Un día nos paramos de la cama y nos dimos cuenta que ya no había miedo. Pero lo tuvimos, hay que reconocerlo. Comprábamos las camisetas de las selecciones ajenas, éramos hinchas de países lejanos, soñábamos con los jugadores que nunca habían pisado estas tierras. El miedo nos duró décadas, hasta que una generación dorada de futbolistas con experimentados defensores como Mario Alberto Yepes, jóvenes iluminados como James Rodríguez, y goleadores letales como Radamel Falcao nos ayudaron a encontrar el amor propio. Uno de los momentos épicos de este reencuentro con nuestro fútbol se vivió el viernes 11 de octubre de 2013. Todos estábamos sentados en la humedad de Barranquilla, tapándonos la cara con las manos, esperando a que Colombia saliera del camerino. Mientras tanto pensábamos si cambiar los tiquetes para Brasil 2014 porque Chile nos estaba goleando y otra vez el Mundial parecía lejos. “Otro fracaso más del famoso toque-toque”. Y justo cuando nos resignábamos se prendió la máquina. Teo empujó el primero, a James lo tumbaron dos veces en el área y Falcao, inexpugnable, supo meter los dos penales, 3-3. Júbilo total: con una resurrección de libro arrancó una nueva era (y no hizo falta cambiar los tiquetes). Volvíamos al máximo certamen del fútbol después de estar ausentes desde 1998. Le recomendamos: Así se celebra un partido de fútbol al mejor estilo colombiano Todavía era temprano para entenderlo, nadie sabía que esa copa del mundo de 2014 marcaría un antes y un después. Falcao no pudo jugarla porque estaba lesionado. Y ante su ausencia James creció y creció: bailó a los griegos, a los japoneses, a los marfileños y nosotros –un país unido– bailamos a su lado. Desperdiciamos maizena y tomamos mucho aguardiente entre semana. En octavos de final supimos mirar a la cara a un campeón del mundo, Uruguay; y James le regaló al planeta uno de los mejores goles de la década. No pudimos bailar a los brasileños porque nos molieron a patadas. Nos cobraron dos errores, pesó la localía y con el corazón roto nos tocó tragarnos la derrota 2-1; aunque fuimos más nos faltó cancha –era gol de Yepes–. La tusa nos acompañó a todas partes durante un año. Y nos hizo más fuertes. Saber que fuimos quintos y que el goleador del Mundial nació en Cúcuta fue un bálsamo para todos: si James puede, cualquier colombiano puede. Con una camiseta revalorizada enfrentamos a Argentina en los cuartos de la Copa América 2015 y podremos contarles a los nietos que entre Ospina y Carlos Sánchez encontraron la fórmula para detener a Messi. Perdimos, en los penales con las botas puestas, y el año siguiente el aprendizaje se vio reflejado en el bronce de la Copa Centenario. Quizá porque jugando con la élite futbolística europea los nuestros estaban en vitrina, o quizá porque cuando se juntaban su endemoniado balompié maravillaba a todos, de repente nos acostumbramos a ser muy exigentes con la selección. Las eliminatorias de Rusia 2018 comenzaron y nadie puso en duda que iríamos al Mundial. El cambio en el país fue latente: muchos optimistas marcaron en las pollas locales o en los sitios de apuestas en línea a Colombia como campeón o subcampeón. ¿Por qué no? Los días previos fueron siempre optimistas. Que nadie se olvide de lo lindo que fue pintar el once gala en una servilleta, que nadie se olvide tampoco de que fuimos muchos los que soñamos y –en los simuladores de internet– llevamos a Colombia hasta la final. Lea también: Disciplina, fe, amor, entrenamiento; ¡así se cura un ‘Tigre’! Una frase resume la actitud del colombiano durante Rusia 2018: “Si les ganamos a los ingleses somos campeones del mundo”. Más que optimismo infantil esas palabras reflejaban la plena confianza en los nuestros. Perdíamos el partido. Cabezazo de Yerry Mina. Empatamos, 1-1. Resucitamos. Penaltis. Perdimos. Los ingleses tuvieron que hablar pestes antes y después para tratar de opacar y negar lo evidente: los favoritos fuimos nosotros. El tiempo ha pasado. No solo desde Rusia. Ya son casi seis años de un grupo excepcional: a Ospina, Arias, Yepes, James, Falcao, la Roca, Abel, Cuadrado, Cardona, Quintero se les han sumado Mina, Dávinson, Fabra, Duván, Wilmar, Díaz y en un abrir y cerrar de ojos la lista será otra. Por eso, hoy vale la pena agradecerles por la felicidad, por el aprendizaje y por la mentalidad renovada. Intangibles e invaluables, pero sobre todo irremediables: en Colombia ya no hay miedo. *Periodista del portal Hablaelbalón