Todos añoramos salir de nuestra casa y ver el mundo o conocer el país, que no es para nada un premio de consolación: ¡con tantas cosas para ver! Son muchos los tipos de viajeros que existen en este planeta. Tantos como personas, claro, porque eso de que a alguien se le conoce viajando es verdad. Pero hay patrones que se han ido haciendo evidentes con el paso del tiempo. Esta vez propongo cinco, que resumen algunas de las muchísimas actitudes que adoptamos, o muchos de los personajes que podemos encontrarnos en cuanto hacemos maleta y nos vamos a viajar. Le recomendamos: Turismo: Diez lugares de Colombia que lo dejarán sin aliento El Antoniburdén (Tributo a un gran viajero) Siguiendo la infinita avidez de una fijación oral, el viajero gourmet, gourmand, foodie, gordo (real o potencial), glotón, angurriento, garoso, cometealguito o como quiera que se les diga a los que aprecian la comida. O más que apreciarla, viajan a través de ella. Existe un tipo de viajero que encuentra el mayor placer entre más cosas pruebe en un viaje. ¿Esa tortilla tiene gusano pestilente del corazón del desierto? Venga para acá ¿Ese es un omelet de huevos de mirla con salsa picante de los diez mil demonios? Deme dos ¿Insecto frito? Muestre a ver ¿Alcohol destilado de qué? Claro que sí. Y así, con todos los ejemplos posibles. Le recomendamos: Oportunidad o riesgo Los desafíos del turismo en el posconflicto Todos tienen a Anthony Bourdain como su héroe (con toda razón, claro) y algunos incluso se guían exactamente con lo que este rebelde de la cocina mostró en sus programas. Repasan, anotan direcciones y sueñan con superar la experiencia que ya es ver su programa, con una buena tanda de descubrimientos culinarios. Solo tienen dos problemas cuando uno viaja con ellos: el primero, la mayoría tiene estómago de acero y digestión de camionero, por lo que se meten en los chuzos más cutres y, sus acompañantes, pareja o familiares pueden sufrir de tremendos trastornos digestivos que ellos sortean con gran elegancia. El segundo, es que son capaces de gastar cantidades ridículas de plata en comida, salidas a comer y botellas de cosas. Cuando se les hace caer en cuenta de eso, argumentan que equilibran con las veces que comen barato en las calles, y de pronto sí, pero en realidad no. Regatero Este tipo de viajero tiene dos subespecies principales. La primera, nacida especialmente en Bogotá y algunas otras ciudades del interior, es un padre de familia que a todo le busca rebaja, porque siente que todos fuera de la capital lo quieren timar. También, porque en Bogotá no sale mucho de su casa y por eso todo le parece caro. La otra subespecie es el antioqueño que pide rebaja, pero porque quiere timar a todos por fuera de su casa. Ambos están guiados por un tipo de tacañería muy especial, pero no carecen de razón. Es verdad que en muchos lugares el costo de las cosas sube por encima de los estándares normales, siquiera razonables, y también es cierto que los colombianos, en general, estamos dispuestos a pagar demasiada plata por cosas que no suelen ser caras. Le sugerimos: El turismo que lleva el carbón a lugares como La Guajira El caso es que el regatero es quien dedica todas las facetas de su viaje a buscar descuentos; no importa si se encuentra en Montmartre en París, o a punto de iniciar una expedición al Nanga Parbat; ni qué decir de la bahía de Santa Marta, o Santander de Quilichao. Sea cual sea el lugar que pise, su lema es “esto no vale lo que usted me cobra” y sobre ese principio entablan todas sus relaciones con la gente. Si uno logra pasar la vergüenza de estar presenciando sesiones de negociación por cada helado que se va a comer, es posible que el viaje transcurra sin mayores contratiempos. Pero si a uno le angustia esa ‘negociadera’ es posible que sufra mucho, ya no importa qué tan baratas les salgan las cosas. Hay que aceptar, eso sí, que en ciudades en las que le ven a uno la cara de bobo es muy bueno tener un cara dura como ellos que no sienten el menor reato de vergüenza de estarlo pidiendo todo rebajado. ‘Mindful’ experiencias Este tipo