Durante casi 20 años he trabajado con la comunidad LGBTI. Ella ha sido la protagonista de mis libros y de mi labor periodística; así ha quedado consignado en algunas crónicas televisivas y en varias obras publicadas. Hemos tenido una buena relación, un diálogo ininterrumpido que me ha permitido conocer muy bien sus demandas y sus sueños. Pienso en ello en medio de la actual pandemia, que a todos nos tomó por sorpresa. Y en los tiempos díficiles la conversación debe proseguir, estas comunidades continúan alzando la voz porque quieren ser tenidas en cuenta. De hecho, han venido preparándose desde hace años para afrontar temporadas duras como las actuales, han asistido a talleres de prevención de enfermedades, participado en emprendimientos y han cumplido una labor política activa en sus entornos. Así mismo, han buscado garantizar el acceso y la permanencia a la educación básica; un derecho de cualquier individuo en Colombia. El gran sueño de mi comunidad es que se tomen en serio todas estas iniciativas. El obstáculo por vencer, quizás el más grande, es la arraigada homofobia, el uso de la violencia física y verbal hacia nuestros miembros. A lo largo de la historia, la población LGBTI ha sido maltratada. Se nos ha visto como ‘raros’, anormales, personas contra natura; y cabe recordar que la homosexualidad se consideró una enfermedad hasta hace muy poco. Cuando apareció el sida en los años ochenta, quienes cargaron con toda la culpa y recibieron con el pecho abierto los embates de esta epidemia moderna fueron los gais. “De eso ya hace tantos años”, recuerda con cierto alivio por teléfono Carlos, quien hace 15 años fue diagnosticado VIH positivo. Él, al igual que la mayoría de colombianos, permanece confinado en su casa para protegerse del covid-19. Sabe que su condición de seropositivo lo hace más vulnerable. Vive con su madre, una mujer de 70 años, quien también forma parte de la población en riesgo. Pero de nada servirán las buenas intenciones de nuestra parte si no contamos con el respaldo del Estado y con el de los demás ciudadanos. Con el esencial respeto a la vida. Y si un día se nos vio como una epidemia, este es el tiempo propicio para ser parte de la cura colectiva. Wilson Castañeda, director del observatorio Caribe Afirmativo, asegura que “esta crisis nos ha recordado que la mayoría de personas LGBTI son pobres, viven en condiciones de vulnerabilidad, pasan hambre, no tienen acceso a la educación y al trabajo, ven limitado el disfrute de los servicios públicos y hay pocas opciones de articulación a sus comunidades, debido a los altos niveles naturalizados de prejuicio en razón de su orientación sexual, identidad y expresión de género”. En regiones de Colombia como el Caribe, concluye, ser LGBTI es sinónimo de pobreza y marginalidad. Sin embargo, hay muchas razones para creer que el proceso de reconstrucción social, moral, cultural y político que tendrá el país cuando se acabe la pandemia traerá interesantes cambios, nuevas acciones, otros espacios para que la diversidad social y poblacional se conviertan en la mayor riqueza de esa renovada sociedad. *Escritor. Lea también: La propuesta de Catalina Ruiz-Navarro: “Poner la vida al centro”