En el ajedrez la concentración es la clave. El ajedrecista anticipa dos o tres movimientos antes de mover una ficha. Interpreta la partida y por análisis previos, cree (entre el error y el acierto), que ha tomado la mejor decisión. Esa metodología es comparable a la labor de un juez de fútbol. O por lo menos así piensa Wilmar Roldán, el único árbitro central colombiano presente en el Mundial de Rusia.Allí pitará su partido internacional número 151. Pero en sus 27 años de trabajo suma alrededor de 1.000. Ninguno ha terminado en trifulca. Sabe mantener el control y la armonía en el juego. Estudia la táctica de los directores técnicos y le da relevancia a la situación anímica de los equipos. Dice Roldán: “Uno como árbitro los lleva a niveles extremos, son 22 personalidades diferentes, más el entorno”.No es sencillo, reconoce el antioqueño, quien antes no se perdonaba sus desaciertos, pero cuenta que ha cambiado: “Así es esta profesión. Un jugador nunca quiere fallar un penalti, pero los falla; un técnico siempre espera hacer buenos cambios, pero se equivoca. Si el fútbol no es perfecto, no entiendo por qué el árbitro debería serlo. Uno convive con el error y el acierto y sí, sobresale el que menos se equivoca, pero repito, el fútbol no es perfección, esa es su mística; ¿será que sí pasó eso?, ¿fue o no fue?”.Y Roldán ha sobresalido entre cientos de colegiados, según la Federación Internacional de Historia y Estadística del Fútbol, fue el duodécimo mejor juez central de 2017. Clasificó al Mundial de Rusia y hace cuatro años al de Brasil, donde participó en cuatro partidos. Por eso y por toda una vida dedicada al arbitraje viajó tranquilo a Moscú a finales de mayo. Allí quizá hará uso del sistema de árbitros asistentes de video, VAR (por su sigla en inglés). Será histórico. A diferencia de muchos, él no discute con esta nueva tecnología, piensa que se trata de un “por si acaso”. Un seguro para cumplir a cabalidad las reglas del juego.Roldán aplica la ley tan estrictamente como uno de sus mayores referentes, Javier Castrilli, exárbitro argentino, a quien no le temblaba la mano para sacarles la roja a cinco o seis jugadores (o al director técnico) de un mismo equipo, en un solo partido. En su infancia, Roldán imitaba la seriedad de Castrilli cuando dirigía un encuentro en las modestas canchas de su municipio, Remedios, ubicado a casi cuatro horas de Medellín.Allí empezó su afición. Un partido de niños de quinto de primaria fue crucial. La profesora era la juez y Roldán el arquero. El juego estaba reñido. Y retumbó el silbato. “¡Profe eso no es falta!”, expresó con enojo. La maestra le respondió “¿Ah no? ¿Y es que usted sabe pitar?”. Él respondió: “Pues mejor que usted sí”. De ahí en adelante un silbato de piñata, un empaque de Bon Bon Bum rojo y una caja amarilla de chicles le sirvieron de elementos de trabajo.Era un joven humilde apasionado por el fútbol, vivía con su madre y seis hermanos. Tiempo después hizo una licenciatura en educación física. Ha pitado grandes finales, seis en total, una de ellas la de Chile y Argentina por la Copa América, uno de los encuentros más complejos de su carrera. “En un partido normalmente pasan más de 240 situaciones por controlar, este fue más dinámico. Estuve agotado por una semana. Pensé en retirarme”. Esa idea no prosperó. “Cuando uno cae y sube, demuestra que tiene madera o condiciones para afrontar retos futuros”. Hoy, es uno de los árbitros más reconocidos en América Latina.En el Mundial, su pequeña hija Mariana querrá escoger, como suele hacerlo, el color de los uniformes que lucirá Wilmar. De momento, se mantiene en calma, y con su aspecto serio o mejor, neutro, que le permite llevar la concentración al máximo. Para eso, también juega ajedrez. Y como labor complementaria, es gestor formador de deporte, convivencia y paz en el Instituto de Deportes y Recreación de Medellín. Motiva desde el arbitraje a jóvenes vulnerables de las comunas.*Periodista Especiales Regionales de SEMANA