Alguna vez le preguntaron a Marcelo Bielsa, el particular entrenador argentino, sobre los motivos que lo llevaban a elegir a un jugador. “A los buenos los vemos vos, yo y la mayoría de la gente. Ocurre lo mismo con los malos. El mérito está en advertir y saber qué jugador normal va a convertirse en uno bueno”, respondió en una rueda de prensa. Pero no hay una fórmula establecida para escoger a un futbolista. Nadie tiene la ‘receta’ perfecta. Sin embargo, hay varios ‘ingredientes’ fundamentales que deben estar presentes en todos los jugadores de alto nivel. El principal es el talento, que será la base de este guiso a fuego lento. Luego, su personalidad, esa que le da un toque diferente –un sabor único–.También es importante la sustancia propia que cada uno de ellos traiga de casa. Y por último, como lo dice el Loco Bielsa, se necesita una pizca –o varias cucharaditas– de intuición. Con el paso de los años, sal y pimienta al gusto. A fuego lento Todas esas características las tenían el portero David Ospina, el defensor Yerry Mina, los mediocampistas Juan Guillermo Cuadrado, James Rodríguez y el ariete Falcao García, al momento del ansiado debut profesional. Ese primer paso para dejar atrás el anonimato y empezar el largo camino hacia la consagración. Cada uno de ellos brillaba por sus aptitudes. Desde los primeros entrenamientos David Ospina, que se estrenó en el arco de un gigante llamado Atlético Nacional, “marcó la diferencia por sus condiciones físicas y su carácter”, como recuerda el entrenador Óscar Héctor Quintabani. El colombo-argentino celebraba que “era dominante en los duelos uno contra uno y además demostraba muchas cualidades importantes”. Estas lo llenaron de razones para que en la pretemporada de 2007 lo eligiera como arquero titular del cuadro verdolaga, cuando la cédula del chico estaba apenas recién expedida. Fue una decisión difícil y arriesgada, sin embargo, el técnico esperó un tiempo para tomarla. “Podríamos haber traído a un arquero extranjero, pero en la evaluación me la jugué por David porque veía su enorme potencial. Intuía que, a pesar de su corta edad, podíamos estar tranquilos con él en el arco”. Quintabani fue un muy buen portero y eso le ayudó a notar las capacidades de Ospina: “Me identificaba con él por su entrega en los entrenamientos; así era yo. Lo fuimos puliendo. Mejoramos su juego con los pies, por ejemplo; lo preparamos para que tuviera más técnica y potencia en los saques de arco”. Esa misma determinación le mostró Falcao García al entrenador argentino Leonardo el ‘Negro’ Astrada, a comienzos de 2005. Había regresado como campeón suramericano con Colombia y el técnico seguía detenidamente sus avances con la reserva de River Plate. “Trabajaba muy bien y tenía un crecimiento acorde con las necesidades de la primera división. Yo lo veía preparado para afrontar el compromiso”, rememora el Negro, quien ahora es analista deportivo en la televisión. En las prácticas previas, el Tigre “participaba mucho en el juego, mostraba su clase para generarse los espacios para anotar y era muy desequilibrante dentro del área”. Por eso el 6 de marzo de 2005, en un partido contra Instituto de Córdoba, en el estadio Monumental de Buenos Aires, jugó los últimos cinco minutos en reemplazo de Gastón Fernández. Fue un triunfo 3-1 y debutó llevando a su espalda un número tan grande como sus propias ilusiones: el 36. Lea también: Disciplina, fe, amor, entrenamiento; ¡así se cura un ‘Tigre’!  