El aire que se respira en Gachetá es como el de las montañas que se levantan frente al mar, con la ventaja de que no es salado y este municipio de Cundinamarca se encuentra a tan solo dos horas y media de Bogota. Aquí se cruzan las corrientes calientes del llano y las frías del páramo para formar una turbulencia virtuosa. El resultado: un coctel perfecto que evita la proliferación de parásitos en las carnes tratadas y genera la ventilación necesaria para su maduración. Esto se traduce en la producción de un salami que compite con los mejores de Italia, y unas salchichas que nada tienen que envidiarles a las alemanas.Ese es el negocio de Heinz Reisen, un suizo de ojos claros y manos largas que construyó junto con su esposa, la gachetuna Martha Chalá, una industria que ha sabido aprovechar las condiciones únicas que ofrece la región. Reisen recorrió muchos lugares de Colombia con un termómetro y un higrómetro en busca de la temperatura y la humedad ideales para poner en marcha todo lo que había aprendido sobre alimentos, turismo y creación de empresas. Y para su sorpresa, en Gachetá las encontró.No fue el único. A comienzos de los años noventa también llegó hasta esta población Ignacio Torres, un santandereano recio y disciplinado, decidido a emprender el sueño que se fijó al graduarse del Sena como técnico en piscicultura. Hoy el cultivo de trucha, que comenzó con dos pequeños tanques y una manguera, florece en un estanque múltiple de cuatro cascadas artificiales que alberga 80.000 truchas destinadas a nutrir restaurantes y supermercados de 12 municipios de la sabana cundinamarquesa.Todos los días Ignacio y 18 empleados preparan para cientos de visitantes más de diez variedades de platos con este pescado como protagonista. Con la intención de visibilizar los atributos ambientales de su planta: tratamiento adecuado de residuos, aseguramiento de la calidad del agua y ahorro y uso eficiente de los recursos naturales, están tramitando tres sellos verdes.Conmovidos también por el encanto de Gachetá, más de diez emprendimientos turísticos comunitarios se han desarrollado en los últimos tres años. En 2015 llegaron al pueblo John Jairo Rodríguez y su esposa Jimena Guzmán. Él, un ingeniero electrónico criado en estas tierras, ella, estilista y masajista. Se instalaron en la finca del papá de Rodríguez buscando escapar del ruido de Bogotá y le dieron vida a una experiencia ecoturística única en medio de la naturaleza.En las cuatro hectáreas de este predio brota una piscina de aguas termales, hay cultivos de café orgánico que ellos mismos tuestan en su fogón para sorprender a los visitantes, y decenas de senderos por entre parajes maravillosos como los de la imponente cascada del Zaque o Golpe de Agua.Cuando la pareja de esposos le confesaron sus intenciones al papá de John Jairo, este pensó que estaban locos. ¿Por qué abandonaban un futuro profesional en la capital del país por un emprendimiento incierto en medio de la naturaleza? Pero el tiempo puso todo en su lugar. Hoy, Rodríguez cuenta con orgullo que su hijo y su nuera son grandes responsables de que Gachetá sea el corazón de la ruta del agua, a través de la labor que han adelantado desde su ONG Corturagua.Por qué regresarGachetá es uno de los destinos ecoturísticos con mayor oferta de atractivos naturales cerca de Bogotá. El 15 por ciento de su territorio pertenece al páramo Grande de Guasca. Desde los miradores, a lado y lado de la carretera, es posible contemplar la majestuosidad de esta reserva forestal nacional de 40.000 hectáreas de zonas protegidas que producen agua y son el hogar de más de 485 especies como el cóndor de los Andes, el tigrillo, el águila o el oso de anteojos.Reynel Fonseca, promotor ambiental rural formado por Corpoguavio, cuenta que “el oso de anteojos siempre atraviesa la carretera por el mismo lado”. De hecho, las fotos disparadas por sus trampas han inundado las redes sociales. Como Reynel, muchos habitantes de la región aseguran haber visto al oso cara a cara; algunos incluso dicen haberse topado con una osa de dos metros de largo paseando con un par de crías.Además de ser el responsable de las trampas fotográficas, Reynel monitorea las fuentes hídricas, motiva a los campesinos para que no lleven el ganado a las zonas de reserva y se encarga de uno de los más novedosos instrumentos económicos para la conservación: el Pago por Servicios Ambientales (PSA). Departamentos como Cundinamarca y Nariño se han convertido en líderes de este mecanismo que consiste en un reconocimiento, en dinero y especie, al propietario del predio dedicado a la conservación o a la restauración de bosques.En Gachetá, durante los últimos tres años, ocho campesinos han logrado los estándares que exige Corpoguavio para acceder a este incentivo. Son fincas con papeles en regla que tienen entre una y 24 hectáreas dedicadas a la conservación. Anualmente reciben 400.000 pesos por hectárea. El dinero sale de un fondo al que aportan la Gobernación de Cundinamarca y las CAR de su jurisdicción.Este incentivo, sumado a otras estrategias como la reducción del impuesto predial y las campañas de las autoridades ambientales y del gobierno departamental, han entusiasmado a los campesinos a trabajar por la conservación del entorno. Efraín Amaya, de 70 años, confiesa que fue ya de viejo que aprendió la lección: “Si no conservamos nuestros recursos naturales acabaremos con el agua. La misma conciencia lo lleva a uno a entender que no es una cuestión de plata, hay que mantener el monte para asegurar el futuro de nuestros nietos que apenas están creciendo”.Al igual que Efraín, cientos de campesinos bajan a la cabecera municipal todos los domingos a vender sus productos y a invitar a los turistas a regresar a Gachetá. La zozobra del conflicto armado desapareció hace más de una década y según la Alcaldía, las obras de mejoramiento de la carretera reducirán hasta en una tercera parte el tiempo de viaje desde Bogotá.Aquí en Gachetá, Heinz Reisen, Ignacio Torres, Jimena Guzmán y Reynel Fonseca son testimonio vivo de la transformación que produce el amor por la tierra y lo que ella nos brinda.*Director de la revista ambiental Catorce 6.