En una de las estaciones del metro de Beijing hay una mujer cantando. Está conectada a su celular y parece tararear una canción en inglés. Mientras canta, compra un té, lo paga con el celular. Según informes estatales, más del 80 por ciento de las compras en la capital de China se realizan a través del móvil: desde artículos de lujo hasta una gaseosa, el ticket del teatro o un almuerzo de unos pocos yuanes. Después de comprar el té la mujer se quita los audífonos, revisa la pantalla que advierte la llegada del tren. A las siete en punto de la mañana aparece la nave: un tubo largo, delgado, plateado, indemne. Una advertencia de cómo lucirán las cosas en el futuro. Detrás de la mujer subo yo. Igual que con la gaseosa, ella lleva el pasaje del tren en el celular. Ambas miramos las pantallas de nuestros aparatos y encontramos los asientos. Al frente, en un tablero negro empiezan a aparecer unas letras rojas de neón, que instruyen el recorrido en tres idiomas: chino tradicional, inglés y japonés. Al final se proyecta un dato inquietante: el tren puede alcanzar una velocidad máxima de 400 kilómetros por hora. Casi el doble de la velocidad que tenía el huracán Katrina que tocó tierra en 2004, destruyó Nueva Orleans y mató a 1.833 personas. Pienso en eso y me sobreviene el pánico. Me imagino mareada y el vómito saliendo inconsciente y prematuro; me veo a mí misma tratando de pedir en inglés una bolsa. Creo que nos vamos a estrellar contra el otro tren, pero como voy en el vagón del medio, pienso que quizá podría sobrevivir. La mente puede poner en acción cualquier escena en tan solo un segundo. Respiro hondo y recupero la calma. Desde 2011, cuando fue puesta en uso la línea del ferrocarril de alta velocidad, el viaje desde Beijing hasta Shanghái se redujo en la mitad: de 10 a 5 horas. 1.318 kilómetros recorridos, literalmente, como el viento. Solo bastaron un par de minutos para asegurarme de que adentro estaba a salvo. La presión de la velocidad es casi imperceptible y el paisaje, aunque uno no pueda creerlo, se puede disfrutar a través de la ventana. La experiencia de recorrer un país en tren es, para mí, inigualable. Al mediodía ya estamos en Shanghái. La estación del tren se conecta con la del metro, pero como todavía hay sol salgo a recorrer los alrededores. China es un mundo tan desconocido en el que todo parece una novedad: sus templos mezclados con rascacielos enormes con sus avisos led destellando en cada esquina. Lea también: Así crece el ‘Silicon Valley’ chino  Veo un lugar donde alquilan bicicletas: el hombre con anteojos verdes revisa mi pasaporte sin mucho cuidado y en un inglés torpe me dice que solo debo descargar una aplicación en el celular que me arroja un código que leerá cualquier máquina de alquiler de bicicletas. Me sorprendo. Ese concepto de tecnología está tan relacionado con proyectos robóticos o productos utópicos como carros voladores, que esta sensación de tener todo en el celular me deslumbra. Los avances tecnológicos en el país asiático han facilitado la vida de casi todos sus ciudadanos. Desde exámenes médicos que descubren con la rapidez de un clic cualquier atisbo de enfermedad, hasta audífonos inteligentes que bloquean el sonido de los ronquidos; los chinos han logrado desafiar la imaginación y transformar necesidades simples, como poder acceder a una bicicleta con el celular, en realidades superadas. Antes de viajar a Shanghái vi en una calle de Beijing una máquina dispensadora de libros. Funcionaba con una tarjeta especial y tenía el mismo mecanismo de una biblioteca: sacas un libro, pones la tarjeta en un lector que te dice cuál es la fecha para entregarlo sin multa. Después de que lo entregues puedes volver a sacar otro. El dispensador era un monstruo de metal lleno de libros en chino. ¿Qué pasa cuando la tecnología deja de ser una luz inerte en una pantalla? ¿Qué pasa cuando lo que hacemos con neón, cables y algoritmos se convierte en un arte, como dibujar o cantar? Construir un tren tan veloz como el sonido, prestar bicicletas para recorrer una ciudad, mantener las bibliotecas 24 horas abiertas, ¿qué es eso sino otra forma de arte? * Coordinadora editorial HJCK radio.