James Rodríguez tampoco hizo su debut con el 10 que tanto lo identifica, sino con el 15, pero eso fue lo de menos porque quien le cumplió el sueño lo conocía de toda la vida. Esa situación pasó el límite de la coincidencia para situarse del lado del destino. Solo así se explica que Hugo Castaño, quien había dirigido a su padre y a su tío fallecido, también lo haya entrenado a él, el más joven de la generación Rodríguez. Como asistente técnico de Luis Alfonso Marroquín, orientó a Wilson James (el papá del 10) en el Mundial Juvenil de la Unión Soviética en 1985. Luego, como entrenador del Medellín tuvo a su hermano Arley, al que considerará siempre “el mejor de todos ellos; debutó a los 17 años, era un súper talentoso, pero con esa muerte trágica –fue asesinado en la capital antioqueña– partió muy joven”. En el ocaso de la carrera del padre lo llevó al Cúcuta Deportivo, razón por la cual James David nació en la capital nortesantandereana. Pasaron algunos años cuando el que fuera su dirigido lo llamó para recomendarle a su hijo que iba a disputar el Pony Fútbol en Medellín. “Como yo trabajaba con Envigado hice la gestión para el seguimiento, pero ya el contacto estaba adelantado”, afirma Castaño. Este lo llevó al plantel profesional naranja y lo hizo debutar el 21 de mayo de 2006 en el Polideportivo Sur. “No era fácil incluir a un pelado de 14 años en la alineación, pero yo estaba convencido de su talento. Nos ayudó que la filosofía del club era la de promover a los nuevos valores. James tenía mucha personalidad y carácter. Sí, era un muchacho tímido, callado, pero era tal su capacidad y creía tanto en él, que siempre arriesgaba. Si había un penal o un tiro libre cogía el balón y quería patear sin importarle qué pensaran los veteranos”. Lea también: “Quiero que James levante un título con el equipo que más ama, la selección” Y hablando de talante, Flabio Torres, entrenador del Deportivo Pasto, no tardó en reconocer la estampa de Yerry Mina, pero prefirió llevarlo de a poco. “Siempre fue un jugador técnico, tenía buen fútbol. A pesar de su talla y estatura salía desde el fondo con mucho criterio e inteligencia, y ni hablar de su fortaleza en las pelotas aéreas en defensa y en ataque”, dice emocionado. Torres terminó reacomodándolo en el campo. “Lo hice debutar como defensa central (contra el Depor en Copa Colombia, el 20 de marzo de 2013), aunque en el equipo Sub-20 jugaba como volante de primera línea. Yo le veía más potencial atrás y antes de que se estrenara en la Liga jugó diez partidos en la copa como zaguero”, explica Flabio. Recordar ese proceso lo emociona porque “a pesar de su juventud, Yerry disputó esos partidos completos y siempre con un nivel destacado. Los entrenadores sabemos que a los centrales jóvenes tenemos que darles responsabilidades poco a poco. Usualmente los jugadores con más recorrido son los que ocupan ese puesto en los equipos, pero con la confianza y el fútbol que tenía Yerry sabíamos que respondería”. Y respondió. Basta recordar el gol que el zaguero colombiano le anotó a Inglaterra en el Mundial pasado para darle toda la razón al técnico. El entrenador paisa Juan José Peláez tampoco dudó de las cualidades de un jovencito llamado Juan Guillermo Cuadrado. Había llegado al Medellín por recomendación de Nelson Gallego, un cheque al portador como cazatalentos. Peláez, que hoy es analista deportivo en la televisión colombiana, recuerda que “al tener esa explosión de talento no podíamos anclar a Juan Guillermo a una sola posición, así que jugó de delantero en su primer partido contra Bajo Cauca”, en la Copa Colombia, el 12 de marzo de 2008. Teniendo en cuenta las exigencias del fútbol actual, el técnico creyó que “se desempeñaría mejor como volante, por el lado derecho, y siempre llegaría como puntero”. Todo empezó en casa En definitiva, los directores técnicos no tuvieron que pensarlo demasiado a la hora de lanzarlos al césped. Y para que esa decisión fuese tan