Son casi las tres de la tarde. Un camión se detiene en la puerta de la finca de Yamid Niño y su familia, ubicada en el municipio de Tuta, a unos 26 kilómetros de Tunja, la capital de Boyacá. Los visitantes vienen a comprar la fresas que estos productores han recogido durante toda la mañana, son 80 canastillas en total. A la semana siguiente, cuando se hayan vendido todas, y el vehículo regrese por más, los Niño recibirán 1.200 pesos por cada libra comprada. Así funciona el negocio. En el camión llegan los acopiadores, quienes se dedican a recorrer las fincas por sectores y compran la producción de diversos agricultores. Sus cultivos –en este caso las fresas– se venderán una y otra vez a varios transportistas y plazas de abastos, hasta llegar al mostrador de un supermercado o una tienda, donde tendrán un precio que supera los 5.000 pesos por libra. Juliana Cepeda, doctora en agroecología de la Universidad Nacional, asegura que este sistema de intermediarios que impera en el campo colombiano es “un problema profundo, muy ligado a los retrasos en la infraestructura del país. Por eso resulta difícil transportar los productos a las zonas urbanas”. Al final, la mayor parte de lo que paga el consumidor se queda en las manos de hasta seis distintos actores que pueden intervenir en la cadena de suministro. Yamid Niño sabía que este método de distribución no era un buen negocio, pero no hallaba otra opción. “No tenía un camión para llevar la producción, tampoco los contactos para venderla”, explica. Su situación cambió cuando conoció a Comproagro, una iniciativa que conecta directamente al agricultor con el consumidor. La ruta directa Esta plataforma digital fue fundada por Ginna Alejandra Jiménez, su hermano y su mamá en 2014. “Toda mi familia siembra cebolla cabezona. En ese entonces afrontábamos tiempos difíciles. Cultivar una producción de 100 kilos nos costaba cerca de 60.000 pesos, pero el precio de venta había caído a 10.000 pesos. No podíamos pagar la deuda del banco. Debíamos pensar en otra alternativa”, explica Ginna. Hoy, más de 29.000 agricultores de 30 departamentos del país venden fresas, moras, cerezas, lechugas y zanahorias, entre otras frutas y vegetales, a través de este emprendimiento. Basta con registrarse de forma gratuita, describir cada producto y fijar un precio. La compra directa por parte de almacenes de cadena, restaurantes y tiendas supone una mejora en su valor “el precio será entre 10 y 15 por ciento más bajo, si se compara con la tarifa de Corabastos”, cuenta Ginna Alejandra. Al final, el consumidor paga menos y el campesino tendrá una mayor ganancia. Con ese mismo espíritu, pero con un modelo de negocio diferente, surgió SiembraViva en Antioquia, que apuesta por generar una estabilidad en la oferta y darle un valor añadido al producto. La empresa firma un contrato que le garantiza al agricultor recibir un pago fijo por su cosecha; que se venderá en restaurantes y tiendas. Además, les ofrece capacitaciones a quienes quieran saber los requisitos para certificar sus productos como orgánicos. “En el proceso convencional, el campesino no sabía cuánto le pagarían. Nosotros sí le damos estabilidad, de esta manera mejoramos su calidad de vida. Con la reducción de los intermediarios y al vender frutas o vegetales orgánicos –que tienen un mayor precio–, los agricultores pueden ganar un 30 por ciento más de lo habitual”, afirma Diego Benítez, fundador de SiembraViva. Hoy, 32 pequeños cultivadores venden su producción a través de este emprendimiento, que también les permite ofrecer mercados a domicilio en la plataforma MercaViva. Iniciativas como estas, que liberan a los campesinos de molestas intermediaciones, crecen por todo el país. No obstante, explica Juliana Cepeda, su éxito dependerá de un aumento de la demanda de aquellos consumidores conscientes, que se toman muy en serio la calidad de lo que compran. “Estas no son solo plataformas de ventas sino de comunicación y nos muestran qué pasa en el campo. Son una oportunidad para reconocer el trabajo de nuestros agricultores, que muchas veces no tiene visibilidad. Es un cambio de cultura”, asegura. *Periodista de Especiales Regionales de SEMANA. Lea también: Colombia: una despensa para el mundo