En la casa de Ruth Elena Cañón el reloj suena a las 4:30 de la mañana. A veces, cuando la noche ha sido difícil, abre los ojos desde la doce. La despierta el llanto de su mamá, María Dioselina Cañón, de 85 años y diagnosticada con Alzheimer avanzado. Ya casi no habla. Cuando tiene dolor, se queja. Su hija le da los medicamentos, la consuela, la acomoda en la cama, le cambia el pañal y espera a que vuelva a dormirse. No siempre lo consigue. Ruth cumplió 43 años, es especialista en estética corporal, con estudios de terapia Ayurveda, y hace masajes a domicilio. Su jornada laboral empieza a las seis de la mañana. Hace 15 años asumió la asistencia y cuidado de su mamá. Lo hace sola, a pesar de que tiene dos hermanos mayores que, según dice, eluden su responsabilidad. Los gastos de la casa, el pago de la auxiliar de enfermería, la atención médica, todo está en manos de Ruth. María Dioselina sufrió primero un derrame cerebral y después le sobrevino el Alzheimer. Su salud se ha ido deteriorando y Ruth ha tenido que trabajar más para pagar los gastos médicos que cada vez son mayores. Su vida personal, sus estudios y aspiraciones laborales quedaron en suspenso. “Pero no es ni un sacrificio, ni un castigo. Lo hago con amor”, dice.El cuidado de las personas mayores en Colombia está, por lo general, en manos de una mujer. Hay una profunda brecha de género que se resiste a cerrar. Varios factores lo impiden. Uno de ellos es que aquí persiste la cultura del cuidado, así que la familia sigue haciéndose cargo de sus adultos mayores. Por vocación y por convicción, pero también por limitaciones económicas. “La realidad es que un 90 por ciento de los colombianos tiene ingresos que no le permiten pagar un cuidador externo o una institución. Entonces les toca a los familiares. Y la gran mayoría de ellos, cerca de un 70 por ciento, son mujeres. Ellas llevan cuidando desde el nacimiento de los hijos hasta la muerte de los padres”, señala el doctor Carlos Cano, director del Instituto de Envejecimiento de la Universidad Javeriana y director de Geriatría del Hospital San Ignacio en Bogotá.“Colombia todavía es joven, pero con una tendencia creciente a envejecer. Eso no es ninguna sorpresa, es nuestra realidad”, explica Cano. La buena noticia es que más del 85 por ciento de esa población mayor, según la encuesta Sabe 2015 (Salud, Bienestar y Envejecimiento), impulsada por el Ministerio de Salud y Colciencias, es independiente.EL PESO EMOCIONALOficialmente el cuidado se divide en dos: el formal, que es el que se lleva a cabo en hogares y residencias geriátricas, del que se ocupan en su mayoría auxiliares de enfermería (sobre todo mujeres) o personas que trabajan en casas de familia desempeñando este trabajo; y el informal, que está a cargo de los familiares y es el que predomina en Colombia. De la encuesta Sabe se deduce que el 61 por ciento de los cuidadores informales son hijos de las personas mayores que cuidan; el 10 por ciento cónyuges, el 14 por ciento nietos, padres o hermanos y menos del 10 por ciento familia política o allegados. Una pequeña proporción recibe algún tipo de compensación por el cuidado, pero uno de cada tres debe invertir su propio dinero en el familiar al que asiste. También se ha encontrado que uno de cada cinco atiende a dos personas y que el 87 por ciento lleva a cabo estas actividades todos los días.“Cuando se trata de pacientes con enfermedades degenerativas los cuidadores, que casi siempre son mujeres, lo asumen sin saber en qué consiste la enfermedad. No saben qué pueden esperar ni tampoco cómo enfrentarse a ello”, explica Claudia Irene Giraldo, psicóloga de Intelectus, el centro de memoria y cognición del Hospital San Ignacio.A su consulta llegan cuidadores de personas mayores afectadas por cuadros de demencia. “Tenemos casos en los que esos familiares sufren trastornos de ansiedad, depresión, angustia, alteración del sueño, la alimentación y la atención; consumo elevado de alcohol y sustancias psicoactivas, obesidad, etcétera”. El impacto psicológico es fuerte. El cuidado hace que el peso emocional se haga insoportable por momentos. La vida personal y laboral se aplaza. Y cuando el cuidador debe atender a su propia familia (cónyuges e hijos, por ejemplo) la sobrecarga es mayor y desemboca en conflictos entre parejas, hermanos e hijos.ECONOMÍA DEL CUIDADOLa situación de los cuidadores formales no es menos compleja. Javier Cabrera, presidente de la Asociación Colombiana de Gerontología y Geriatría, asegura que los hogares geriátricos, por ejemplo, forman parte de un sector “demasiado desregulado” en el que prácticamente no hay control. La normativa cambia según el municipio o departamento. En estos centros trabajan auxiliares de enfermería que con frecuencia contratan por prestación de servicios y que realizan largas jornadas laborales sin derecho a pagos dominicales, vacaciones o cesantías.“La formación es escasa y a veces trabajar en un hogar se convierte en un escampadero. Se necesita pasión y vocación para llevar a cabo este oficio, de lo contrario es muy difícil. Muchos auxiliares no están bien preparados y eso se nota en el servicio que prestan. De hecho, no se exige ninguna especialidad para trabajar con una persona mayor. Para abrir una casa no se tiene que hacer inscripción previa, solo cuando ya está llena aparece la Secretaría de Salud. En Colombia no hay una sola ley que regule los hogares geriátricos”, dice la directora de uno de estos centros, que se queja de la situación del sector y pidió la reserva de su nombre.Tanto el cuidado formal como el informal se inscriben en un espectro más amplio denominado Economía del Cuidado sin Remuneración, en el que también entran el trabajo doméstico sin honorarios. Una medición del Dane señala que esta economía equivale entre el 19 y el 20 por ciento del PIB nacional. Es decir, que si se monetizara, sería el sector más importante de la economía por encima del comercio, la administración pública y la manufactura. El gran problema, explica la economista Cecilia López, exministra y exdirectora de Planeación Nacional (fue la impulsora de la Ley 1413 de 2010 que permitió la medición del trabajo de cuidado no remunerado) es que “el cuidado no se ve como una actividad fundamental para el desarrollo ni se reconoce como algo sustantivo en la vida de todos”. Su propuesta consiste en que el cuidado se considere una actividad productiva que tenga infraestructura social, como guarderías para mayores, por ejemplo, en el que intervengan el Estado –subsidiando a las clases más pobres en el pago de esos servicios– y el mercado creando oferta para las clases pudientes. Así habría control y regulación, se demandaría especialización en la atención e incluso se podría utilizar tecnología (como los robots que limpian casas). El fin, en últimas, dice López, es liberar a las mujeres de esa carga que se les ha impuesto en función del género.*PeriodistaLea también: Estocolmo, uno de los mejores lugares del mundo para disfrutar de la vejez