Los grupos de fotógrafos, tanto aficionados como profesionales, se reúnen frente a la reja del Cementerio Central de Cúcuta, lugar que abrió sus puertas por primera vez hace 129 años, en 1890. Están emocionados por ver la arquitectura de los mausoleos familiares y las ofrendas a criminales famosos que en otro tiempo actuaron como justicieros, al estilo Robin Hood, prestando sus servicios a los cucuteños más necesitados. Es día de brujas y faltan tres horas para la medianoche. Doce personas se apuntaron para el recorrido por el cementerio, iniciativa que comenzó hace dos años para reactivar el ‘turismo negro’ en Cúcuta. El concepto viene del inglés dark tourism y es famoso en el mundo porque más allá de la muerte y el sufrimiento asociado a un lugar como este, la prioridad es rescatar el valor histórico y cultural de los homenajes hechos a quienes descansan allí. Pedro Gutiérrez vende flores, en ocasiones, cerca del cementerio y en las noches se acerca para contar historias a cambio de algunas monedas. Una de las que más sorprende es que hace unos 30 años se podían ver acumulados frascos de mayonesa donde las familias metían los fetos y los dejaban allí para evitar pasar por todos los trámites de sepultura. Gutiérrez es el personaje típico de una película que transcurre en un cementerio: tres anillos en cada dedo de ambas manos, un ojo de vidrio y una frase que repite cada tanto: “Solo estoy cuidándolos”. “Lo de los fetos es verdad, pero ese es otro de tantos locos que se asoman por acá”, dice Guillermo González Amarilla, mejor conocido por todos en la ciudad como Amarilla, a secas. Como administrador del cementerio, Amarilla actualiza a diario la lista de ‘sepelios para hoy’, un tablero blanco colgado al lado de una columna en la entrada del cementerio. Realiza esa tarea desde julio de 1990, año en que tomó las riendas del lugar. Justo este 31 de octubre cumple su último día de trabajo y será un pensionado más después del Día de Muertos. El primero de estos recorridos surgió en 2017 por la curiosidad de la arquitecta Liliana Ovalles, quien después de investigar la historia de los panteones dispuso un camino por recorrer que comienza en la tumba de Enrique Raffo, el hombre que llevó a Cúcuta el primer carro e incentivó así el transporte público local. Mientras Ovalles explica que es normal encontrar lápidas con epitafios en árabe o con la firma del muerto, la paz del lugar es interrumpida por la cuota animal que acompaña al grupo: gatos de diferentes colores que pasan sigilosos entre los pasillos, cucarachas que solo se ven a la luz de las linternas de los celulares y las tutecas, pájaros que pasan volando de árbol a árbol. Lea también: Bibliotecas, arte y ferias: la propuesta cultural de la capital nortesantandereana Unos cuantos metros más adelante está la tumba de Hilda Pacheco, deportista cucuteña destacada en los años cuarenta a quien sus padres construyeron un imponente mausoleo en estilo neogótico. Un ángel con el dedo índice en los labios en señal de silencio acompaña esta pequeña catedral. “La postura de los ángeles, si son andróginos o no, si tienen las alas abiertas o cerradas, todo es un diálogo de códigos”, asegura Fabián Mena, profesor de arquitectura de la Universidad de Pamplona. Los vestigios de sucesos históricos como la Guerra de los Mil Días aún viven en el cementerio. Por ejemplo, una cruz celta identifica la tumba del general Virgilio Barco Martínez, papá del homónimo expresidente, quien se dio a conocer por su defensa de las ideas conservadoras. Paradójicamente, muy cerca del general está enterrado el poeta Jorge Gaitán Durán, férreo defensor de las ideas liberales y autor de Si mañana despierto, poemario que en este momento es mejor no evocar. En otros pabellones salen a la luz historias como la de Fabio el ‘Mico’ Isaza, un conocido delincuente que tiene fanáticos en la ciudad. Junto con la de Gaitán Durán, es la tumba mejor conservada y está atiborrada de placas con una leyenda que reza: “Doy gracias por el favor recibido”. A cambio del ‘milagro’, los cucuteños dejan allí latas de cerveza y cigarrillos. Los restos de los ‘sin dolientes’ y de los N.N tienen espacio aparte. La violencia caló con fuerza en la región y hay registro de borracheras, tiros al aire y serenatas en medio de los funerales. Como dice el profesor Mena, “es interesante porque en el cementerio convive esa mezcla entre lo popular y lo decimonónico; de las balas incrustadas en las lápidas, junto al mármol y al hierro traídos desde Europa para las tumbas de final de siglo XIX”. Los muros y las lápidas están inundados de una luz tan amarilla como el apellido del administrador que ya se fue a descansar. Su fiel escudero, Ricardo Ávila, es el encargado desde hace 20 años de la seguridad en el cementerio. Vive en un cuarto improvisado junto a la entrada, donde espera al grupo que termina el recorrido. Tras cruzar las rejas, responde a la despedida de los visitantes con un “Dios bendiga a Cúcuta”.