La Sierra de La Macarena, en el departamento del Meta, alberga entre sus mesetas al río más hermoso del mundo: Caño Cristales. Por ser el punto de encuentro entre los ecosistemas andino, amazónico y orinocense, la sierra goza de una gran diversidad biológica y paisajes como el que forma el raudal del Guayabero, un impresionante cajón de piedra que reduce el inmenso río a 50 metros de ancho.Esta maravilla natural, imposible de conocer en tiempos de guerra, en la actualidad es el eje del turismo comunitario en la región. Aquí familias campesinas operan directamente los servicios turísticos. Esta iniciativa, liderada por la organización campesina Ecoamen, contribuye a construir la paz por medio de la integración de las comunidades a la economía nacional.Como se trata de una estrategia orientada al beneficio colectivo, promueve alternativas económicas sostenibles y plurales, pues no solo tiene el objetivo de generar ingresos sino de conservar el medioambiente y el fortalecimiento del tejido social.En La Macarena hay iniciativas similares en el Jardín Botánico, la Reserva de la Madrevieja y en el observatorio astronómico de La Payara, proyectos que buscan la participación comunitaria, la promoción de la protección ambiental y la defensa del territorio. Ejemplo de ello es la comercialización del Café de los Siete Colores que involucra a pequeños productores en la cadena comercial y democratiza las utilidades de la actividad turística.Para comunidades del sur del país, el turismo comunitario representa una posibilidad económica que apoya los procesos de sustitución de cultivos ilícitos. El Caquetá, por ejemplo, vive desde el año pasado un auge turístico sin precedentes. Esto ha permitido la reapertura de vuelos comerciales a San Vicente del Caguán, el aumento de la oferta laboral y el crecimiento de la inversión económica en el departamento.Para Nicolás Espinosa –antropólogo e investigador– en la Sierra de La Macarena existe un monopolio privado que no permite incluir de manera efectiva a las comunidades. Por ello es necesario que en el marco del posconflicto la política de turismo garantice que las comunidades afectadas por la guerra participen a través del reconocimiento de sus organizaciones sociales y el apoyo a sus iniciativas de emprendimiento.Estas propuestas deben contar, a su vez, con la regulación legal y ambiental correspondiente, pues el turismo masivo en ecosistemas frágiles y áreas protegidas puede traer consigo amenazas para el medioambiente y riesgos para el bienestar de las comunidades.A pesar de los desafíos y dificultades de esta modalidad de turismo, los emprendimientos comunitarios han permitido a turistas nacionales y extranjeros redescubrir esos rincones del territorio nacional que estuvieron escondidos durante décadas por la violencia. Por ejemplo, en el Valle del Sibundoy, al noroeste de nariño, los visitantes aprenden sobre la historia social del lugar y disfrutan de actividades agroecológicas.En la Serranía de La Lindosa, en Guaviare, es posible recorrer con seguridad la ciudad de Piedra y apreciar, gracias al acompañamiento de guías locales, los pictogramas y pinturas rupestres de más de 1.000 años de antigüedad. Igualmente, en el departamento del Cauca las iniciativas etnoturísticas permiten a los visitantes conocer, junto a las comunidades indígenas, el patrimonio cultural y material de estos grupos étnicos.Al fomentar espacios de participación democrática y la integración económica y social de las regiones marginales, el turismo comunitario le apuesta a la justicia social y a la reparación histórica de aquellas comunidades afectadas por el conflicto armado.Esta estrategia, a su vez, ofrece una herramienta para la conservación, pues fomenta entre las comunidades el sentido de pertenencia e identidad territorial y las invita a ser corresponsables en el cuidado, manejo y gobernanza del medioambiente. Apoyar estos emprendimientos locales significa contribuir a las apuestas de paz de quienes intentan rehacer sus vidas después de haber padecido la crudeza de la violencia.*Politóloga.