Tan solo cuatro países han tenido el reto de albergar consecutivamente los dos mayores eventos deportivos: el Mundial de Fútbol y los Juegos Olímpicos. Brasil es uno de ellos. Antes, solamente México, Alemania y Estados Unidos habían logrado esa ‘moñona’. Ahora, tres años después de la cita olímpica de Río de Janeiro 2016, esa nación será sede de la Copa América; con ella cierra una década como anfitriona y, de paso, un decenio lleno de cambios políticos. Las rechiflas que padeció la presidenta Dilma Rousseff durante la inauguración de la Copa Confederaciones, en 2013, se repitieron un año después en el partido inaugural del Mundial. Rousseff había enfrentado meses de protestas por los costos del evento que rondaron los 12.000 millones de dólares. Y eso que la crisis económica apenas empezaba. En los siguientes dos años, en medio de la euforia mundialista y olímpica, la mayor economía de América Latina se desplomó 7 por ciento y enfrentó la peor recesión de su historia. Por eso en los previos de las Olimpiadas de 2016 se desataron controversias similares: retrasos en las obras de las sedes, contaminación en los escenarios de las competencias acuáticas e incertidumbre política. Le recomendamos: Falcao: el niño que aprendió a patear el balón en la cuna antes que caminar Cuando llegó la hora, Rousseff ya no estaba en su cargo. La mandataria había sido apartada del poder en el marco de un juicio político por ‘maquillar’ las cuentas públicas. Su destitución definitiva se anunció diez días después de apagar la llama olímpica, para no aguar la fiesta. Michel Temer hizo las veces de anfitrión de los Juegos Olímpicos y disfrutó del ágape. También le tocó el punto de inflexión tras tres años de vacas flacas, pues al inicio de 2017 la economía empezó a dar señas de reactivación. Pero la alegría le duró poco. Ahora tiene un pie en la cárcel por acusaciones de corrupción. Los ciudadanos, indignados ante la podredumbre que reveló la Operación Lava Jato, y ante la condena del expresidente Luiz Inacio Lula da Silva por corrupción y lavado de dinero, pasaron su cuenta de cobro. El Brasil que recibe a la Copa América de 2019 también sale a la calle en vísperas del evento deportivo. Miden fuerzas estudiantes, sindicatos y movimientos sociales que se oponen a los recortes anunciados, rechazan la flexibilización del porte de armas y condenan las posturas del presidente Jair Bolsonaro, a quien muchos llaman el ‘Trump latinoamericano’. Por el otro lado, sus seguidores marchan en más de 150 ciudades y probaron que no son pocos, aunque las encuestas muestren cifras de aprobación que no superan el 35 por ciento. Puede leer: Duván Zapata: pararse cuando has perdido lo que más amas Una vez más Brasil centra sus esperanzas en el fútbol. Ojalá la verdeamarela una al fracturado país y le devuelva la fe que le robó la clase política. * Periodista.