El origen humilde de su madre, Rosalía; el apoyo incondicional de su hermana, Solita; el fugaz amor de su esposa, Isabelita Orrantía, y la locuacidad de su hija María Antonia, marcaron el carácter de un hombre dócil, trabajador e inteligente, que a pesar de haber crecido en el seno de una familia sencilla y de tener una vida marcada por problemas políticos y financieros, pérdidas dolorosas y enfermedades, se convirtió en el primer presidente del país que pregonaba la caridad cristiana y la ayuda de los ricos hacia los pobres en una época en la que en Colombia empezaban a nacer los primeros malestares sociales entre las clases menos privilegiadas. Así fue como cada una de estas mujeres moldeó la personalidad y sostuvo al político y escritor bellanita en las diferentes dificultades que sufrió en su vida.La humilde RosalíaRosalía Suárez, la madre, era una muchacha campesina, ingenua y muy hermosa. Lavaba la ropa a la orilla de La García, un riachuelo que corría cerca de la choza donde vivía. Se ganaba la vida fregando las sedas de los ‘dones’ del pueblo y las llevaba de nuevo, blancas y olorosas al jazmín del huerto a las casas señoriales.Un buen día, don José María Barrientos, un joven de la alta clase social de Bello, se enamoró perdidamente de Rosalía. Esta fue una historia de amor fácil de imaginar, que se ha repetido una y mil veces.Ese amor trajo consigo dos niños que nunca fueron reconocidos por su padre. Don José María era heredero de una familia cuyas raíces se remontaban al siglo XVI. Sus miembros eran personajes que se habían destacado en la política y la industria de la región. En esa época (mediados del siglo XIX), no se podía pensar que semejante linaje recibiera en su seno a los descendientes de una lavandera.Pero Rosalía era fuerte y no se intimidó ante semejante situación. Con su trabajo y su esforzado corazón sacó adelante a sus hijos. Uno de ellos era Marco Fidel, un niño talentoso. Iba a misa con su madre todos los días. Ella lo recomendaba a los maestros y sacerdotes de la región. Así logró que lo apoyaran y encauzaran en estudios que perfeccionaron su educación.Rosalía le dio a su hijo los ejemplos que habrían de marcar su vida: la fe en Dios, la persistencia en el trabajo, el esfuerzo y la bondad. Ella laboraba día y noche. Marco Fidel la comparaba con una abejita, siempre hacendosa.Se separó de su hijo para que fuera a estudiar a escuelas lejanas de la capital, pero que enriquecían la mente de ese niño excepcional. Cursó sus estudios con las mejores notas y se hizo merecedor de los premios más apreciados. Ella misma fue quien lo alentó a que emprendiera la carrera que lo llevaría a la Presidencia de la República.Solita, su hermana del almaEsta figura fraterna acompañó a Suárez toda la vida. Fue una sombra fiel, su compañía, consuelo y, cuando perdió a su esposa, se convirtió en la madre de sus hijos: María Antonia y Gabriel.Solita era esa clase de mujer discreta y callada pero siempre presente. Permitió que Suárez estuviera tranquilo en cuanto a la educación de sus hijos y pudiese sobrevivir a la presidencia en medio de las enfermedades que lo aquejaban desde joven. Ella misma se encargó de que los niños tuvieran una formación piadosa, una vida alegre, llena de atenciones y cariño.Estuvo siempre al lado de su hermano como una sombra protectora, cuidándolo y sosteniéndolo en los años en que fue presidente, cuando la vida pública trajo tantos sinsabores y sufrimientos al político que también fue escritor y autor de los libros: Los sueños de Luciano Pulgar y Los sueños, dos obras literarias que lo bautizaron como uno de los más grandes literatos colombianos.Isabel, su gran amorIsabelita Orrantía trajo la belleza y el amor a la vida de Marco Fidel. Era una hermosa bogotana heredera de una familia muy tradicional de la capital. Dulce, amable y profundamente enamorada, pasó por la vida de Suárez como una estrella fugaz. Solo cinco años tuvo al amor de su vida. Le dio dos hijos que fueron su adoración y que le permitieron sobrellevar su viudez amarga. Isabelita fue como un rayo de luz. Marco Fidel nunca superó su muerte, tanto es así que escribió en su memoria cientos de páginas de amor.La locuaz María AntoniaToñita llamaba Suárez a su única hija, en memoria de su abuela, María Antonia Borda. Siempre fue una niña cariñosa y atenta, de brillante inteligencia. Tenía la suficiente cultura para ser la interlocutora de su padre y acompañarlo en las tardes oscuras de la vejez.Le dio el consuelo inefable de sus nietos, que se convirtieron en la razón de ser del anciano patriarca. Con un sentimiento muy español de la honra, para Suárez era imperativo dejar a los niños un apellido inmaculado. Así se lo dijo a los amigos que le llevaron la noticia de que había sido absuelto de la acusación hecha por Laureano Gómez en 1918 ante la Cámara de Representantes. (Aquella lo culpaba de vender sus sueldos a un banco extranjero para solventar gastos personales como la expatriación del cadáver de su hijo Gabriel desde Nueva York).“Me devolvéis la vida porque me devolvéis la honra; nada tenía que esperar ya para mí; soy un anciano próximo a morir. La proposición aprobada por la honorable Cámara y que vosotros me traes, más que por mí me regocija, es por estos nietecitos. En lo sucesivo podrán levantar sus frentes sin que nadie, en justicia, les pueda decir que no descienden de un hombre honrado”.María Antonia acompañó a su padre con sus amados nietos hasta el final de sus días, y le dio la satisfacción de ver que su nombre sería llevado con orgullo por sus descendientes por el resto de la historia.*Historiadora y nieta del expresidente Marco Fidel Suárez.