Cada vez que entraba a un espacio nuevo lo maravillaba el olor a pared recién pintada, caminar por un piso que nadie más había tocado y mirar a través de ventanas desde las que por primera vez alguien se asomaba. Pero el joven Fredy admiraba que todo eso hubiera nacido en las hojas en blanco que con detalle iba llenando su padre Hugo, un paciente arquitecto. “Me impactaba comprobar cómo un proyecto que pintaba en su mesa de dibujo se transformaba en algo real”, dice Fredy Zárate, capitán de navío y gerente de diseño de Cotecmar. Mientras crecía, sus intereses se alejaban de tierra firme y se centraban en esos inmensos buques que veía flotar en el mar, naves capaces de producir su propia energía eléctrica y agua potable. “Eso me pareció un poco intimidante pero al mismo tiempo apasionante. Desde entonces quise aprender a diseñar y a construir navíos”, admite. Esa necesidad de autonomía obliga a que el diseño de un barco sea un complejo juego de equilibrio entre los distintos sistemas que lo mantienen a flote, pero que “resultan mutuamente contradictorios. Por ejemplo, si quiero un buque muy rápido, necesariamente debo reducir su capacidad de carga”, explica el capitán. Esta dificultad la ha enfrentado la humanidad desde el año 3000 antes de Cristo, cuando los egipcios juntaron algunos troncos para transportarse sobre el agua; también la conocieron los griegos, en el siglo IV a. C., a bordo de sus trirremes; y esos retos son los que aún enfrentan especialistas como Zárate o Herm Jan de Vries, un arquitecto naval de la empresa holandesa OSD-IMT. Lea también: Saab, la compañía sueca que fabrica submarinos invisibles Desde muy chico, a De Vries lo atrajo el mar. Cuando cursaba el bachillerato ya sabía que “quería dedicar mi vida a algún oficio que tuviera relación con el agua y los barcos”, reconoce. Por eso, “cuando tuve que tomar una decisión profesional solo existían dos opciones: ir a la universidad náutica y vender embarcaciones, o estudiar arquitectura naval y diseñarlas. No estoy seguro de cuándo y cómo, pero me decidí por lo segundo”. Aún hoy, luego de 28 años de trayectoria profesional, las incertidumbres de De Vries siguen fomentando su aproximación a la creación de barcos. Para él los diseños deben responder a necesidades y requisitos. Eso ha permitido que en las creaciones de la compañía OSD-IMT “no solo mostremos una imagen bonita sino un barco al que le hemos hecho las verificaciones que nos permiten asegurar que ese concepto es viable, que flotará”. En ese sentido la tecnología se ha vuelto un factor determinante. Además de los cálculos y análisis de ingeniería preliminares, existen herramientas computacionales que permiten representar distintas condiciones atmosféricas para predecir el desempeño de la nave que se está creando e, incluso, “algoritmos que permiten la generación de múltiples alternativas de diseños de buques a partir de unos datos de entrada –afirma Zárate–. Hoy, en Cotecmar utilizamos tecnología de punta para mejorar nuestros modelos. Usamos realidad virtual para identificar problemas de diseño y distribución del espacio desde el inicio del proyecto, antes de llegar a construir el buque”. Pero, a pesar de todas las nuevas incorporaciones tecnológicas, “el diseño naval es una profesión muy antigua y se basa en conceptos y principios de física e ingeniería que, aunque han evolucionado, no han cambiado radicalmente”, enfatiza el capitán. En eso está de acuerdo el arquitecto naval De Vries, quien sigue buscando inspiración en la naturaleza, en las criaturas que han nadado en los mares desde hace millones de años. Ambos, al final, siempre retornan a la esencia de este oficio. Cada uno, desde Cotecmar o desde OSD-IMT, siguen disfrutando de ese fascinante proceso de convertir un dibujo en realidad, de hacer que sus barcos de papel se transformen en imponentes buques que crucen los mares más lejanos y atraquen en los puertos más remotos.