“El extraño acá es uno”. La frase la suelta Manuel Méndez. Tiene 47 años y hace un tiempo dejó los cultivos de flores para atender una tienda modesta con la que mantiene a su familia. Lo dice porque a Gachancipá llegan cada vez más extranjeros. La mayoría venezolanos y costeños atraídos por las posibilidades de un municipio que crece con la industria.Hace casi diez años que la agricultura y la ganadería comenzaron a perder protagonismo en su economía cuando compañías como Postobón y recientemente Ara llegaron atraídas por las ventajas de las zonas industriales creadas en este pueblo, a solo 30 kilómetros de Bogotá, que se ha expandido a orillas de una de las vías más importantes del país: la Central del Norte. Esta carretera de más de 600 kilómetros une a Bogotá con los departamentos de Cundinamarca, Boyacá, Norte de Santander, Santander y Venezuela. Gracias a ella dicen que ha venido el progreso que hoy simbolizan los edificios y urbanizaciones de ladrillo que se levantan orgullosos y detrás de los cuales se esconde un pasado indígena y colonial que no descuidan sus autoridades y habitantes. Además de inversionistas, quieren seguir atrayendo viajeros.Gachancipá se fundó en 1612, casi tres siglos después el sacerdote José María Plata construyó la capilla de Santa Bárbara. Una iglesia colonial que todavía exhibe su fachada intacta, en honor a la patrona Santa Bárbara, a la que sus pobladores siempre se han encomendado para que los proteja de las inundaciones.Hasta aquí llegan cientos de peregrinos durante todo el año. Y en su paso también se detienen en la plaza central y visitan la gruta de Nuestra Señora de Lourdes. La historia de este lugar se remonta a los años cuarenta, cuando descubrieron la imagen de la Virgen en una piedra y el párroco de entonces decidió hacerle un monumento.Acueducto regionalEl viernes que visitamos Gachancipá se estaba celebrando el Día Mundial de la Lactancia Materna. Más de 300 personas se aglomeraban alrededor de la plaza para disfrutar de las actividades dirigidas a toda la familia. Esta celebración puso de nuevo sobre la mesa una preocupación que hace un tiempo persigue a sus habitantes: el agua.Aunque en el casco urbano no hay problemas de desabastecimiento, en las zonas rurales que pertenecen al municipio la gente pasa dificultades para conseguir agua potable. “Por eso sufrimos mucho en jardines infantiles de veredas como San Martín o San José”, cuenta Catalina Pulecio, nutricionista de Gachancipá y una de las organizadoras de la jornada.El crecimiento de la población, que se ha acelerado este año a raíz del éxodo venezolano, animó al gobierno departamental a retomar el proyecto del acueducto regional. La idea no solo busca beneficiar a Gachancipá sino a todos los municipios de la sabana y hasta ahora se han mostrado interesados también Tocancipá, Sopó y Cajicá.Andrés Díaz, gerente de Empresas Públicas de Cundinamarca, explica que se hicieron unas mesas de trabajo con Camacol para entender el crecimiento del sector de la construcción en la región e identificar las zonas en las que se presentaría esa demanda de agua adicional. Lo que se quiere es llevar ese recurso desde el embalse del Sisga. “Ya existe una concesión aprobada de 1,2 metros cúbicos por segundo que podría abastecer a estos municipios”.El costo del proyecto ascendería a los 400.000 millones de pesos, calcula Díaz. Esta gobernación avanza en los estudios y el diseño para que la próxima administración lo implemente. “Es una idea a mediano y largo plazo, pensando en el futuro, en un crecimiento ordenado para estos municipios que por cuenta de su vocación industrial se han vuelto atractivos para vivir y hacer negocios”, puntualiza Díaz.Jaime Humberto García, secretario de Planeación de Cundinamarca, enfatiza que aún se están revisando costos. “Con el acueducto regional se quiere llegar a más usuarios pero hoy el abastecimiento en el casco urbano está al ciento por ciento y todas las veredas tienen sus acueductos”. Jaime Molina y su esposa Dora han pasado su vida en este municipio, que con 44 kilómetros cuadrados, es considerado el más pequeño de Cundinamarca. Jaime fue coordinador del acueducto de San Martín y recuerda que en ese entonces, hace 12 años, el agua venía de la gruta y salía amarilla, imposible de tomar. Hoy el servicio está garantizado las 24 horas y lo único que falta, enfatiza, es que al abrir la llave salga con más presión.“El esfuerzo del gobierno departamental por garantizar el servicio de agua se ve en el mantenimiento que se les ha hecho a las redes, como está llegando tanta gente hay que prevenir el eventualidades”, dice Rolando Rodríguez, el bibliotecario del pueblo. Al igual que el resto de su familia es artista. Llegaron a Gachancipá hace 25 años, después de que su mamá se pensionara como profesora y decidiera comprar una casa en la zona rural del municipio.Cineforos, talleres de artes plásticas y música forman parte de la programación que diseñó para que a los niños y jóvenes no se les vaya la tarde entre televisión y videojuegos. Rolando ha sido testigo del crecimiento del pueblo, se ve más gente, los cultivos de flores y los parques industriales generan empleo, pero, advierte, “Gachancipá sigue siendo un lugar tranquilo. En el que el contemplar el atardecer aún es todo un acontecimiento”.*Editora general de Regionales SEMANA.