firme era porque detrás de todos ellos había un respaldo familiar. El trabajo había comenzado desde el hogar. Falcao vivía en la pensión de River Plate en Buenos Aires. Tras su debut tuvo que esperar siete meses para volver a jugar con el equipo titular. Quien le dio esa sorpresa fue Reinaldo Carlos el ‘Mostaza’ Merlo. Él vio que el colombiano era “un portento de goleador, un pibe bárbaro, tranquilo, respetuoso, con modales y valores que le habían inculcado sus padres. Por eso nunca paró de crecer, siempre fue por más y se hizo grande entre los grandes”. Cuando habla del delantero, Mostaza siempre acude a la misma anécdota: “Sumábamos tres derrotas seguidas y se venía el clásico contra Independiente. Teníamos toda la presión encima. Ya lo habíamos hablado con el Polaco (René Daulte, su asistente técnico), Radamel debía ser titular. Lo llevamos a primera, concentró y la noche previa pasé a su habitación y le pregunté: ‘¿Estás bien para jugar 20 minutos?’ Y me respondió: ‘Profe’, estoy para jugar los 90’. ¡Con eso fue suficiente para saber que le sobraba hambre de gloria”. Falcao tenía apetito de gol. Marcaría dos en su estreno como titular del equipo millonario, aquel 2 de octubre de 2005. Desde entonces no paró de gritar en los estadios de todo el mundo. Yerry Mina también ha cautivado por su estilo en la cancha, pero fuera de ella, aún conmueve a Flabio Torres por “su humildad y sencillez. Nunca ha dejado de ser ese mismo muchacho respetuoso y con carisma que le llega a todo el mundo”. Y al conocerlo desde su adolescencia le atribuye estos valores “a la buena formación que tuvo en su casa; fue un joven bien criado. Viene de una cuna sencilla, pero con principios fuertes”. Ese ejemplo también formó a James. Aunque sus padres se separaron cuando él era muy niño, su madre Pilar Rubio y su padrastro, Juan Carlos Restrepo, se encargaron de guiarlo a través de los valores y la persistencia. Le dieron un apoyo irrestricto. Al punto de poner a todo un equipo interdisciplinario al servicio de su formación. Como lo afirma Hugo Castaño, el 10 fue fabricado para ser futbolista. “Yo, de hecho, hacía parte de ese equipo, en el que también había un instructor de gimnasio, preparador físico, psicólogo y nutricionista. Muchos tildaron de alocada a la familia, pero hicieron lo correcto, formaron a un jugador con cabeza y biotipo”. Para Quintabani, en el caso de David Ospina, la humildad con la que asumió ser el portero de Nacional tenía una explicación: “Se veía que detrás de él había una formación sólida. Su entorno familiar, al que pude conocer con el transcurso del tiempo, ha sido incondicional con él. Y su respuesta siempre ha sido la misma, sin perder la responsabilidad que tienen los grandes; los que nacieron para triunfar”. Cuadrado, por su parte, deslumbró a Peláez por la desfachatez de su juego. “Es el emblema de nuestro fútbol colombiano: alegre, musical, talentoso, dueño de la gambeta típica del país. Es el tipo de jugador que los técnicos no pueden dejar de lado y que deben, más bien, priorizar”. Eso es cierto, el compañero de Cristiano Ronaldo en la Juventus no ha dejado de ser el futbolista de potrero en su estado más puro. Su balompié lleva la esencia del barrio. Campeones de la gratitud Pasan los años, suman títulos, ganan más fama y aumentan su patrimonio, pero estos cuatro jugadores estelares de la Selección Colombia siguen siendo los mismos. Y no olvidan a aquellos que los formaron y les dieron la primera oportunidad. Quintabani da fe de ello con Ospina. “Hace unos años, cuando él ya estaba jugando en Europa, íbamos en el carro con mi familia por el Parque Lleras, una zona muy transitada de Medellín, cuando de repente escuchamos que gritaban: ¡‘Profe, profe!’