de viajero es un recién aparecido en nuestro radar. Se trata de personas ávidas de la vida que la rutina no les da, que buscan en los viajes algo de sentido, más allá de las virtudes ya conocidas de viajar, que son salir de la casa y ver lugares nuevos. Los viajeros holísticos, místicos, espirituales, sentipensantes y conscientes, mindful si se quiere, no tienen que visitar santuarios o lugares sagrados. El viaje es su lugar sagrado de poder, no importa si se encuentran en la plaza de mercado de Pailitas, Cesar, o si están en Stonehenge, San Agustín o Tierradentro. Cada cosa es una experiencia reveladora que los lleva por encima de este plano y les muestra la maravilla de estar vivos. Se le miden a muchas cosas y es muy rico disfrutar de la vida con ellos. Su defecto principal es la exageración. Si uno anduvo con ellos de viaje, oliendo lo que olieron y saludando a quienes saludaban, dándole plata a quien les pedía y andando en bicicleta, puede que el obligatorio posteo de Instagram –“viajando por este lugar mágico, poblado de seres de luz y sintiendo ese aire vibrante en la cara, es una experiencia casi transcorpórea”– suene un poco lejano a la realidad. Pero este tipo de viajero, ante todo, cuenta su verdad, que en el viaje es todo lo que su rutina no es. Hay que entenderlos. RobertCapa GatilloLoco Desde que el daguerrotipo se inventó, por 1830, existen los compulsivos de la documentación. No son especímenes nuevos, aunque ahora todos tengamos cámaras en la mano. Y no se trata de gente que viva pegada de Instagram, Flickr, Facebook o cualquier red social en la que puedan subir su material, sino que quiere tomarle una foto a cada cosa que ve, sea lo que sea. Gente, edificios, escombros de edificios, comida, locales callejeros, escombros de comida, animales, medios de transporte, afiches viejos rasgados, arte urbano, música urbana, ladrones de teléfonos celulares, escombros de gente; no hay cosa que escape al lente de estos reporteros amateur. Es bueno revisarles cada tanto el teléfono y ver el recuento de cada paso que dieron, porque se trata de personas minuciosas. El problema no es tanto que vivan su vida a través de una pantalla, porque esa es su forma de mirarlo todo, pero si uno tiene problemas con estar parando cada tanto a tomar una foto, o si se siente impaciente por llegar a algún lado, es posible que se encuentre peleando con su compañero de viaje fotocompulsivo. Tal vez se lo sepa agradecer un mes después, cuando quiera recrear en su cabeza la forma de ese edificio, la cara de aquel guía turístico, pero en el momento de estar caminando puede haber algo de tensión. Si encima de tomarle foto a todo, sube todas las fotos a Instagram, aconséjele que no lo haga. Así, va a estar haciéndole un enorme favor. Sumajestad Kimkardachan Cada tanto aparece uno de esos viajeros ostentosos, que gusta de llegar a cualquier ciudad, como el legendario Aníbal, montando en elefante. No importa, ojo, que el sujeto o sujeta en cuestión no tenga plata en realidad. Puede que, de vuelta a casa, tenga que comer arvejas de lata y muestras gratis de supermercado un mes entero. El asunto está en viajar por lo alto y eso no se los quita nadie. Son los pocos que todavía se presentan en el aeropuerto como si los hubiera invitado la duquesa de Alba a un brunch. Llegan a los hoteles como si fueran sus dueños, caminan como si estuvieran en pasarela en la Semana de la Moda de París, no importa si están de paseo por Cáqueza, Pance o Andes. Les molesta mucho que la gente pregunte el precio de cada cosa, si para eso están de viaje. Si pudieran, pagarían VIP en el Santuario de la madre Laura. Es rico viajar con ellos, hasta cierto punto. Por un lado, se preocupan de que todos en el viaje estén bien y que no falte nada. El problema es que uno a veces no quiere comer langosta rellena de caviar con salsa de coltán y una botella de Veuve Clicquot, o que hay municipios colombianos en los que “la mejor hamburguesa” es exactamente igual que la peor, de manera que no hay por qué hacer alharaca. Lo otro es puro miedo a salir atracados. *Periodista.