ANDREA ESCOBAR VILÁ: Usted es el único sobreviviente de ese colectivo de intelectuales que fue el Grupo Barranquilla, ¿cómo llegó a La Cueva? PLINIO APULEYO MENDOZA: Por Álvaro Cepeda Samudio. A ese bar íbamos todos los días de una de la tarde a las siete de la noche. Nos gustaba sentarnos al frente de la barra. Con Alejandro Obregón y Ricardo González Ripoll siempre conversábamos con el dueño del lugar, Eduardo el ‘Mono’ Vilá. A.E.V.: Muchos querían ser parte de La Cueva, pero no cualquiera podía entrar. ¿Qué se debía hacer para pertenecer al grupo? P.A.M.: ¿La verdad? Caerles bien a Álvaro y a Alfonso Fuenmayor. Ahí hablábamos de todo, de literatura, pero también de humor y de mujeres, por supuesto. Recuerdo que Álvaro estaba contando que alguna vez ‘madreó’ a un cachaco y al caer en la cuenta de que yo también lo era me dijo que aquel paisano nada tenía que ver conmigo (risas). A.E.V: ¿Qué significó La Cueva para el desarrollo cultural del país? P.A.M: Es curioso porque jamás nos propusimos ser un colectivo literario, pero varios de nosotros éramos escritores. Aunque también llegaron personajes como Noé León, que pintaba; o Nereo López, fotógrafo. En realidad éramos una hermandad de la que salían inolvidables tertulias. Le puede interesar: Vladdo y Álvaro Barrios hablan de la movida cultural en Barranquilla A.E.V: ¿Qué recuerda de esas tertulias? P.A.M: ¡Mi memoria es tan frágil! A veces solo se emborrachaban y hablaban de escopetas, tiros y esas vainas. Lo paradójico es que mis amigos eran una cosa en La Cueva y otra como escritores. Cepeda, por ejemplo, era un charlatán en el bar, pero viviendo con él descubrí que se despertaba a las cinco de la mañana para leer y escribir. Algo parecido le pasaba a Gabo, quien luego de irse a México me confesó que su problema era la parranda y el trago. Sabía que no podría escribir en medio de ese ambiente. A.E.V.: ¿Ha regresado a La Cueva? P.A.M.: Sí, pero pasaron más de 20 años. Fue cuando volví de París a instalarme definitivamente en Colombia. Me impresionó regresar a Barranquilla y darme cuenta de que ya todos mis amigos habían muerto y de que La Cueva era una especie de museo. Era impactante ver las fotografías de todos y saber que solo yo quedaba vivo.
Esta obra de Juan Antonio Roda reposa en una de las paredes del mítico bar La Cueva. En ella se ve a Alejandro Obregón y a otros contertulios de Plinio Apuleyo Mendoza. Foto: César David Martínez. A.E.V: ¿Qué fue lo que más lo sorprendió de esa Barranquilla con la que se reencontró? P.A.M.: Me había quedado con el recuerdo de sus calles sucias, polvorientas y llenas de vendedores ambulantes. Cuando regresé de París tenía ganas de escribir un poco sobre Barranquilla y, para mi sorpresa, descubrí una nueva y sorprendente ciudad. Me atrevería a decir que es una de las urbes con más futuro en Colombia. A.E.V.: ¿Cómo llegó a vivir a Barranquilla esa primera vez? P.A.M.: Había sido director en Colombia de la agencia cubana Prensa Latina, controlada por Fidel Castro, en la cual también trabajó Gabriel García Márquez. Cuando renuncié fue difícil conseguir trabajo porque me habían encasillado como comunista. En ese momento llegó a Bogotá Álvaro Cepeda Samudio, un gran amigo de Gabo, quien nos presentó. Estábamos conversando y tomándonos unos tragos en el centro de Bogotá, le conté mi historia y me propuso que me fuera a trabajar con él al Diario del Caribe. Esa misma noche volamos a Barranquilla. A.E.V.: ¿Qué recuerda de esos días? P.A.M.: No tenía claro cuánto tiempo iba a quedarme. Perdí el puesto en el Diario del Caribe porque a Mario Santo Domingo le llegó el cuento de que yo era un comunista. Álvaro estaba preocupadísimo y me hospedó en su casa casi seis meses. A.E.V.: No tenía trabajo y apenas conocía la ciudad, ¿cómo vivía? P.A.M.: Fíjese que eso también se lo debo a La Cueva. Allá iba Pepe Smith, él tenía una agencia que se llamaba Publicidad Nova. Me propuso que trabajara como subdirector. Un día decidió irse a vivir a Miami y me dijo que la iba a vender. Lo convencí de que me dejara pagarla a plazos. Él aceptó y terminé dirigiendo la empresa. A.E.V.: ¿Y qué pasó con la agencia? P.A.M.: Se acabó, como mi matrimonio con Marvel (Moreno, escritora colombiana, autora de En diciembre llegaban las brisas). Llevábamos unos siete u ocho años de casados, teníamos dos hijas –Carla y Camila–. Entonces, le propuse que viajáramos a París para luego encontrarnos con Gabo en Italia. Cuando llegó a Francia ella me dijo que no quería regresar porque en Colombia era muy difícil escribir. Le expliqué que iba a devolverme por las niñas y que vendería la casa que estábamos construyendo. Luego dejé Barranquilla. Eso, para mí, fue el fin de La Cueva, a pesar de que seguí viendo a mis amigos. Lea también: Nina García y el Curramba ‘style’ A.E.V.: Ese amor nació en Barranquilla y terminó en Europa… P.A.M.: Así es. Un día Manuel Fernández, quien estudió ciencias políticas conmigo en París, me llevó a almorzar al Country Club. Había un grupo de muchachas bonitas y jóvenes en una mesa vecina. Las invitó a unirse y una de ellas era Marvel. Ella se interesó mucho en un libro que estaba escribiendo. A las nueve de la noche, cuando ya era hora de que sus amigas se fueran a comer, fue la única que se quedó. Todos mis amigos me decían que la invitara a salir, que ella era la reina del Carnaval. Finalmente me animé. Me confesó que su reinado poco le importaba, que lo que la movía era escribir y que ocasionalmente lo hacía a escondidas. Antes de despedirnos me dijo que solo se podría casar con un tipo como yo. Ahí nació un amor y a los seis meses nos casamos.