. Mi esposa me dijo que parara porque había un muchacho corriendo detrás del carro. Frené, y en medio de la gente, vimos a alguien atravesándose. ¡Pues era David!”. A Torres le enorgullece su amistad con Yerry. “Tenemos ese contacto que surge entre los amigos que están pendientes el uno del otro. Hace un mes hablé con él para saber cómo iba su recuperación en su club, el Everton inglés”, revela Flabio, quien conserva como tesoros las camisetas de Santa Fe y Palmeiras que le regaló el zaguero y, a manera de trofeo, guarda los guayos talla 45 que le firmó hace un par de años en Cali. Pero hubo un gesto en particular que le tatuó el alma de gratitud. “Cuando me mencionó en su presentación con el Barcelona, se me hizo un nudo en la garganta de la emoción, pero así es él, siempre generoso”. Ese sentimiento también aflora en el Negro Astrada con cada gesta de Falcao. Por eso admite que “me reconforta y me da una satisfacción enorme ver la gran carrera que hizo, no se conformó con llegar al fútbol de más alto nivel, él sigue ahí, siempre realizando un gran esfuerzo para sobresalir y destacarse. Es un ser humano impresionante”. El ‘Mostaza’ Merlo fue su entrenador tan solo durante tres meses, pero el Tigre siempre le ha demostrado “un cariño y una gratitud enormes, lo que lo hacen más grande de lo que es. Como siempre, un fenómeno de pibe”, anota el técnico. Con ‘Cuadradito’, como le dice cariñosamente Juan José Peláez a Juan Guillermo, no hay un vínculo tan afectivo, quizá por su personalidad, pero al técnico le basta y le sobra con poder hablar de fútbol con el de Necoclí. “Cuando dirigí la última vez al Medellín él estuvo entrenando con nosotros”, recuerda. Tampoco olvida que la charla fue puramente técnica. “Hablamos de las diferencias del trabajo en las ligas europeas y en las de aquí; de cómo han cambiado las metodologías y de la riqueza del fútbol italiano desde lo táctico”. Esa posibilidad no la ha tenido Hugo Castaño con James. Le perdió el rastro pocos meses después de que el joven llegara a Buenos Aires en 2007. El director técnico no solo le permitió debutar, también hizo el puente entre la familia y el representante argentino Silvio Sandri, al propiciar una reunión en el restaurante Las Margaritas, de la 70, en Medellín, para llevarlo al fútbol argentino. Una vez firmó con Banfield el entrenador llamaba con frecuencia al agente para saber del jugador y de su adaptación. “Era fundamental no abandonarlo en el proceso, pero fue pasando el tiempo, él se asentó y ni más, se puede decir que ya voló solo”, cuenta con cierta nostalgia. Hoy no espera ni un saludo ni una camiseta de James, pero a Castaño sí lo haría feliz que su nieta, Ana Sofía, de 10 años, que “entiende, ve y juega fútbol, lo pudiese saludar y estrechar su mano. Con eso quedaría muy satisfecho”, afirma. Casualmente todos estos entrenadores que formaron a nuestras estrellas del fútbol colombiano están retirados de los banquillos. Algunos de ellos aguardan por el guiño de algún club para retornar a la dirección técnica, otros mantienen su vigencia en los medios de comunicación como analistas de fútbol. Y todos conservan la alegría de saber que años atrás, cuando Ospina, James, Falcao, Yerry y Juan Guillermo eran apenas unos jovencitos con ganas de saltar al campo, ellos tuvieron la valentía de mandarlos a la cancha para que triunfaran. Los flashes de las cámaras y las entrevistas de la televisión siempre serán para los jugadores, mientras los entrenadores (con muy pocas excepciones) permanecen a la sombra. Es la ley del fútbol. Son orfebres de ilusiones. No nacieron para brillar sino para que otros lo hagan por ellos, y gracias a ellos. *Periodista deportivo.