El diálogo comenzó en la red de teatros rotativos que existía en todo el mundo, en Bogotá, París, Berlín, y que tenía quizás su máxima expresión en la calle 42 de Nueva York. Allí coincidía una multitud curiosa y dispuesta a dejarse sorprender por cualquier género cinematográfico, desde películas de monstruos y chicas en bikini hasta filmes de pistoleros y gángsters. A principios de los años setenta el menú de ese extendido circuito global empezó a recibir figuras inéditas hasta entonces. Eran personajes que tenían algo de vaqueros y algo de caballeros errantes, pero no llevaban pistolas sino espadas o, simplemente, sus puños desnudos. Sus nudillos entrenados eran más letales que las metralletas y su sed de venganza servía invariablemente como motor dramático. En 1973 un artículo publicado en The New York Times reseñaba el fenómeno que llegó a su culmen ese mismo año cuando en una misma semana El gran jefe, La dama torbellino y Cinco dedos mortales encabezaron la taquilla en Estados Unidos. El periódico citaba a un distribuidor diciendo que el fenómeno había comenzado en Hong Kong hacía un par de años, luego se había extendido por América Latina –a comienzos de esa década–, hasta lograr ese año un impresionante éxito económico en Europa. Ahora llegaba el turno de Estados Unidos. También le puede interesar: La fuerza del kung fu Se trataba de una muestra de la exótica cinematografía de Hong Kong, que según los académicos Poshek Fu y David Desser, eludía el modelo tradicional de los cines nacionales para ofrecer uno más cercano a la posmodernidad: “Un cine transnacional, un cine del pastiche, un cine comercial, un cine de género, un cine autoconsciente y autorreflexivo, desligado de una nación, múltiple en sus identidades”. Puede sonar como un análisis excesivo si se tiene en cuenta que hablamos de películas de tipos que se sacan los ojos mutuamente con los pulgares, que se hacen los borrachos en las peleas o que flotan mágicamente en el aire, pero fue el capítulo importante de un largo diálogo entre la cultura occidental, representada por Hollywood, con la oriental, interpretada por el cine hongkonés. Fue un intercambio cinematográfico que tenía caras específicas. La más memorable resultó ser la de Bruce Lee, quien murió en 1973 a los 33 años, después de protagonizar seis películas. El diálogo, sin embargo, no se consolidó. Un año después la avalancha de películas de artes marciales asiáticas se había reducido considerablemente y ya en 1975 habían desaparecido del mercado estadounidense. Pero quedó una marca en la transformación de los filmes de acción (particularmente los de un género llamado blaxploitation, centrados en héroes afroamericanos) y las semillas para que algo parecido sucediera un par de décadas más tarde, cuando los muchachos que se refugiaban en las salas del cine chatarra, asombrándose con puños y patadas y sangre rojo ocre, empezaron a hacer sus propias películas. Ese segundo capítulo del intercambio, de la mano de cinéfilos desprejuiciados como Robert Rodríguez y Quentin Tarantino, incluyó no solo formas de pelear novedosas o aproximaciones más dinámicas a las secuencias de acción, sino la importación de los directores que, en el caso de John Woo, llevó su mezcla inconfundible de melodrama, duelos y cámaras lentas a películas estadounidenses como Face/Off (1997) y Misión Imposible II (2000). Vea también: Lang Lang, el pianista chino que ha tocado con Metallica En términos de rostros, el diálogo continuó con actores como Jet Li, Jackie Chan (una súper estrella en el mundo entero), Chow Yun-Fat y Tony Leung. Con la crisis de los teatros, la atomización de las audiencias que conllevan las plataformas digitales, las dificultades generales por las que atraviesa el cine de acción –cuyos ejemplos más innovadores y emocionantes surgen ahora de Corea del Sur o de Indonesia– y el retorno de la desconfianza que sienten algunos países hacia las culturas ‘extrañas’, la continuidad de ese diálogo entre Oriente y Occidente no está tan clara. “El gusto por cierto tipo de cine se está haciendo universal y las películas de acción siempre serán populares”, dijo en 1973 Raymond Chow, presidente de Golden Harvest, uno de los dos grandes estudios que producían cintas de este género en Hong Kong. Ahora, 45 años después, podemos respirar aliviados de que la esperada universalización no haya funcionado tan bien, mientras añoramos esas salas democráticas en las que dialogaban espadachines, vaqueros y monstruos poco convincentes. *Crítico de cine.