En el Cauca que sueño no hay violencia, los campesinos pueden vivir tranquilos en sus parcelas, los niños salen a estudiar y los bosques no se talan de manera indiscriminada. Se respira una verdadera paz, equidad, igualdad y justicia. En ese sueño, el Estado colombiano nos da oportunidades para fortalecer la actividad productiva, los jóvenes no desconocen de dónde venimos y nuestra identidad cultural y costumbres son más fuertes que nunca. A pesar de su riqueza natural y étnica, el Cauca está lleno de dolor. La violencia, las persecuciones, la desigualdad, las matanzas de líderes sociales y la estigmatización por parte del Estado y de los grupos armados ilegales, nos duelen mucho. Así como también nos molesta que nos traten como gente violenta. Nosotros luchamos, pero con ideas, para recuperar lo que nos arrebataron hace años: el derecho a la educación, a la vivienda, a la salud y a la tierra. Para los indígenas la tierra es vida, sin embargo, muchos de ellos no tienen propiedades, no poseen ni un cuarto de hectárea. Nuestras costumbres, al igual que la vocación agrícola, se han perdido con el paso del tiempo. Hoy los jóvenes piensan diferente. Y está bien que lo hagan, pero debemos recuperar esa cultura nasa que existió, existe y debe seguir existiendo. Sueño con que se conserven nuestro idioma y la vestimenta que nos caracteriza: la ‘roanita’ de lana de ovejo, las bolsas hechas por las mujeres indígenas de nuestro municipio y los sombreros que confeccionan los mayores. Para lograrlo, todos los días tenemos que recordarles de dónde venimos a los niños y a los jóvenes. Hay que enseñar y promover nuestras costumbres, pero no solo en las mingas de pensamiento o en las asambleas, sino desde la cocina (casa), como decimos nosotros. Tampoco hay que dejarles olvidar la importancia de proteger nuestros páramos, el agua –que es la vida de un pueblo– y el macizo colombiano, esaestrella fluvial donde nacen los ríos más importantes del departamento. Debemos fortalecer nuestra relación con la madre Tierra y tener siempre presente que los indígenas no somos dueños de nada. San José, el resguardo donde nací, ubicado en el municipio de Páez Belalcázar, al oriente del Cauca, era grande en territorio pero pequeño en población. Lo habitaban 72 familias y menos de 350 indígenas del pueblo nasa. Hoy somos 560. Como buen colombiano siempre me gustó el fútbol. De pequeño me distraía practicándolo con mis compañeros de la escuela. Nosotros mismos armábamos el balón con bolsas de plástico que encontrábamos. Recuerdo que se cultivaba mucho, una práctica que la juventud actual ha ido perdiendo porque se dio cuenta de que hay actividades más rentables, como la piscicultura y la ganadería. Sueño con que regresen esos días en los que se sembraba maíz, haba y fríjol en cantidad. Sueño con el Cauca, donde la riqueza agrícola es casi infinita. *Indígena nasa del resguardo San José, Cauca Lea también: Así es como Jamundí busca convertirse en la capital del agua