de dólares en infraestructura aportó unos 13.500 millones al PIB, mientras los turistas gastaron 3.030 millones. ¿Y la Fifa? Un saldo a favor de 5.000 millones de dólares, según O Estado de Sao Paulo. Nada mal.Cuenta el mismo Carol que, cuando a finales de los noventa el centrocampista francés Christian Karembeu conoció en un avión a su futura esposa, la modelo Adriana Sklenarikova, le dijo: “Soy jugador de fútbol”. A lo que ella respondió: “Sí, pero ¿en qué trabajas?”. Tiempo después, Adriana comprobaría que Karembeu era, como sus colegas, un alto ejecutivo de cortos y botines de una empresa, el Real Madrid, que nunca cierra y siempre factura. Al mejor estilo del fútbol, el negocio de este siglo.*Periodista y escritor.