Casas improvisadas en terrenos –a veces propios, muchas veces baldíos–, vetustas paredes de madera o plástico, techos a punto de caerse y gente que camina buscando el día a día. Ese es el paisaje común de las zonas más pobres de la ciudadela Juan Atalaya, un conjunto de comunas de la capital de Norte de Santander. Allí, en 2004, se fundó el Centro Tecnológico de Cúcuta, una institución que, con recursos de la Alcaldía busca, precisamente, brindar educación técnica laboral a personas de bajos recursos en la ciudad. En un principio, esta iniciativa recibió pocos estudiantes –200, en 2015– y tuvo altos índices de deserción –que alcanzaron el 150 por ciento entre 2010 y 2015–. Pero en los últimos años, el Centro Tecnológico se ha venido fortaleciendo, al punto de que se matricularon 3.833 estudiantes entre 2016 y 2019, y el índice de deserción en el mismo periodo bajó a 7 por ciento. “Hemos trabajado desde diferentes frentes para que los estudiantes crean en el proyecto y en el poder de la educación y se entusiasmen en la idea de salir adelante”, explica Ana Libia Suárez, directora de la institución. Las estrategias para lograrlo han sido, por una parte, realizar jornadas de servicios para dar a conocer los programas y atraer nuevos estudiantes. Y, segundo, mejorar las condiciones materiales para estudiar. Lea también: Educación para confrontar la crisis En ese último aspecto, se destaca la contratación, cada vez mayor, de profesores (solo en los cursos de inglés hay 25 docentes), así como la ampliación de herramientas tecnológicas, entre las que se destaca la implementación de Q10, la intranet para consulta de notas y solicitudes académicas. También se han remodelado y fortalecido las instalaciones educativas, administrativas y de bienestar académico. Además, 600 estudiantes víctimas del conflicto armado, de desplazamiento y de bajos recursos se han beneficiado de becas completas en 2019. “Antes no teníamos las herramientas para nuestra formación. Pero los salones han cambiado, hay nueva implementación deportiva y podemos ir a clase protegidos del sol. He aprendido cómo manejar un grupo de niños o de principiantes en la actividad física y eso me ha servido para crear una escuela de formación de balonmano”, dice Diego García, de 19 años, estudiante de segundo semestre de formación deportiva. En 2018, finalmente, tres de los ocho programas de formación –administración y contabilidad, entrenamiento deportivo y atención a la primera infancia– recibieron la certificación de calidad por parte de Icontec. Y los demás están en proceso de ser certificados este año.